Vivir, vivirnos es lo que todos queremos. El resultado de dicha inquietud es la manera de habitar este mundo. Y lo cierto es que cada cual tiene lo que se busca o en su defecto lo que se encuentra. Así es como nos construimos nuestro mundo o nos lo dejamos construir por otros… Y así pasan los días, así nos dibujamos los meses, así nos gastamos los años. Tan despistados a veces que la vida nos corre tan rápido por las venas que no nos paramos y mucho menos reparamos en escucharnos la inquietud por vivir. No, no te despistes, que ya hace mucho que empezaste a morirte…
La paradoja es que nos tomamos tan en serio la vida que se nos olvida aquello de que la vida iba en serio. Y la absurda constatación de esta paradoja reside en ese miedo a morir(se) cuando lo triste será siempre no saber vivir(se). Y ese miedo a vivir(se) está tan presente que sólo se puede salir de él despertando(se).
Tanta vida desperdiciada, secuestrados por la soberbia laboral incentivada por la tiranía de la productividad. Tanta vida desgastada por ser esclavos de la vanidad por el tener. La ignominia de no saber que tan sólo nos llevaremos aquello que dimos. Mientras nos gastamos los suspiros vitales en ese “postureo” de zapatos, vestidos y peinados… cuando lo que nos apasiona lo hacemos descalzos, desnudos y despeinados.
Lo que nos apasiona lo hacemos descalzos, desnudos y despeinados
Y así es como esperamos a que nuestras contradicciones nos quiten las razones para seguir viviendo. Porque ya no se trata solo de que haya vida después de la muerte, sino de si estamos vivos antes de la muerte. Porque en realidad no es la muerte quien nos arrebata el poder vivir; la vida se nos escapa en los días que carecen de eternidad. Momentos que no hacemos eternos al no compartir…
Ya no se trata solo de que haya vida después de la muerte, sino de si estamos vivos antes de la muerte
Y esa inquietud por vivir desvelada en continuas insatisfacciones que ya por ser comunes nos hacen creer en que tan sólo somos olas, cuando también podemos ser el océano en un universo de mares. A la búsqueda de sensaciones forzadas para una famélica felicidad. Tal vez un día se nos meta en la cabeza que es incompatible intentar ser feliz con las sensaciones que se venden y se compran para la felicidad. Que la vida se quiere y debe regalar, que lo esencial es no ser circunstancial y que tan sólo hace falta respirar(se). Así que, dejemos de pensar en las sensaciones y comencemos a sentir las experiencias. Vivirlas ya sean buenas o malas porque ambas nos construyen y nos deconstruyen. No intentemos ser consistentes, porque estaremos muertos… intentemos estar vivos con todas las inconsistencias.
La felicidad es el proyecto que hagas con tu inquietud de vivir(se), por eso no se improvisa la gestión de dicha inquietud, por eso (y aunque nos duela) cada uno tiene lo que se busca, cada uno construye su vida en las circunstancias que a cada uno le ha tocado en suerte. Por esta razón, cuando el filósofo Ortega y Gasset afirmaba eso de “yo soy yo y mi circunstancia; si no la salvo a ella, no me salvo yo” hacía referencia a la fuerza de dicha unión, la que existe entre quién somos y lo que nos rodea. Es decir, a nuestro propio hábitat en el que encontramos limitaciones y libertades y en el que se nos permite decidir entre diferentes opciones para seguir adelante.
Las circunstancias son flexibles y moldeables en muchos aspectos: una vez que aceptamos lo que está a alrededor, se nos da la libertad de enfocar las decisiones hacia un presente que nos llene y un futuro que nos enriquezca. De esta manera, nuestras experiencias se van configurando y nuestras acciones giran hacia las decisiones tomadas u omitidas. En ese momento, las circunstancias y las decisiones nos definen y nos sitúan ante el mundo y respecto a los demás.
