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Elena Cobos

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Elena Cobos

Es indiscutible que si hablamos de bares típicos de Málaga, de un lugar al que llevarías a tomar algo a unos amigos que vienen de fuera, te viene a la cabeza El Pimpi.  Una bodega que siempre ha tenido un espacio protagonista entre los locales tradicionales de la ciudad y que desde hace unos años ha ganado en notoriedad y protagonismo en la vida social y cultural de la capital. Hace apenas un año El Pimpi nos presentó a su hija, La Sole. 

Aunque la cara visible del emblemático bar es Pepe Cobos, tiene detrás a una mujer que se le parece en genio, raza y carácter. Digo detrás porque no suele figurar en nada, pero está en todo, facilitando que la empresa esté siempre por delante. Esa es su hija mayor, Elena Cobos, consejera delegada de El Pimpi

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La charla que reflejo en esta sección la tenemos en La Sole. Aún no ha llegado el mediodía y podemos charlar tranquilas. Al hablar de este espacio a Elena se le ilumina la cara y se le llena de pasión. Mientras la espero abajo, grupos y grupos de turistas llegan a El Pimpi a tomar algo y hacerse multitud de fotos. Se ha convertido en lugar obligado de visita como la Catedral o La Alcazaba.



Me ha costado meses cerrar esta entrevista. Convencerla de que se sentase conmigo y apareciese en este espacio. «Mi padre es el protagonista. Es él el que tiene que hablar”, me decía. Y posiblemente la historia que tiene detrás su padre sea muy interesante, pero la que tiene ella detrás también. Son independientes pero están entrelazadas. 

Ser la hija de alguien con tanta personalidad, hecho a sí mismo y que ha conseguido lo que ha conseguido, no debe ser fácil por un lado. Por otro, el trabajo de Elena consiste en que esas ideas que se le ocurren a su padre se lleven a la práctica, que funcione el engranaje de una empresa que en muy pocos años ha pasado de tener 30 empleados a formar un equipo de más de 160 personas.

Elena es de las primeras niñas que se enfrentó al divorcio de sus padres, cuando nadie se separaba. Tiene 43 años y mucho que contar: «Yo no te voy a hablar de las cosas malas que me han pasado. Están pasadas y perdonadas. No se puede vivir siempre mirando hacia atrás”. Con esa advertencia comenzamos una entrevista en la que descubro a una mujer llena de fuerza y energía. Una mujer creyente, que confía en Dios y en que las cosas pasan por algo. Agradecida por encima de todo, ella es Elena Cobos. 

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Elena, ¿cuántos hermanos sois?

Somos cuatro hermanos, dos niñas por parte de mi madre, y dos niños por parte de Mari Carmen, que es la segunda mujer de mi padre. Yo soy la mayor de los cuatro.

¿Qué edad tenías cuando se separaron tus padres?

Seis años, muy chiquita, y mi hermana a punto de nacer.

¿Cómo lo viviste? En aquella época ser hija de padres divorciados era raro. Ahora es de lo más normal. 

Fue complicado porque yo estaba en Las Esclavas, y aparte no es sólo que eres niña de padres separados, eres hija de camareros, porque yo soy hija de camareros, mi familia no viene de las «Bodegas Cobos».

Mi padre era camarero y mi madre era camarera de toda la vida en El Pimpi. Las profesoras me decían: «Para qué vas a estudiar si total, vas a terminar de camarera como tus padres” Era como si tuviese un estigma.



Pero ‘El Pimpi’ era de tu padre, no era únicamente camarero…

Esto es de dos socios, de mi padre y de Paco Campos. Ellos vinieron de Córdoba de trabajar en Bodegas Campos a montar un negocio similar. Mi padre, por circunstancias, estuvo un tiempo fuera de la bodega, pero el inicio es de los dos. Tenían el trabajo muy bien repartido, mi padre en la gestión y detrás de la barra mientras que Paco estaba con las cuentas, balances y demás.

Esto no era lo que es ahora, y antiguamente la hostelería no estaba tan reconocida. O sea, los cocineros no eran lo que son hoy en día, un cocinero era un «pela-papas”, algo que no tenía importancia ninguna. Y mis padres camareros, nunca hay que olvidar de dónde venimos.

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¿Y cómo recuerdas aquellos años con tu padre y tu madre dedicados a la hostelería? 

