¿Quién no ha soñado alguna vez con lucir algunos de los sombreros que cada año vemos en la famosa carrera de caballos que se celebra en Ascot? A pesar de que se trata de un evento que genera opiniones de lo más controvertidas –algunos medios incluso lo han tildado como una de las celebraciones más extravagantes del mundo- esconde todo un universo de formas, colores y materiales que tienen en el sombrero el actor principal de la función. Y es que hablar de los sombreros es hacerlo de piezas únicas, exclusivas en algunos casos, que pueden, incluso, llegar a esconder la historia de quien lo lleva. Plumas, strass, terciopelo… un sinfín de materiales que crean universos de formas y colores que constituyen un auténtico deleite para los sentidos.
Cubrirse la cabeza es una costumbre antigua, muy antigua; quizás más de lo que muchos de los que habéis decidido a leer este reportaje al otro lado de la pantalla podáis llegar a imaginar. Y es que podríamos llegar a afirmar, inclusive, que el origen del sombrero es casi tan antiguo como la humanidad. De hecho, uno de los primeros registros que se tienen de este accesorio lo conocemos a través de las pinturas encontradas en las tumbas tebanas allá por el siglo XVI a.C., donde los habitantes del antiguo Egipto aparecían con distintos ornamentos para adornar su cabeza.
Mucho se ha escrito sobre una pieza de moda por excelencia que se ha convertido en símbolo indiscutible de elegancia, distinción, sofisticación e, incluso, en algún momento de la historia, de diferenciación social, que ha sabido ganarse un hueco no sólo en nuestros armarios, sino en ambientes de lo más selectores donde ha llegado a formar parte de la indumentaria de miembros de la mismísima realeza.
Poco podían imaginar aquellos campesinos del siglo XIV que las toscas telas que empezaron a utilizar para protegerse del sol durante sus jornadas de labranza, evolucionarían hasta transformarse en auténticas piezas de museo donde la funcionalidad primera dejaría paso a piezas en las que el glamour, la elegancia y la sofisticación fluyen a raudales. Sin embargo, la semilla de los primeros sombreros habría aparecido muchos siglos antes, en la antigua Grecia, donde el gorro frigio –de estética similar al que caracteriza a los conocidos Pitufos- se empleaba para simbolizar que todo aquél que lo portara era un esclavo al que se le había otorgado la libertad; razón, por la que, años más tarde, esta pieza sería considerada símbolo de libertad.
Original y variada evolución
A pesar de que su nacimiento se produjo mucho antes, no sería hasta el siglo XIV y XV, cuando el sombrero empezaría a tener un mayor y verdadero protagonismo en el seno de la sociedad. Así, en el siglo XIV, los sombreros empezaron a usarse en Europa como muestra clara de diferenciación social entre clases. No se trataba, sin embargo, de una simple muestra de diferencias entre clases a nivel económico, sino también cultural, convirtiéndose así en una pieza imprescindible en el vestuario de los ilustrados del Renacimiento.
Integrantes de la monarquía no tardaron demasiado en llenar las estancias palaciegas que frecuentaban de elegantes sombreros con los que se diferenciaban del resto de clases sociales. Y no era demasiado difícil. Mientras que condes, duques y marqueses se afanaban en portar sombreros de terciopelo llenos de sofisticada pedrería y lazos de raso, el pueblo llano usaba capuchas o sombreros austeros y pequeños hechos de materiales pobres como la rafia y el fieltro.
En el siglo XVII, el sombrero se vio afectado, por primera vez, por las tendencias del mundo de la moda. En estos años, Francia comenzó a ser conocida en las reuniones de sociedad como un lugar de referencia a la hora de hacer sombreros de altísima calidad para las mujeres. Además, en esta época las pelucas hicieron su entrada en la alta sociedad y los sombreros no tuvieron más remedio que adaptarse a sus tamaños desmesurados, además de empezar a incluir una gran variedad en encajes y plumas, que los hacían –en no pocas ocasiones- modelos desmesurados y extravagantes en exceso.
