La actual pandemia ha obligado a gran parte de la población mundial a quedar en casa y a tomarse las cosas con calma pero, contra todo pronóstico y por mucho que nos apetezca, puede ser que no estemos programados para no hacer nada.
Más de una vez hemos soñado con poder relajarnos y no hacer absolutamente nada. Simplemente querríamos tumbarnos en una hamaca durante toda una tarde, cerrar los ojos y no realizar el esfuerzo, ni siquiera, de leer o escuchar música. Solo con el silencio de acompañante.
Estamos acostumbrados a las advertencias de salud que nos instan a hacer cosas que realmente no tenemos muchas ganas de hacer: realizar más ejercicio o comer cinco u ocho piezas de fruta y verdura al día, por ejemplo. Pero por una vez el consejo oficial sonaba fácil: quedarse en casa y, si se daba la posibilidad, holgazanear un poco en el sofá.
Lo anterior puede sonar como una idea encantadora, sin embargo, no hacer nada en absoluto –sin contar dormir– es más difícil de conseguir de lo que parece. Como el aislamiento nos ha demostrado a muchos, resulta que no estamos programados biológicamente para hacer lo menos posible. De hecho, prosperamos con la actividad. O al menos, un buen equilibrio entre estar ocupado y poder descansar.
Es cierto que a menudo buscamos la opción fácil, el camino más corto, el atajo al éxito… Si tenemos un mando a distancia, ¿para qué vamos a levantarnos y cambiar de canal en el propio televisor? Cualquier tipo de trabajo o esfuerzo implica tensión mental y física, así que tiene sentido evitarlo cuando es posible. Esto se conoce como el principio del mínimo esfuerzo, como diría nuestra madre, o más técnicamente como la Ley de Zipf, que se podría pensar que nadie está tentado de romper. Sin embargo, la rompemos todo el tiempo.
Los sujetos prefirieron torturarse a sí mismos en lugar de aguantar sin distracciones de ningún tipo
En un famoso estudio realizado hace unos años en la Universidad de Virginia, los participantes fueron llevados uno a uno a una habitación completamente vacía sin ninguna distracción. No tenían teléfono, ni libros, ni pantallas y no se les permitía echar una siesta. Se les colocaron electrodos en los tobillos y se les dejó solos durante 15 minutos. Era una oportunidad para relajarse un poco.
Antes de quedarse solos, se les mostró a los participantes cómo al presionar una tecla del ordenador, el dispositivo del tobillo les daba una descarga. Se podría suponer que después de haberlo intentado una vez nadie querría hacerlo de nuevo. No fue así. De hecho, el 71% de los hombres y el 25% de las mujeres se dieron, al menos, una descarga eléctrica durante su tiempo en solitario. Un sujeto, incluso, llegó a darse 190 descargas. Resulta que no tener nada que hacer fue tan insoportable que muchos de los participantes prefirieron, en efecto, torturarse a sí mismos en lugar de aguantar sin distracciones de ningún tipo.
Este experimento es un ejemplo extremo, pero en la vida cotidiana son muchos los que eligen constantemente hacer cosas que no necesitan hacer y que a veces son dolorosas, como correr maratones o machacarse de más en el gimnasio. Esto va mucho más allá de lo que se requiere para la salud y la forma física.
La alegría intrínseca del esfuerzo nos da tanto placer que no tomamos el atajo
Según recoge la BBC, Michael Inzlicht de la Universidad de Toronto llama a esto la paradoja del esfuerzo. A veces tomamos el camino más fácil y hacemos lo menos posible, pero otras veces valoramos más las situaciones si tenemos que hacer un esfuerzo considerable. La alegría intrínseca del esfuerzo nos da tanto placer que no tomamos el atajo. Podríamos pasarnos horas intrigados con un crucigrama en lugar de usar Google para encontrar la solución.
Todo esto significa que mientras nos quedamos en casa y nos aislamos, tumbarnos en el sofá y ver la televisión será sólo una parte de cómo pasamos el tiempo. Podríamos pensar que es divertido holgazanear durante unas semanas, pero el descanso forzado y prolongado, a menos que estemos enfermos y nuestro cuerpo lo exija, no nos lleva a sentimientos de relajación sino a la inquietud e irritabilidad.
Así que, hacer ejercicio, fijarse tareas y hacer cosas que requieren esfuerzo y son difíciles es importante. Todos deberíamos buscar actividades o experiencias como pintar, hacer jardinería o resolver rompecabezas, que nos absorben tanto que no nos damos cuenta de que el tiempo pasa y dejamos de preocuparnos por todo lo demás.
De esta manera, nos daremos cuenta de que no somos criaturas instintivamente perezosas. De hecho, de una manera extraña, podríamos encontrar que hacer menos y descansar más, inicialmente requiere bastante esfuerzo.