Realmente lo recuerdo con felicidad no con tristeza, no me interesa lo malo. A ver si me emociono…Porque soy muy llorona y me estás haciendo recordar mucho, no esperaba que te ibas a ir tan para atrás.

Fueron tiempos difíciles, pero siempre tiendo a transformarlo todo a lo positivo. Entonces yo tiro para atrás y lo veo como una película, pero no me duele. No era fácil porque mis padres estaban separados, las niñas me decían: «Es que nos vamos al Tívoli con mis padres” y yo pensaba «es que yo con mis padres no me voy”. Pero si le das la vuelta a todo eso y lo miras desde otro punto de vista era divertido. Crecí en El Pimpi, con muchísima gente, con muchísima cultura… Si había «unos culturales” allí estaba yo. Si tenían que ir al teatro o al cine me llevaban, y no con mis padres, sino con cualquier amigo de la casa. Porque yo siempre lo digo, yo tengo una madre y dos padres; mi padre y Paco. Paco hizo mucho de padre cuando mis padres se separaron.

Supongo que a lo mejor en ese momento tu padre estaba más perdido. Los hombres se implicaban menos con los hijos y menos aun cuando se separaban… 

Sí, estaba más perdido. Entonces, era Paco el que me preguntaba: «Niña, ¿qué te hace falta para el cole?”, el que me preparaba la cena era Paco, y el que me llevaba al Tívoli era Paco, así fue en una época de mí vida. Mi padre ha vuelto ahora, ya siendo yo mayor. Me he tirado muchísimos años sin mi padre, muchos, muchos años. Aunque lo he sentido cerca, nunca lo he mirado con odio ni reproches, porque yo a mi padre lo respeto muchísimo y lo adoro; tenemos un vínculo especial, porque somos muy parecidos… iguales. Pero, realmente era Paco el que ejerció de padre por mucho tiempo.



¿Y tu madre cómo gestiona esa separación? Porque ahora las mujeres cuando nos separamos sabemos gestionar mejor, pero en aquel momento se tenía muy presente lo que dijese o pensase la gente.

Mi madre lo tenía muy complicado. Se quedó sola con dos niñas, sin familia y sin nadie. Y claro, como dices, tenía muy presente lo que fuesen a decir. Para empezar a mí me decía: «No se lo digas a nadie”. Mi madre eso lo llevaba mal. Después la gente evidentemente se va enterando porque mi padre ya no estaba con nosotras y no se le veía por casa. Vivíamos en la Carretera de Cádiz, entonces era un barrio muy barrio. Después de hacer la primera comunión nos mudamos al Cerrado de Calderón, nos hicimos vecinas de Paco.

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¿De dónde es tú madre?

Mí madre es de Córdoba y mí padre también, somos todos de Córdoba, yo nací en Córdoba. Lo que pasa es que como yo digo, los malagueños nacemos donde nos da la gana. Soy muy malagueña.

Después de la separación, ¿ella siguió trabajando en El Pimpi?

Sí, el puesto lo respetaron. Mi madre era una persona muy buena, muy bondadosa, sencilla, sin alardes, sin levantar polvo de lo que hacía, elegante, ella siempre lo ha llevado bien. Nunca ha dado ruido, nunca. Y nunca ha hablado mal de mi padre. Le debo a mi madre que a día de hoy, yo me pueda hablar con mi padre, porque ella siempre ha estado en su sitio, siempre ha estado en la labor de suavizarlo todo.

Y económicamente, ¿cómo vivíais aquel momento?

Nosotros siempre hemos sido unas personas muy sencillas, con lo cual en mi casa nunca había exceso de nada, es más, hemos estado bastantes justillos. Empezaba el cole, te compraban los zapatos y evidentemente no es como ahora, si se te rompían un poco te tenías que aguantar y te tenían que llegar hasta final de curso. Yo nunca he visto lujos en mi casa. El primer equipo de música me lo compró mi madre cuando yo tenía por lo menos diecisiete años, con radio-casete. De siempre he compartido habitación con mi hermana y en casa solo había un baño.

¿Cómo se organizaba tu madre con los horarios de la hostelería y con vosotras?

