El dr. José Salama lleva más de cuatro décadas atendiendo a pacientes en la sanidad pública andaluza y en su consulta de Torremolinos. Médico de familia, doctor en Psiquiatría y Psicología Médica, formado también en geriatría y en disciplinas como la medicina psicosomática, la psicoterapia integrativa, la kinesiología y la cábala. Su trayectoria es amplia, pero su punto de partida es sencillo: la salud no ocurre solo en el cuerpo; también se juega en la mente y, sobre todo, en aquello que llamamos alma.
Esta entrevista nace de un reencuentro. De volver a una consulta donde, hace tiempo, yo misma aprendí que se podía vivir de otra forma. Recurrí a él gracias a unos amigos que me lo recomendaron. Fueron años de terapia, de conversaciones honestas, de sentarme frente a él y vaciarme, de seguir sus recomendaciones y leer libros que, en muchos casos, entonces no terminaba de integrar. Han pasado muchos años de aquello.
Admiro de él su valentía de, aun siendo médico y científico, plantear una dimensión más elevada del ser humano y de la enfermedad. Su búsqueda de respuestas abre preguntas; le lleva a nuevas herramientas y técnicas que emplea con sus pacientes. Esa visión trascendental del ser humano —que se está demostrando tiene mucho que ver con la enfermedad del cuerpo— le ha acompañado siempre.
«Cada uno viene a cantar su canción, y a veces la olvida». Salama lo explica sin rodeos. Para él, gran parte del sufrimiento aparece cuando el «personaje» —la máscara aprendida— arrincona a la esencia y nos desconecta de lo importante. De ahí su insistencia en una idea que vertebra toda la conversación: «Respetar es saber tu sitio». Ubicarnos y ubicar al otro. Dar lugar, sin invadir ni sustituir.
«Cada uno viene a cantar su canción, y a veces la olvida»
A lo largo de la entrevista, Salama describe con claridad su forma de trabajar. Propone tres etapas sencillas y exigentes: primero, leer la realidad tal como es; después, mirarse hacia dentro y asumir la parte que nos toca; por último, moverse. Ese movimiento, dice, es lo que diferencia el insight del cambio real. Prefiere una acción imperfecta a una reflexión eterna. «El movimiento es de los vivos», resume.
Su mirada clínica no excluye la estadística ni la farmacología, pero abre preguntas. ¿Por qué dos pacientes con un diagnóstico similar evolucionan de formas tan distintas? ¿Qué papel juegan las actitudes, los vínculos y los «beneficios ocultos» del síntoma? Salama responde con metáforas concretas y con una máxima que aplica a diario: «El 95% de los diagnósticos certeros nacen de escuchar de verdad al paciente». Escucha activa, no suposiciones.
Le encantan las metáforas y los cuentos. En aquella época en la que fui su paciente me llevó a descubrir a Bucay.
Hablamos de propósito vital y del famoso ikigai como un mapa útil para ordenar tres planos: lo que se nos da bien, lo que nos gusta y por lo que la sociedad nos paga. «A veces coinciden; muchas veces, no», me dice. La clave, propone, es sostener una vida digna sin traicionar la canción propia. Porque la incoherencia sostenida —trabajar donde no podemos ser, vivir un vínculo que no nos respeta— termina enfermando. Y ahí vuelve el método: leer, mirarse, moverse.
También entramos en territorios sensibles: la culpa, el perdón a uno mismo, el amor como acto de dar con límites y respeto. Distingue entre querer y amar, y recuerda que el amor compasivo empieza por uno mismo. No se trata de sacrificarse, sino de «sacrifijarse»: elegir por qué merece la pena renunciar y por qué no. La ética es concreta. Ubicarse y no ocupar lugares que no corresponden —ni con los padres, ni con los hijos, ni con la pareja, ni con los amigos—.
En consulta, dice, no todo el mundo viene a curarse. A veces hay «rentabilidad del sufrimiento» que bloquea el proceso. Señalarlo exige respeto y tiempo. Intervenir menos y estar más disponibles. Acompañar sin invadir. Ahí la experiencia pesa tanto como los másteres. Saber cuándo callar y dejar que la «segunda mitad» de la respuesta aflore; ese tramo en el que, según él, la esencia se cuela y dice lo que el personaje nunca diría.
El resultado de la conversación es una invitación a ordenar la vida con criterios prácticos: poner a cada persona en su sitio interno, dejar de presuponer, pasar del relato a la acción y sostener relaciones donde el respeto sea un verbo. Si te interesan la medicina psicosomática, la psicoterapia con enfoque humanista o esa pregunta que vuelve cuando todo se mueve —¿dónde está mi lugar?—, este vídeo ofrece claves claras y un lenguaje cercano.
Dedico ahora también unas líneas a repasar su trayectoria profesional.
Nacido en Tánger y formado en la Facultad de Medicina de Málaga, Salama ha sido médico de urgencias, psiquiatra eventual, pediatra y doctor en Psiquiatría y Psicología Médica, como he apuntado antes. Ya en los noventa coordinaba programas de salud mental, impulsó iniciativas de diagnóstico precoz de cáncer de piel y exploró herramientas que facilitan el vínculo terapéutico cuando la palabra no alcanza. Con los años, su consulta se ha convertido en un espacio de escucha atenta y de trabajo práctico sobre la coherencia entre lo que sentimos, pensamos y hacemos.
Dale al play. Quizá, en la segunda mitad de alguna respuesta, escuches el estribillo de tu propia canción. Y ese sea tu primer movimiento.
Página web José Salama