Un siglo más tarde, Francia fue destronada por Milán, que se convirtió en el lugar de encuentro de las féminas de alta sociedad a la hora de escoger los impactantes sombreros con los que brillarían en los bailes de la época. Aún quedaba mucho para que nombres de prestigio como Chanel, Balmain o Dior irrumpiesen en el mundo de la moda, pero ya empezaron a despuntar modistos que creaban modelos únicos de sombreros, a los que les agregaban todo tipo de accesorios con los se convertían en aliados perfectos de cualquier indumentaria tanto de gala como de la vida diaria.
Coincidiendo con esta llegada de nuevas tendencias que, poco a poco, fueron convirtiendo el sombrero en una pieza indispensable, el sombrero masculino comenzó a recatarse abandonando las grandes y estrafalarias dimensiones de lustros anteriores y a envolverse de una sencillez extrema. Durante aquellos años, los hombres buscaron imitar al mismísimo Napoleón usando sombreros con estilo tricornio, es decir, con el ala plegada alrededor de la cabeza y formando dos puntas.
Momentos de cambios
La economía, la política… y cómo no, la moda. Ámbitos todos ellos a los que los siglos XIX y XX trajeron infinidad de cambios que no hicieron sino convulsionar el conjunto de una sociedad que buscaba un resurgir más que necesario.
En este sentido, el siglo XIX, también quiso dejar su impronta en el mundo de los sombreros. Las plumas se convirtieron en auténticas protagonistas de cualquier velada y, para sorpresa de muchos, los pájaros disecados empezaron a ocupar las viseras de los sombreros del momento. Pronto los activistas empezaron a mostrar su estupor y malestar y las plumas, coincidiendo con la incorporación de la mujer al trabajo, dejaron paso sombreros especialmente pensados para aportar algo de distinción y ser capaces de romper la monotonía de los aburridos uniformes de las fábricas de aquellos años.
En la primera década de los años veinte, Chanel irrumpe en el curioso mundo de los sombreros y, empujada por sus deseos de aportar a la mujer símbolos que la hicieran sentir diferente de todo lo que le rodeaba, empieza a crear piezas que poco o nada tenían que ver con lo visto hasta el momento.
En 1920 los cambios sociales se hicieron aún más evidentes en la estética de la mujer y ésta empezó a apostar por peinados –hasta el momento impensables- en los que la larga melena dejaba paso a cabellos más cortos, que quedaban especialmente bien con sombreros grandes. Los diseñadores empezaron entonces a crear piezas de un tamaño mucho menor y, en ocasiones, ceñidos a la cabeza.
A pesar de que a lo largo de estos años los diseñadores de moda fueron ganando puestos, no sería hasta el final de la Segunda Guerra Mundial cuando los diseñadores de sombreros empezasen a adquirir mayor fama y renombre.
Entre los años cuarenta y sesenta, Jacqueline Kennedy, Grace Kelly o Audrey Hepburn se convertían en auténticos iconos de la moda. Sus trajes, guantes, bolsos y, por supuesto, sus sombreros hacían furor. El sombrero se consagró en aquellos años como parte imprescindible del vestuario femenino, combinándose con el color de sus vestidos o carteras.
Inmerso en idas y venidas, cambios en sus estilos, texturas, adornos y colores, el sombrero llega a las últimas décadas del siglo XX con una pérdida notable de fama y funciones, de la que aún hoy no se ha recuperado.
Si analizáramos las tendencias de la moda en este siglo XXI veríamos como el sombrero ha pasado a un segundo plano, dejando de estar presente en el día a día de la mujer y ocupando sólo un lugar destacado en ocasiones especiales. No obstante, estos complementos continúan teniendo sus adeptos, sobre todo entre miembros de la realizar y algunas celebrities.
¿Sabías que…?
Dicen los entendidos que un aspecto fundamental al hablar de sombreros es saber colocarlos. En palabras de Lord Baden-Powell de Gilwee en su obra «El manual de instrucción en buena ciudadanía haciendo vida de campaña”: «Se dice que el carácter de una persona se puede deducir de la manera como usa el sombrero. Si lo lleva ligeramente de lado se supone que es de buen carácter; si demasiado de lado, es un fanfarrón; si echado hacia atrás, es malo para pagar sus deudas…”.