Como te decía, con ayuda de Paco. Él nos recogía, nos llevaba a casa, nos daba de cenar y nos acostaba. Y ya después llegaba mi madre. Cuando ya tuve 11 o 12 años tenía las llaves de casa, entonces ya sí me quedaba sola y me encargaba de mi hermana.

¿Por qué se portó así Paco con vosotras, sin ser familia? 

Bueno, yo no lo sé, pero siempre nos ha querido mucho y nos ha tratado como una familia. Él no ha tenido hijos y tampoco tenía a su familia cerca. Nosotras éramos como sus niñas. Yo veía la figura de Paco y lo tenía muy claro. La gente me preguntaba quién era, porque estaba con nosotras, porque nos llevaba al colegio, porque venía a las fiestas del cole… A todo el mundo le decía que era mi tío, para que todo el mundo lo entendiera.

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En esos años tu padre supongo que se vuelve a casar, ¿no?

Mi padre se vuelve a casar y por decirlo de alguna forma, emprende una búsqueda de no sé exactamente qué. Se fue a Nicaragua para ayudar a montar un taller de costura, pero por circunstancias de la vida no llegó, lo retuvieron en Cuba y allí lo tuvieron mucho tiempo encarcelando, sufrió torturas, estuvo un tiempo desaparecido, hasta que pudo volver. Yo me imagino a mi padre como lo que le pasa Brad Pitt en ‘Leyendas de Pasión’, que emprende una búsqueda en realidad para encontrarse a sí mismo.



¿Quién llevaba el negocio durante ese periodo?

Mi padre cuando se fue dejó a su hermana junto con Paco al cargo del negocio. Ella a pie de pista y mi madre en su puesto, en El Palomar. Emprendiendo esa búsqueda que te dije antes, mi padre llegó Marruecos… hasta que al final supongo que encontró eso que buscaba, se calmó y se fue al campo, a Coín, con su mujer y sus hijos. Venía de vez en cuando al negocio, pero la mayoría del tiempo se dedicaba al campo.

¿Tú ya estabas trabajando con él?

No. Yo tenía una asesoría contable. Empecé con Antonio Guerrero en una consultoría, ese fue mi primer trabajo.

Por circunstancias Antonio Guerrero tuvo que cerrar la consultoría, y Javier Onieva, nuestro asesor fiscal, me propuso que me hiciese autónoma y llevase las contabilidades, y así lo hice. A estas dos personas les estoy eternamente agradecida porque laboralmente hoy soy quien soy.

Con el paso del tiempo como mi padre es un visionario, el 11 de septiembre, cuando vio que los aviones chocaban contra las Torres Gemelas dijo: «El mundo acaba de cambiar”. Y nos advirtió de que venía la crisis. Empezó a lanzarnos ese mensaje en un momento en el que la economía estaba al alza, no había ningún problema. La gente lo miraba raro, pero él solo nos decía, que El Pimpi había que prepararlo.  En ese momento yo solo llevaba la contabilidad de El Pimpi desde casa, estaba alejada de su gestión. Él venía cada semana y me decía lo mismo:” Elena, El Pimpi hay que prepararlo y yo no lo puedo hacer solo”. Me insistió tanto que cerré la asesoría nos pusimos manos a la obra, esto fue en 2007.

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¿Cómo lo preparasteis? 

Con mucho trabajo. Hubo una transformación total de todo, quien haya conocido El Pimpi de siempre, sabe de lo que estoy hablando.  Empezamos con obras en los cuartos de baño, las cocinas… de hecho, terminamos las obras de la casa el año pasado, desde 2007 que fue cuando arrancamos, no hemos parado. Le hemos dado la vuelta a todo.

 ¿Cómo ha sido para vosotros esa crisis estando preparados?

Pues la verdad, que no suene prepotente ni muchísimo menos…No la hemos notado. Al revés, El Pimpi ha ido creciendo, creciendo y creciendo hasta ahora mismo.

Mi padre iba diciendo lo que había que hacer y yo iba como una hormiguita detrás ejecutándolo. En ese momento El Pimpi se abrió a la cuidad de Málaga, por ejemplo, antes se vendía vino de Córdoba y eso no podía ser, ahora, se vende vino de Málaga, se apuesta por los productos locales, Málaga es lo primero. Antes era un bar, ahora es una institución, ahora todo es diferente.

¿Te dejaba tu padre darle ideas?

