Cuando trabajas con personas, trabajas con emociones; aspecto bastante apasionante e impredecible. Por esta razón, poder leer la emoción en la cara de nuestro interlocutor, de nuestro cliente o usuario, es de vital importancia para desarrollar un proceso comunicativo eficaz y productivo. Acercarnos a lo que siente la otra persona nos permite saber qué necesita, ya sea un producto, una idea o una frase determinada, y cómo podemos provocar una actitud positiva hacia eso que estamos ofreciendo.
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Fuera del ámbito laboral, el conocimiento sobre cómo se siente el otro también puede facilitar nuestra relación de manera notable. Nuestro hijo pequeño muestra una determinada gestualidad en la cara e inmediatamente podemos intuir qué le está sucediendo respecto a un tema concreto. Si no le mirásemos a la cara, seguramente no tendríamos ni idea de qué está sucediendo, perdiendo eficacia como madres y como padres. De hecho, algo que nos está sucediendo de manera palpable y con resultados dramáticos es la construcción de los muros de silencio. O sea, la ausencia de comunicación cara a cara entre padres, madres e hijos, genera barreras, gruesas y férreas, perjudicando seriamente la calidad de las interacciones familiares. Tener al niño callado, portándose bien, mientras juega al videojuego es pan para hoy y hambre para mañana. Un día, en la adolescencia, éste se levanta de la cama y se pregunta: ¿quiénes son esas dos personas mayores que hay en mi territorio? Y además es un adolescente, ser plagado de problemas existenciales y madurativos. Lo que se derive de ahí, va a depender, muchas veces del azar. Por eso hay que ser conscientes de a qué juego queremos jugar. Si sembramos incomunicación, recogeremos una cosa. Si sembramos comunicación, recogeremos otra.
Un ámbito laboral en el que se trabaja con personas como si de una casa cualquiera se tratase, es el trabajo con adolescentes que requieren tratamiento emocional (unidades de día, centros de protección de menores, terapias grupales, centros de tratamientos de consumo de drogas, etc.). En estos contextos, se tratan el dolor emocional de las chicas y chicos que asisten, convirtiendo al profesional en partícipe del mismo, tanto por su proceso como por sus consecuencias.
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En este orden de cosas, la detección de la tristeza es vital para elaborar un mapa de lo que está sucediendo. A veces es muy sencillo, otras no. Y eso se debe al hecho de que puede expresarse sin censuras, con lo que veremos una expresión de tristeza o, por el contrario, puede aparecer una microexpresión y deberemos prestar atención a lo que nos dice esa cara que tenemos enfrente, pues resulta un poco más complicado detectarla.
«La detección de la tristeza es vital para elaborar un mapa de lo que está sucediendo»
Caso real
Como de lo que se está hablando es de la expresión de tristeza, al siguiente caso real puede ayudarnos a identificar cuáles son los gestos faciales que la caracterizan:
La historia empieza en una sala, con cuatro sofás y con diez chicas y chicos que residen en un servicio de protección de menores. Han cenado ya y se disponen a comentar cuáles han sido sus preocupaciones y sus emociones durante el día que está a punto de acabar. Como herramienta facilitadora, y a recomendación de una compañera de trabajo, empleamos un diccionario de emociones, instrumento bastante adecuado para dicho propósito.
De esta forma, comenzamos la sesión. Una de las chicas, Gabriela, pide la palabra y expresa su deseo de ser la primera en realizar su valoración acerca de sus emociones actuales. Le pasamos el diccionario de emociones y se reacomoda en el sofá, cruza las piernas en la posición de sastre y coloca el libro entre ellas.
Los cuatro profesionales que estamos presentes en ese momento nos miramos, entendiendo de que algo bastante importante va a ocurrir en relación con Gabriela. Y, efectivamente, algo muy diferente y trascendente iba a ocurrir.
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Para que nos hagamos una idea de la trascendencia de lo que se va a relatar a continuación, simplemente decir que Gabriela expresaba odiar a su padre, pues no dio la talla cuando murió su madre, y no se permitía perdonarlo, manteniendo el enfado contra él, contra todo y contra todos. En este marco de experiencias, la chica se había abandonado a toda suerte de comportamientos desadaptativos: consumo de drogas, malas compañías, agresiones en el hogar, etc. Viendo el panorama, nuestros esfuerzos fueron encaminados a que la chica ubicase los acontecimientos vitales dolorosos desde otra perspectiva más realista y adecuada. Cabe decir que, tras meses de trabajo, veíamos que la chica estaba a punto de dar el paso para dejarse ayudar, pero no acababa de hacerlo.
