En la intimidad de la consulta, he sido testigo de cómo muchas parejas se debaten entre dos fuerzas opuestas: el amor y el ego. Pocos se dan cuenta de que, en realidad, esta es la verdadera batalla en una relación. No es la falta de amor lo que destruye la pareja, sino la forma en que el ego lo contamina, lo distorsiona y, muchas veces, lo disfraza con argumentos que suenan nobles pero que en el fondo esconden una necesidad de control, validación o poder.
¿Cuántas veces hemos escuchado frases como: «Te dejo porque no me aportas», «Me tienes que hacer feliz», «Si me quisieras, harías esto por mí»? Estas declaraciones parecen razonables, pero en realidad parten de una visión egocéntrica del amor. Se basan en la idea de que la otra persona está ahí para llenar vacíos, cumplir expectativas o satisfacer necesidades individuales, en lugar de entender el amor como un espacio de encuentro, crecimiento y expansión mutua.
El ego disfrazado de amor se filtra en dinámicas tóxicas de posesión, chantaje emocional o victimismo. Es ese mecanismo que nos hace ver al otro como un medio para nuestra felicidad y no como un ser con su propia historia, sus propias batallas y su propio derecho a la libertad.
El problema es que, cuando operamos desde el ego, el amor se convierte en un contrato con cláusulas implícitas: «Te amo, pero solo si…», «Te doy, pero espero que…». Y cuando esas expectativas no se cumplen, el desencanto aparece, la frustración se instala y el amor parece evaporarse.
Cuidar una relación no es una cuestión de esfuerzo ciego ni de sacrificios impuestos. Es un arte que exige conciencia y presencia. Como cualquier arte, el amor requiere práctica, disciplina y, sobre todo, una elecciónconstante de salir del ego para habitar un espacio más amplio: el del verdadero encuentro con el otro.
Una relación madura no es aquella en la que dos personas se necesitan para sentirse completas, sino aquellaen la que cada uno, desde su propia plenitud, elige compartir. Es la diferencia entre decir «te necesito para ser feliz» y «soy feliz y te elijo para compartirlo contigo».
Esto no significa anularse ni aceptar cualquier cosa en nombre del amor. Al contrario, implica saber cuándo seguir, cuándo transformar y, en algunos casos, cuándo soltar. Pero soltar no desde el resentimiento ni la exigencia, sino desde la comprensión de que hay ciclos que se cumplen y caminos que se bifurcan sin que eso implique fracaso.
En consulta, muchas parejas llegan al borde de la ruptura creyendo que el amor se ha agotado. El problema no es que el amor se acabe, sino que el ego lo corrompe. Lo vemos cuando exploramos más a fondo, lo que en realidad se ha desgastado es la forma en la que se han relacionado, no el amor en sí mismo.
Y no, no nos separamos porque ya no amemos, sino porque el ego nos hace creer que merecemos algo»mejor», algo que encaje más con nuestros deseos, con nuestras expectativas, con nuestra versión idealizada del amor. ¿Pero y si el amor real fuera, precisamente, aprender a amar lo que es, en lugar de obsesionarnos con lo que debería ser?
Lo que deriva en que la gran pregunta no es “¿Me está aportando lo suficiente?”, sino “¿Cómo estoy amando?”. Si tu amor solo existe cuando la otra persona cumple tus condiciones, entonces no es amor, es un intercambio disfrazado de romanticismo. Amar es aprender a sostener el vínculo incluso cuando no todoencaja a la perfección, es elegir quedarse y construir juntos, no exigir que el otro se convierta en lo que tú necesitas.
Así, si las parejas lograran trascender el ego y mirar al otro con la misma curiosidad y respeto con la que lo hicieron al inicio, podrían descubrir que lo que necesitan no es separarse, sino transformar el vínculo.
Esto puede significar redescubrir los entresijos de la relación, aprender a comunicarse de manera más auténtica o incluso redefinir qué significa estar juntos. No se trata de aguantar ni de conformarse, sino de encontrar una manera de seguir creciendo sin que el ego dicte las reglas.
El amor es una de las experiencias más profundas de transformación personal, pero solo si estamosdispuestos a soltar la ilusión de control. No se trata de ganar la batalla contra el otro, sino de desarmar la guerra interna entre el amor y el ego. Esa batalla silenciosa entre el amor y el ego.
Pregúntate:
- ¿Estoy en esta relación desde el amor o desde el miedo a estar solo?
- ¿Estoy permitiendo que el otro sea libre o lo limito en nombre del amor?
- ¿Estoy amando a la persona que es o a la que me gustaría que fuera?
Si el amor se basa en la libertad, el respeto y la evolución mutua, es un amor que vale la pena cuidar. Si seconstruye desde la posesión, la exigencia y la dependencia, solo es una sombra de lo que podría ser.
El amor real no asfixia, no exige, no controla. No dice «te amo, pero solo si…», sino «te amo y te elijo, en libertad». Ese es el amor que sana. Ese es el amor que transforma.
Si el amor de pareja no nos transforma, si no nos reta a ser más grandes que nuestro propio ego, si no nos invita a soltar el control y a entregar sin miedo, entonces no es amor, es otra cosa. Tal vez solo sea dependencia emocional, miedo a la soledad o un juego de poder. Y lo del poder, la posesividad y la exclusividad lo patrocina siempre el Ego.
Sólo hay que darse cuenta de que en la vida no se trata de ganar el amor, se trata de perder el ego.