Es que no me daba tiempo a decir nada. Yo era la ejecutora. Cuando mi padre me decía lo que había que hacer y yo empezaba a hacerlo, él ya tenía en mente algo muevo…  Al lado de mi padre no te da tiempo a pensar ni casi a respirar.

¿Cómo fue ese momento en el que tu padre vuelve a formar parte de tu vida, a tener más presencia? 

Pues muy feliz. Yo estaba muy contenta porque siempre he tenido un vínculo especial con él y como mi forma de pensar es quedarme siempre con lo positivo… Yo veía que la vida me estaba dando la oportunidad de tener a mi padre, y eso no lo podía dejar pasar. Nunca le he echado nada en cara o le he hecho preguntas incómodas, tampoco voy a ganar nada. Él lo ha vivido así porque era su proceso y yo lo he respetado, puede que también fuera mi proceso, tenía que vivirlo. Quizás para llegar donde estamos y El Pimpi adonde está, mi padre tenía que pasar por todo lo que pasó y yo también.

El otro día leí la vida de Trinidad Grund y me quedé alucinada. Su vida estuvo marcada por la desgracia, el marido se suicidó, su hijo murió y sus hijas también fallecen posteriormente en un barco… Y ella se convirtió en la mayor benefactora de Málaga. Yo supongo que, en ese momento de caída absoluta, ella pensaría: «Lo único que me da la vida, que me da la chispa para seguir en este mundo es ayudar a los demás”. Quiero decir, que muchas veces hay que pasar por cosas que no nos gustan para encontrar nuestro camino y para convertirte en quien eres.

Yo soy feliz de hacer el trabajo que hago porque me encanta. Tengo un coche que tiene 13 años, no conozco el Caribe, ni México, ni Nueva York… que me encantaría, pero nosotros somos felices, así como vivimos y con lo que hacemos. Yo lo que tengo es un sueldo y la responsabilidad de llevar a todos mis Pimpis para adelante.



Cuando te incorporas a trabajar con tu padre estabas casada, ¿verdad?

Me casé en 2001, así que llevaba 7 años casada. Me separé hace dos años, pero entre novios y casados he estado 20 años con Tano, una maravillosa persona de la cual tengo una niña de 13 años que es una ‘mini yo’.

O sea, que ya tienes a tu niña cuando te incorporas a El Pimpi…

Si, mi niña era muy pequeña. Cuando Carmen tenía 3 años, como antes expliqué, fue cuando me metí de lleno en El Pimpi con papi.

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Supongo que cuando te incorporas a El Pimpi con tanta responsabilidad y tanto trabajo a diferencia de tu madre tú sí tienes ayuda con tu hija.

Yo siempre, de mi madre y de mi hermana. Recuerdo ese tiempo como muy loco, porque cuando di a luz era autónoma y claro no me cogí la baja, llevaba toda mi empresa. Incorporé a mi hermana a la asesoría y estábamos las dos solas. Yo he sido muy apretada y mi hermana estaba recién salida de turismo. Como he dicho antes no tuve baja, me acuerdo del anuncio este que salía del autónomo, yo era una mujer con contracciones hablando por teléfono y pidiendo balances, la verdad es que lo pasé regular. Por eso a todas las mujeres que veo embarazadas se lo digo: «Por favor tomaos vuestro tiempo, no seáis locas que esa experiencia no se va a volver a repetir”. Después tuve dos abortos y no tuve más hijos. Me hubiera gustado tener más, evidentemente.

¿Cómo es tu padre como abuelo?

Pues mira, es un abuelo poco convencional, muy cariñoso, pero no es un abuelo de llamar a la nieta o de querer verla todos los días, pero cuando está con ella se para el mundo, se centra solo en la niña. De hecho, recuerdo una vez que se la llevó cuando era más pequeña y apareció la niña con una corona en plan «Farruquita”. Y le digo «Vamos a ver, papá, si la niña te pide una corona de princesa, es la de Disney de plástico, porque me traes una corona de plata” … Otro día la niña le dijo que quería una Virgen del Carmen y le compró una imagen que medía por lo menos medio metro. Y yo le decía: «Papá, esto no cabe en ninguna parte”. (Se ríe)

La verdad es que no es fácil ser hija o hijo de mi padre. Creo que peor hijo, porque claro, mi padre lo llena todo, al tener tanta energía y tanto poderío como tiene, ser hijo de mi padre y poder llegar a su nivel y a sus expectativas, es muy difícil.

