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Halloween: el eco ancestral de la noche en que el velo entre mundos se disuelve

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Halloween: el eco ancestral de la noche en que el velo entre mundos se disuelve

Cada 31 de octubre, millones de personas en todo el mundo celebran Halloween, una festividad que mezcla disfraces, calabazas iluminadas y un ambiente entre lo lúdico y lo misterioso. Sin embargo, tras su versión más popular —extendida desde Estados Unidos al resto del planeta— se esconde una historia milenaria. Sus raíces se hunden en antiguos ritos agrícolas, celebraciones del cambio de estación y creencias espirituales que, de una forma u otra, siguen presentes en distintas culturas.

Del Samhain celta al Halloween contemporáneo

El origen de Halloween se remonta al Samhain, la gran festividad del calendario celta que marcaba el final de la cosecha y el inicio del año nuevo en la antigua Irlanda y Escocia. Para los celtas, la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre era un umbral entre estaciones, cuando el mundo natural se preparaba para el descanso invernal y el velo entre los vivos y los muertos se volvía especialmente fino.

Durante esa noche, se encendían hogueras para ahuyentar a los malos espíritus y se dejaban alimentos fuera de las casas como ofrenda a los antepasados. También se utilizaban máscaras y disfraces con la intención de confundir o alejar a las almas errantes.

Con la llegada del cristianismo, la Iglesia buscó integrar estas celebraciones en su calendario. En el siglo IX, el papa Gregorio IV fijó el 1 de noviembre como Día de Todos los Santos y el 2 de noviembre como Día de los Difuntos, dando lugar al término All Hallows’ Eve (Víspera de Todos los Santos), que con el tiempo derivó en Halloween.

De Irlanda a América: la transformación de una tradición

Durante el siglo XIX, los emigrantes irlandeses y escoceses llevaron sus costumbres a Estados Unidos, donde Halloween adquirió una nueva forma. La tradición de las calabazas talladas proviene de la leyenda de Jack O’Lantern, un granjero condenado a vagar con una linterna hecha de nabo. En América, el nabo fue reemplazado por la calabaza, más abundante y fácil de tallar.

Con el tiempo, Halloween se transformó en una fiesta comunitaria centrada en los niños, los disfraces y los juegos, especialmente a partir de mediados del siglo XX. La expresión trick or treat (“truco o trato”) se popularizó en los años 30 y, tras la Segunda Guerra Mundial, la fiesta se consolidó como un símbolo cultural estadounidense. Desde los años 90, su estética se globalizó, mezclando lo comercial con el interés por sus raíces paganas.

 

Otras celebraciones que honran a los muertos

Aunque Halloween es la más conocida, muchas culturas mantienen festividades similares dedicadas a los antepasados y al ciclo vital. Todas comparten un mismo espíritu: reconocer la muerte como parte de la vida y mantener vivo el vínculo con quienes nos precedieron.

  • Día de Muertos (México): cada 1 y 2 de noviembre, las familias mexicanas preparan altares con flores de cempasúchil, velas, calaveras de azúcar y los alimentos favoritos de sus difuntos. La celebración, reconocida por la UNESCO, fusiona tradiciones indígenas y católicas, y expresa una relación festiva y amorosa con la muerte.

  • Samhain (Irlanda y Escocia): en algunas regiones rurales, aún se encienden hogueras o se colocan velas en las ventanas para guiar a los espíritus familiares. Estas prácticas, aunque adaptadas, conservan la esencia del Samhain original.

  • Obon (Japón): celebrado en agosto, rinde homenaje a los antepasados con danzas, ofrendas y farolillos que se sueltan en ríos o al mar para guiar el regreso de las almas.

  • Qingming (China): conocido como el “Festival de Barrido de Tumbas”, se celebra en abril. Las familias visitan los cementerios, limpian las tumbas y realizan ofrendas de comida e incienso como gesto de respeto filial.

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  • Gai Jatra (Nepal): combina humor, danza y sátira en recuerdo de los difuntos, simbolizando que la vida y la muerte son parte de un mismo ciclo.

Cada una de estas celebraciones revela una mirada común: la necesidad humana de dar sentido a la pérdida, de aceptar el paso del tiempo y de mantener vivo el legado de los que ya no están.

El ciclo de las estaciones y el sentido del umbral

Halloween, como el Samhain original, está profundamente conectado con el calendario solar y agrícola. En el hemisferio norte, el 31 de octubre marca el final del otoño temprano y el inicio del tiempo oscuro del año. La naturaleza comienza su repliegue: los días se acortan, las cosechas terminan, la tierra descansa.

En las culturas celtas, este ciclo tenía su contraparte luminosa: Beltane, celebrada el 1 de mayo, marcaba el inicio del verano y la fertilidad. Así, Samhain y Beltane eran los dos polos del calendario: la entrada a la oscuridad y la entrada a la luz. Ambas fechas simbolizaban la continuidad entre vida, muerte y renacimiento.

Del miedo a la conexión

Hoy, Halloween se asocia sobre todo con disfraces, fiestas y un imaginario de miedo que a menudo oculta su sentido original. Sin embargo, detrás del juego y del espectáculo, esta fecha sigue invitando a reflexionar sobre la fugacidad, la memoria y el ciclo natural de la existencia.

Recuperar su significado ancestral no implica renunciar a lo festivo, sino recordar que toda celebración es también un acto de conexión con la vida y sus transformaciones. En el fondo, Halloween —como tantas tradiciones del mundo— sigue siendo una forma de agradecer lo que fue y de encender una luz frente al misterio.

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