Cada uno tiene lo que se busca, cada uno construye su vida en las circunstancias que a cada uno le ha tocado en suerte
Por ello, y ante tanta prisa por vivir(se), es necesario saber tener presente lo esencial para la vida que no nos pille distraídos ante tantas circunstancias pasajeras. Quizás lo esencial radique en lo cotidiano, en hacer de lo ordinario algo extraordinario que construya una vida con aquello que bien sabemos nos ayuda a llenar de contenido nuestras inquietudes:
Vivir la vida propia. La valentía de vivir una vida fiel a sí mismo y no la vida pre-programada que otros diseñaron. Ser conscientes de que podemos ser no sólo los protagonistas de nuestra propia vida sino también los guionistas.
Trabajar para vivir. No dejarse llevar por el mayor error de nuestro siglo de vivir para trabajar, reflejado en la vida agotada por haber dedicado tanto tiempo y tanta atención al trabajo. Escapar de la tiranía por ser productivos y despertar a que el trabajo tan solo es un medio y que nunca lo podemos convertir en un fin.
Sentir con la vida. Ese valor genuino para expresarse sin miedo ni vergüenza. En muchas situaciones se oculta lo que realmente se siente sin darnos cuenta de que esto, a largo plazo, nos hará más infelices y menos seguros de nosotros mismos; además de hacernos más vulnerables para la enfermedad. El mundo emocional bien gestionado desde la honestidad, el respeto y la empatía precisa de ser expresado.
Cuidar la amistad. Las relaciones satisfactorias que necesitan de caricias diarias y el cuidado por la solidez de la amistad que hace enriquecer los necesarios vínculos afectivos para la vida.
Ser feliz. El miedo al cambio, el complacer a otras personas y otro tipo de hábitos comunes impiden a algunas personas desarrollarse en plenitud y no se dan cuenta de que la felicidad es una elección que se hace y que las preocupaciones diarias resultan una auténtica pérdida de tiempo. Y justo lo que no tenemos es tiempo cuando la felicidad es una decisión ante la vida.
Pasar haciendo el bien. Que nadie que llegue a nosotros se vaya sin irse mejor de lo que vino. Una actitud ante la vida al descubrir que se es más feliz siendo amable que teniendo la razón. Al fin y al cabo, todos albergamos el deseo de tener el mejor de los epitafios: Pertransit bene facendo (pasó haciendo el bien).
Arriesgar la vida. El mayor de los peligros para nuestra inquietud por vivir(se) es el miedo que nos impide arriesgar en la vida. La irracionalidad de los miedos que evitaron aventurarse para vivir, cuando la certidumbre es que la vida es un riesgo y quien no arriesga no vive.
Disfrutar de la vida. No malgastar la vida y saber disfrutar y disfrutarse de los milagros cotidianos que nos ofrece la vida.
Cuidar de la vida. Sin estridencias, pero con conciencia hay que saber cuidarse de la propia vida. Aquello de “mens sana in corpore sano” es fundamental para dar vuelo a la inquietud por vivir(se).
Amar la vida. La mayor de las actitudes para la inquietud por vivir(se), tanto amar la vida, amar las circunstancias, amar las inquietudes y amar a los demás. Y es que, al fin y al cabo, todo se reduce al amor que esparcimos con nuestra existencia.
Vivir en el ahora es fundamental para nuestro bienestar personal; independientemente de que ese ahora sea bueno o malo
En fin, que la vida se concreta en un descubrimiento de aquello que es esencial para la propia vida y que supera todo aquello circunstancial que nos roba la vida a girones: el descuido de momentos, instantes y experiencias vividas sin conciencia plena y no vividas por aplazamiento temporal. Vivir en el ahora es fundamental para nuestro bienestar personal; independientemente de que ese ahora sea bueno o malo. Que aunque nuestra cabeza se empeñe, no se puede vivir en el pasado ni en el futuro. Solo podemos vivir en el presente. Deshacernos de la ilusión del tiempo hará que vivamos mucho mejor. Quizás la inquietud por vivir(se) resida en ser capaces de deshacernos del tiempo…
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