Hace unos meses, cuando lancé la revista con este nuevo formato, Roberto López me entrevistó en su programa Llegó la hora, en 101TV. Entonces le propuse entrevistarlo a él. Al que pregunta, al que, a través de la pequeña pantalla, nos permite conocer a otras personas, sus proyectos, al que da voz a los que tienen algo que contar. Darle la vuelta a su papel, sentarlo al otro lado y conocer un poco más al hombre que hay detrás del comunicador.
Quedamos cerquita de su residencia, en el nuevo restaurante italiano de Lacaliza, Absoluto. El único foco que nos acompaña es el de la luz del sol al atardecer, que hace su juego de luces y sombras con las nubes.
Cada mañana, en plató, lo acompaña un equipo de profesionales para hacer televisión y llegar a todos los andaluces. Roberto y sus invitados se cuelan en las casas de personas de todas las clases y condiciones que buscan entretenerse y, a su vez, estar informados. Roberto se centra cada día en uno de ellos; esto le ayuda a focalizar y también a empatizar con esos desconocidos que dan sentido a que haga lo que hace. Ponerse en el lugar del otro, abrirse a la curiosidad, lo mantiene presente durante todo el directo.
Después, es el Roberto de andar por casa. El que sigue creando con su mujer, Nadia, que es su productora, y el padre de dos jovencitas que intentan escribir su propio guion. Se considera un hombre afortunado por la familia que tiene y por dedicarse a lo que le gusta, por vivir donde vive, que es el lugar que eligió hace 20 años. Se siente más vital que nunca cuando está a un paso de cumplir el medio siglo. Con una vida, para él, no es suficiente para todo lo que le gustaría hacer. De hecho, asegura que se apuntaría a la inmortalidad si fuese posible, quizás porque percibe la muerte como un fundido a negro que nos sumerge en la nada. De esto también hablamos.
El aclamado presentador no se pone ante la cámara con el objetivo de lucirse, aunque se mete en el papel y le gusta conquistar a la audiencia y al entrevistado. Se levanta a las 5:30 de la madrugada para que lo que parece improvisación esté perfectamente documentado. Fluir, sí, pero con estructura. Eso resume también, en parte, su forma de ser y de vivir. Se despoja de máscaras en las playas de Cádiz, donde se libera de un día a día con cierta exposición pública.
Asegura que se ha reconciliado con Madrid, su ciudad natal, de la que se marchó en busca de otro estilo de vida que encontró en una provincia que ahora siente como suya.
Le gusta cuestionarlo todo y huye de la imposición y el dogmatismo. Tener presentes todos los puntos de vista lo nutre como periodista y ser humano. No le importa reconocer que ha ido cambiando de opinión a lo largo de su vida sobre temas nucleares. Por eso, aunque ahora no cree en Dios, no se cierra a un futuro encuentro con “ese algo” del que le hablaron de niño.
Le encanta viajar y aprovecha cada oportunidad para bajarse en las estaciones de este tren que nos lleva del origen al destino final. Elige conversar en el andén con personas auténticas que, con su labor y compromiso, mejoran una sociedad de la que todos formamos parte. Le gusta menos charlar con políticos, aunque lo hace, porque sabe de antemano que su papel es fundamental, aunque vayan con las consignas del partido bajo el brazo. En su día a día, le gusta estar al tanto de la información política y analizarla de manera crítica.
Intuyo entre líneas que es perfeccionista. Las cosas se hacen bien, dedicándoles el tiempo que merecen, o no se hacen. Ahora su tiempo profesional está bastante ocupado entre el trabajo en la tele, un podcast sobre ajedrez y su columna en Diario Sur. Cabe la posibilidad de que más adelante lo veamos presentando una novela o haciendo sus pinitos en el cine, aunque no se considera buen actor.
A Roberto López, presentador de televisión y de eventos, ya lo conocéis. Os invito a descubrir al hombre que afirma que, si se muriese hoy, está satisfecho porque ha tenido un “vidón”.