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¿Qué es lo más difícil que has vivido junto a tu padre en estos años con respecto a ‘El Pimpi’?

Lo más difícil fue la salida de mi tía. Ella se oponía a todos los cambios que queríamos implantar y se convirtió en un bloque contra el que chocábamos para avanzar. Yo creí que de ahí no salíamos, de verdad, fue durísimo, porque mi tía tiene la resistencia y la fortaleza de mi padre porque es Cobos, Cobos pura. Fue complicado porque ella no veía por donde teníamos que pasar para que El Pimpi fuera lo que es ahora, no veía el cambio, ni que hacía falta cocina, ni señoras en los baños, ni máquina de café… Vamos lo peor que recuerdo fue aquel enfrentamiento. Porque el trabajo es trabajo y llevarte a casa trabajo no tiene importancia, pero las emociones, eso ya es otra cosa.

Pero habrá visto que tu padre llevaba razón…

Pues no lo sé, porque a día de hoy no tengo contacto con ella y es una pena.

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Elena El Pimpi Marinero, ¿no funcionó?, ¿Quisiste cambiarlo?, ¿Qué pasó ahí?

Te voy a dar mi punto de vista de por qué no funcionó El Pimpi Marinero. Esto es un edificio muy complicado, ya ves tú la arquitectura que tiene: el techo es una pirámide invertida, el edificio desde fuera es muy moderno, no se entiende bien, no se sabe qué hace aquí porque está tapando la torre Mudéjar que está detrás. Si a eso le sumas que lo de marinero no tenía mucho sentido estando aquí en pleno centro.  Para los malagueños Marinero es tomarte un espeto en Pedregalejo, que llegues a tu casa con los pelos oliendo a leña, o simplemente irte a cualquier chiringuito a que te dé la brisa del mar en la cara. Entonces, desde el inicio fue una cosa muy fría, muy poco natural. El suelo era gris, las paredes demasiado blancas… No le veía mucho sentido. Los clientes entraban aquí por inercia, cuando ya no había sitio abajo. Entonces cuando tuve cinco minutos de tiempo para pensar me dije «Vamos a ver, Elena ¿qué haces con este edificio?” y un día pasando por la Alameda de Colón vi el restaurante ‘La Deriva’ y me quedé alucinada con la arquitectura. Pregunté quién lo había hecho y me dijeron que Miguel Seguí, busqué su teléfono y lo llamé.

¿En ese momento nace La Sole?

No, tuvimos que esperar un tiempo. Todos los proyectos deben pasar por el consejo y la verdad es que no se entendía bien el porqué de esa inversión, si total a duras penas, pero tenía sus ingresos.

¿Es tu proyecto más personal?

Sí, porque lo veía claro, ahí sí me lancé un poco en contra de todos, porque los demás decían: «¿Para qué nos vamos a gastar dinero si el Marinero se llena?”, y yo decía: «Pero oye, que se llena, pero eso no es Pimpi”. Era un espacio que no tenía ni el calor ni la esencia de la bodega. Entonces, Miguel me presentó un proyecto en el cual metió el sol de Málaga en el edificio. Cada vez que  recuerdo ese momento en el que vi el proyecto, se me ponen los pelos de punta.

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¿Cómo acepta Paco que seas la consejera delegada de la empresa?

Paco bien. De hecho, fue el primero que quiso que yo tuviera este puesto. Él nunca puso impedimento porque soy su niña, de la misma manera que mi padre está orgulloso de mi trabajo, de lo que hago, pues Paco igual.

Cuando te separas, ¿de qué te sirve la experiencia de tus padres a la hora de gestionar tu separación?

Pues me sirve para hacer las cosas diferentes. Pero porque mis circunstancias eran diferentes. Mi madre la pobre no tenía herramientas, pero yo sí, entonces enseguida me organicé. Dentro de que es una separación, que a mí me costó muchísimo trabajo tomar la decisión, fui yo la que dio el paso porque no quería que mi hija viese discusiones entre sus padres, no creo en eso, creo en el amor y creo en la pareja y no quería criar a mi hija así. Eso me pesó más a que mi hija tuviese que vivir con sus padres separados como crecí yo.

