Me preocupa observar en consulta cada día con mayor presencia las relaciones que se establecen desde un esquema sutil de manipulación, abusador y desgastador que merma significantemente la estima y confianza en sí mismo hasta el punto de llegar a la anulación de la propia personalidad que queda al vaivén de los miedos, las dudas y los menosprecios.
Lo más alarmante es que la víctima casi nunca es consciente de estar siendo anulada. Simplemente, a base de poner en duda todo, discutir todo y menospreciar sus puntos de vista, la persona va encerrándose en sí misma. Se trata también, en consecuencia, de una manipulación muy difícil de explicar para la víctima y todavía más complicado de salir de ahí. Puesto que todo queda disfrazado de la palabra amor: “lo hago por que te quiero”, “lo hago por tu bien”, “me preocupo de que mejores”, etc. Frases envenenadas de un falso amor que solo en el diván desvelan la incapacidad para amar.
La manipulación se hace con sutileza hasta convencer a la persona de que ella se imagina cosas, recuerda mal las discusiones y hasta le hace dudar de su cordura: “estás loca, deberías ir al psicólogo”. En eso, básicamente, consiste este tipo de maltrato psicológico. El manipulador altera la percepción de la realidad de la víctima provocando que no sea consciente de que padece un maltrato o una situación de la que debe escapar. Es un esquema muy perverso de relacionarse, porque se consigue mediante el ejercicio de un acoso constante pero sutil e indirecto, repetitivo, que va generando duda y confusión en la persona que lo sufre, hasta el punto en que se llega a sentir culpable de los argumentos emitidos por el maltratador para así justificar su interacción anuladora y a dudar de todo lo que ocurre a su alrededor.
«El manipulador altera la percepción de la realidad de la víctima provocando que no sea consciente de que padece un maltrato o una situación de la que debe escapar»
“Me lo discutía todo. Todo lo ponía en tela de juicio. Hasta las cosas que no tiene discusión, como mi estado de ánimo o mis sentimientos. Todo era una exageración mía, una invención o una paranoia. Todo estaba en mi cabeza, así que terminé por creérmelo. Terminé por creer que era yo la que no estaba a la altura y, por no seguir decepcionándole, me callaba. Dejé de opinar, dejé de contestar o simplemente de expresar las cosas. Quedé completamente anulada como persona y tenía el control total de mí. Me quedé sin fuerza, sin energía, todo el día pendiente de no enfadarlo, de no decepcionarle. Siempre intentando complacerle o contentarle…”
Son personas que llegan desdibujadas a la consulta. La mayoría llega sin ser conscientes de que están padeciendo maltrato psicológico. Vienen porque están agotadas, bajas, anuladas. Y es hablando, rascando, cuando se dan cuenta de que están todo el día intentando defenderse con una indefensión aprendida instaurada ya en su personalidad, intentando recuperar su autoestima perdida en la despersonalizada entrega al otro. Y llegan a considerar que no valen nada; es más, que no valen para nada.
“Poco a poco me fui convenciendo de no sabía valerme por mí. Tenía miedo de casi todo. Pero no era consciente de que fuera por su culpa. Me fue anulando como persona. No me atrevía a expresar opiniones delante de él o a discutir algo. Si estábamos con amigos yo estaba callada, no me atrevía ni a reírme si alguien hacía un chiste”. “Lo peor es que creía que él tenía razón, que mis opiniones no valían y que era mejor que estuviera callada. Me eliminó como persona. Yo estaba agotada porque estaba siempre pendiente de no enfadarle, de no discutir. Eso es agotador. Tengo ansiedad y hasta he descuidado mí aspecto físico. No me gusta como soy”.
El proceso convierte a la persona en insegura, dubitativa, convencida de que sus opiniones no valen, que teme hablar, discutir, expresar sus puntos de vista, con sentimientos de inutilidad, torpeza y una infravaloración global que afecta hasta su cuerpo.
Aunque socialmente no existe un prototipo de relación anuladora, sí existen una serie de rasgos y actitudes comunes a los que podemos recurrir para identificar este tipo de relaciones. Ahora bien, más allá de los rasgos que explicaremos más adelante, es característica la forma de comenzar la relación y en su posterior mantenimiento a través de conductas de dominio y autoridad frente a sumisión y vulnerabilidad. A veces son enmascaradas en gestos sutiles, amables, complacientes, etc. La cuestión es que poco a poco la relación va forjando una prisión en la que se va atrapando a la persona.
Todo esto se sostiene con la táctica del afecto intermitente: muestras de amor y cariño, arrepentimiento, condescendencia y promesas de felicidad futura hacen creer que si ella cambia, él también lo hará y que solamente podrá encontrar la felicidad a su lado porque solo él la quiere. Y la propia víctima lo justifica. ¿Cómo me va a maltratar la persona que me ama? Pero, cuando al final lo comprenden resulta muy doloroso descubrir que como se dice popularmente “hay amores que matan” y que no necesitan que la quieran tanto sino mejor.
«Y la propia víctima lo justifica. ¿Cómo me va a maltratar la persona que me ama?»
