Hoy en día está de moda hacer yoga, practicar mindfulness o hacer meditación. Cada vez más personas de nuestro entorno se inscriben en alguna de estas actividades tratando de encontrar esa paz y esa serenidad tan ansiadas hoy día. Y aunque estas disciplinas no se han creado específicamente para el autoconocimiento, quienes hemos transitado por ellas, sabemos que nos ayudan a tomar conciencia de dónde estamos y empezamos de alguna manera ese camino del saber pero… ¿quién soy yo?
Aun así, todavía hay muchas otras personas recelosas de participar en actividades como éstas. Sigo oyendo frases como “eso es de raros, de frikis, de yerbas”… Y es que parece que hacer una mirada hacia adentro, en sentido contrario a lo que hacemos habitualmente, es algo inaudito.
La sociedad, la cultura que hemos creado para la diversión, esta sociedad del bienestar, pone el foco fuera. Pone esa fuerza que nos guía en un motor externo, que nos sirve de faro y brújula para caminar por la vida. Esa gasolina que nos impulsa la encontramos en el reconocimiento que nos dan los demás, en lo material, en nuestras posesiones, en nuestro puesto de trabajo. Es como si tuviéramos unas gafas puestas que nos impulsaran a mirar más allá de nuestro cuerpo, más allá de nosotros mismos.
¿Y realmente queremos hacer algo para cambiar la dirección de dónde miramos? ¿Queremos hacer una mirada hacia nosotros? ¿Queremos «habitarnos»? ¿Nos gusta estar a solas con nosotros mismos? Pues hay de todo; están esas personas que lo necesitan y lo piden fervorosamente y otras que lo evitan y huyen de mil maneras diferentes, estando súper ocupadas por ejemplo. Es la mejor excusa para no hacer ese encuentro contigo mismo.
Y en todo esto, ¿qué tienen que ver las emociones? ¿Pueden las emociones ayudarnos en algo? ¿A conocerme? ¡Venga ya! Si yo sé quién soy… ¿o no?
¿Quién soy? Tomate un minuto para contestar a esta pregunta antes de seguir leyendo. Me encantaría saber cuáles son vuestras respuestas.
Observa si ando desencaminada… Tus respuestas serán algo así: Soy médico, tengo 41 años, soy de Málaga, soy madre… ¡Genial! Estas respuestas nos diferencian a unos de otros, porque tenemos edades distintas, somos padres diferentes, o no lo somos, y ocupamos un puesto determinado.
Si éstas han sido tus respuestas, o parecidas, te invito a que sigas leyendo.
La persona es un iceberg, esto lo cuento a diario, quizás lo habéis leído de mí en algún otro momento, perdonad si para alguien es repetido, seguro que para otras personas es la primera vez. La parte de arriba del iceberg es lo que vemos de la persona: su edad, su puesto de trabajo, dónde vive, qué coche tiene, etc. La parte de abajo del iceberg, una masa de hielo mucho mayor que la de arriba, es la que sostiene realmente a la persona y no se ve: sus valores, sus creencias y sus emociones.
Habitarnos, es estar a solas contigo, te permite desplazarte a esa parte de abajo. A ese gran salón desconocido para ti y para todos los que te rodean.
Habitarnos, es entrar en contacto íntimo contigo y empezar a escuchar una melodía que hasta ahora no habías oído. Y no lo habías hecho porque no nos han enseñado a bucear en esa dirección. Un camino donde encontraremos fragilidad, vulnerabilidad, dolor, tristeza, culpa, ansiedad y cosas bellísimas también. ¡Te sorprenderás!
Hemos crecido en una cultura del desarrollo intelectual, de la extra formación. Una sociedad que nos ha guiado para ser alguien en la vida, estudiar, sacar buenas notas… Hasta nos hicieron creer que nos jubilaríamos en nuestros puestos de trabajo, menuda mentira, ¿verdad?
Posicionarse hoy día en la parte alta del iceberg, es vivir en una falta de coherencia con nuestros valores, con nuestras emociones y con la persona que realmente soy.
Habitarnos, es ser capaz de sostener tu tristeza. Sí, eso, sostenerla, abrazarla, acogerla, respirarla, mimarla, verla, sólo verla. Porque llevamos años y años huyendo de ella. Nuestra fisiología se despierta ante una pérdida (del tipo que sea) y lloras, y vives sin ganas de nada, y solo quieres estar sola. Pero el entorno te dice: mira, deja de llorar, ya está bien, píntate y sal con tus amigas, tómate unas cañas, mañana salimos todos, y nos enseñan a evadirnos de eso que nos ocurre.
¿Y sabéis que ocurre cuando evitas algo? Que no sabes a qué sabe. Como ese plato que siempre rechazas porque tiene una pinta rara, y el día que lo pruebas en los primeros momentos, tiene una textura rara, sabe diferente y al final dices que está buenísimo.
Pues algo así ocurre con las emociones. Las hemos etiquetado como malas, que nos dejarán mal sabor si me acerco.
Y se trata simplemente de parar y acoger esa parte de ti, porque forma de ti, porque también tú eres eso. De alguna manera te permites entrar en contacto con algo mucho más grande de ti misma.
Porque detrás de la tristeza encuentras consuelo, amor por ti misma y por los demás. Es una de las emociones que bien integrada ayuda a crear vínculos sanos y saludables.
Y tú, ¿quieres saber más de ti misma? ¿Quieres saber que hay detrás de la culpa, la ansiedad, el miedo…? ¿Qué mensajes tiene que darte? Pues sigue estos 4 pasos:
- Siente la emoción en tu cuerpo, conecta contigo
- Acepta el reto de sostener esa incomodidad
- Mantén tu atención en “eso” que surge en tu cuerpo, respíralo
- Ama, es parte de ti
Y empezarás a reconocer recursos, capacidades, valores que desconocías de ti misma. ¿Te atreves?
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