Tengo la custodia compartida con Tano y la semana que estoy con mi hija, estoy con mi hija, poco menos que hago horario de funcionaria en El Pimpi y después trabajo desde casa. Pero me organizo porque mi hija es mi prioridad, no la recoge nadie del cole la recojo yo siempre, si tiene que ir a cualquier sitio, al médico, al oculista la llevo yo. Me sería muy fácil delegar, porque tengo una persona de mi plena confianza que es como parte de mi familia, Norma, una Argentina que nos quiere muchísimo y con la niña se lleva divinamente, somos una familia. Sería muy fácil decirle: «Encárgate de todo Norma, que yo llego por la noche”. Pero es que yo noto que me queda muy poco tiempo de estar con mi hija, no porque me vaya a pasar algo, sino porque tiene 13 años y se está haciendo mayor. Me queda muy poco tiempo para poder darle los pocos o muchos valores que yo creo que le puedo dar. Tengo esa sensación de que tengo que estar con ella el máximo tiempo posible.



Tú eres de las primeras hijas de padres divorciados de España y tu hija es de las «primeras” también de la custodia compartida, que en cierto modo es un experimento…

Cuando nos separamos Carmen era mayor como para explicárselo y preguntarle qué quería. Ella en ningún momento hizo un drama porque mi hija es un regalo del cielo, es que es perfecta, si tú me dices: «Imagínate a tú hija perfecta”, es mi Carmen, no le quitaría ni un pelo.  Es una niña muy madura, desde el principio le explicamos la opción de la custodia compartida y así lo quiso ella, una semana con cada uno. Yo fui la que salí de casa y me compré una en la misma zona muy cerca, para que ella nos tuviese a los dos cerca, estuviese con quien estuviese y siguiese en su entorno. Porque para mí lo ideal hubiera sido venirme al centro y estar más cerca de mi Pimpi.

Ella lo lleva muy bien, dentro de que tiene 13 años, que está en su máximo desarrollo y plenitud. Yo creo que tiene la fuerza de su abuelo y mía, que con trece años es complicado de llevar, pero estoy convencida de que va saber encauzarlo. Yo siempre intento reforzarla, porque esa fuerza mal llevada…mira Darth Vader. Se lo digo a ella y me mira como diciendo «Ya está mi madre con sus cosas”.

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¿En qué momento te encuentras?

Estoy en el mejor momento de mi vida, porque me encanta lo que hago, sé decir que no, que antes me costaba mucho trabajo porque siempre he sido muy complaciente con todo el mundo. Pero ahora se decir: «No”. O sea; «No” con educación y siempre pensando en los demás. Pero tengo ese puntito de egoísmo que me hacía falta.

Eres más fiel a ti misma…

Para crecer, claro. Antes todo el mundo tiraba de mí para cosas que podían hacer ellos, pero yo se lo solucionaba. Por ejemplo, ahora mi padre me dice: «Elena acompáñame”. Y le digo: «No porque no puedo, estoy con Carmen papá”. Y no pasa nada.

Estoy muy tranquila, básicamente dedicada a mi casa, al trabajo y a la niña, es que no hay mucho más. De vez en cuando me gusta escaparme a Cádiz, me encanta irme a Bolonia, irme a Tarifa. Ese momento que me voy a la playa con un bocadillo, con mi toalla, mi paquete de pipas y mi botella de agua, para mí es la felicidad.

Supongo que es la edad, pero yo también he descubierto que la felicidad está en las cosas más simples…

Es que, ¿qué más se puede pedir? Me tumbo en la toalla, con la tranquilidad de que mi hija está bien, que está con su padre, que su padre la adora, que el trabajo va bien, que la vida nos sonríe, que tengo padre, que tengo madre, que no estoy mala… Entonces, cuando me veo en esa playa tan preciosa… para mí esa es la plena felicidad.

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Malagueña de belleza cordobesa, sencilla y respetuosa me da la sensación que habla desde el corazón, honesta y sincera. A cada uno le da el mérito que le corresponde, generosa, pero con raza, carácter y solera. Transmite esa paz que da sentirse a gusto con una misma después de haber luchado a cuerpo en batallas internas. Podría llamarse Sole, pero se llama Elena.

Fotografía: Lorenzo Carnero

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Consejera Delegada ‘El Pimpi’

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Transcripción de audio a texto realizada por Atexto.com.

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