Pero ojo, este tipo de relaciones las podemos encontrar en cualquier tipo de relación. En la vida familiar, las relaciones de pareja, los amigos, el colegio, la universidad, el trabajo. No hay escapatoria a este tipo de interacción de algunas personas. Allí están y no es posible evitar su presencia perjudicial tamizada de vínculos afectivos. Pero podemos identificarlos a partir de sus rasgos característicos:
1.- Las primeras señales de alarma son las negativas, desprecios y rechazos hacia el otro disfrazados de falsa modestia con la excusa de que son solo advertencias para mejorar, junto a interrogatorios sobre cada detalle del día a día. El problema es que poco a poco la víctima va perdiendo su identidad y restando importancia a cualquier comportamiento que le genere sufrimiento y dolor, mientras comienza a medir cada una de las palabras que pronuncia para contentar.
2.- Control y posesividad. Al inicio de la relación puede ser una conducta normal que se demuestre preocupación por las actividades que ocupan el día a día, que envíe mensajes al móvil o llame varias veces al día. Pero, ¿dónde se encuentra el límite? El peligro llega en el momento en el que el deseo de saber de la otra persona se vuelve una obsesión y el interés se convierte en control. Lo que ocurre es que la personalidad controladora no suele mostrarse al principio de la relación, sino que a medida que pasa el tiempo comenzará a aflorar.
3.- En la relación se está buscando el poder de someter sin que seas consciente de ello. Tiene celos excesivos y te controla todo el tiempo. Eres su posesión más preciada y al mismo tiempo la más despreciada, una incoherencia que te confunde, pero te somete. Te aísla de tus amigos y tu familia. Tiene el poder de controlar con quien quedas y cuándo alguien puede disponer de tu tiempo o no. Decidirá por ti, serás su marioneta. Ya no eres libre, sino alguien que está sometido a los deseos y caprichos de otro.
4.- Palabras que hacen daño, degradaciones, desprecio, ridiculizaciones, … Todo esto, en principio puede ser muy sutil, para que la persona no se dé cuenta y poco a poco vaya entrando en el juego del otro. Te insulta, te grita, te ridiculiza y te menosprecia haciéndote sentir que no vales nada, que tu vida en sí no vale nada. Y lo hace de tal forma que te sientas incluso agradecida por estar con alguien que esté contigo a pesar de esto.
5.-Las constantes amenazas te hacen sentir un temor constante. Puede amenazar con abandonarte o con otras cosas que sepa son tu debilidad. La presión emocional que ejerce sobre ti hace que tengas sentimientos de culpa. Realmente, te hace sentir culpable de algo de lo que no eres culpable. En otros términos, le puede dar “la vuelta a la tortilla” a absolutamente todo.
La verdad es que es difícil ayudar o que se deje ayudar una persona que está siendo anulada en su relación. Para empezar, ella misma no sabrá si está en lo cierto, ni si se merece revelarse por ello. La anulación es tal que le hará pensar que es merecedora de tal situación, que no es buena persona y que se merece todo lo que le hagan. Incluso que el amor es así porque es la única forma de amar que conoce.
«La verdad es que es difícil ayudar o que se deje ayudar una persona que está siendo anulada en su relación»
Mi diván se encuentra con el reto de recomponer una autoestima totalmente destruida. Un autoconcepto desorientado, una vida sin sentido, rodeada de dolor, de miedo y de necesidad de satisfacer a alguien que continuamente le hace daño. Y que a pesar de que se haga consciente de que tiene una relación sutilmente anuladora, la persona desee seguir y proteger la relación que le está dañando (Síndrome de Estocolmo). Porque el miedo le hace pensar que estar encadenado es más seguro que estar libre.
Y el diván grita con fuerza que NO, no hay vuelta de hoja. En cualquier relación que tengas, no te merece quien no te ame, y menos aún, quien te lastime. Y si alguien te hiere reiteradamente sin «mala intención», puede que te merezca, pero no te conviene.
Porque merecer significa «hacerse digno de». Expresiones como: «Te entiendo», «Lo acepto», «Lo disfruto», «Me alegro» o «Tu amor es un regalo», son manifestaciones de aceptación y buena recepción. Si una persona no aprecia lo que le doy, no lo comprende o no lo traduce, el amor enmascara la instrumentalización del otro para sostener sus desconfianzas, inseguridades y manipulaciones. Podríamos entenderlo del siguiente modo: «No puedo amar a quien no quiere estar conmigo. Si no me aman, no me cuidan, no me respetan o me subestiman, no me merecen».
Por último, no olvidemos que en una relación debe primar el amor, el respeto, la confianza, la empatía y las ganas de ayudar para hacer crecer al otro en todo su potencial y sacando su mejor versión. Sabiendo que el sentido de las relaciones es para engrandecernos y nunca para empequeñecernos.
La gran pregunta que debe soportar nuestra relación más allá de los sentimientos que las sostengan es ¿qué aporto y qué me aporta está relación para hacer y habitar en un mundo mejor para todos?
Para todo lo demás, los encuentros en mi diván.
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