Sin embargo, esa noche en el sofá, con el diccionario de emociones entre sus piernas, algo espectacular empezó a suceder.
Empezó mirando a todos los presentes, ansiosa y alegre. Seguidamente bajó la cabeza y empezó a deslizar su dedo en el mapa de emociones que aparece dibujado en la primera parte del libro.
«Lo primero que siento hoy es…” dijo mientras seguía buscando la emoción que quería expresar.
«Aquí está. Es culpa. Culpa por lo que le he hecho a mi padre. La segunda es alegría porque me he atrevido a reconocerlo y me siento bien por eso, y porque quiero a mi padre”.
En ese momento ya hacía rato que se mostraba emocionada. Siguió diciendo que sentía agradecimiento por todo lo que habíamos hecho por ella todo ese tiempo.
«…y por último” –continuó- «tristeza, por no tener a mi madre conmigo y porque siento que he estado perdiendo a mi familia”.
El llanto que observábamos era sobresaliente. Lloraba y lloraba. Mientras emitía las palabras, toda su cara estaba húmeda y brillante. Las comisuras de la boca habían bajado considerablemente, acompañándose con un puchero. La parte interna de sus cejas se elevaba y tenía la mirada perdida, los párpados caídos y las fosas nasales no dejaban de aletear.
Todos los que estábamos allí tuvimos la sensación de ver llorar a una niña pequeña. Intuimos que quien se estaba expresando no era la chica de 14 años que teníamos delante, sino la niña de 9 que se quedó atrapada en la tristeza y el dolor del día en que perdió a su madre. En un gran ejercicio de valentía, fue a buscar a esa niña del pasado, la cogió de la mano y la trajo a aquella sala.
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Expresión de tristeza
La tristeza es una emoción que aparece por la experiencia de pérdida. Una ruptura, la muerte de un ser querido, despedirse del viaje de fin de curso, suspender un examen, etc., son experiencias que implican desazón por una pérdida concreta.
Es curioso como en su expresión, y muy contrariamente a la alegría, la cual eleva el cuerpo y las diferentes partes de la cara, la tristeza muestra la caída de todo nuestro cuerpo y de nuestra cara.
«La tristeza es una emoción que aparece por la experiencia de pérdida»
Fijándonos en las siguientes fotografías, se puede verificar esa caída del tono facial al que hacía referencia.
A continuación se listan las acciones faciales relacionadas. Atiéndase a que el llanto no está incluido. La razón estriba en su relación con otras emociones como el miedo o la alegría, en su expresión dimorfa, con lo que merecería un capítulo especial en el que abordar todo lo relacionado con las lágrimas.
Una de las acciones faciales que más nos van a informar sobre la existencia o no de tristeza es la elevación de las cejas. ¿Por qué? Pues porque mover la porción medial del músculo frontal de forma voluntaria es, al igual que pasaba con el orbicular de los ojos en la alegría, algo reservado a pocas personas.
En el siguiente GIF se muestra el movimiento mencionado. Ahora probemos de hacerlo voluntariamente en el espejo. Para la mayoría no es fácil.
Sin embargo, cuando nos sentimos tristes sí se activa dicho músculo y la acción facial se ejecuta a la perfección.
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En relación con esto, actores como Woody Allen o Colin Farrell tienen facilidad para realizar ese movimiento, pues su configuración facial así lo permite. ¿Dónde encontraremos pues la tristeza en personas con dicha configuración? Pues nos fijaremos en la caída de párpados, en la mirada perdida y en la caída de comisuras labiales.
Otra acción muy interesante y que podemos observar de manera muy clara cuando la persona está a punto de llorar es la producida por el músculo cigomático menor. Se trata del remarque del pliegue nasolabial. Veamos este movimiento:
Veamos ahora dos imágenes de esta misma acción facial:
Si hiciésemos un ejercicio de memoria, seguramente podremos recordar situaciones en las que hemos sentido ligeros tirones en esa zona del rostro cuando estábamos a punto de llorar.
Supongo que después de hablar de tristeza, todo el mundo se preguntará si la boca no es importante. La respuesta es sí, lo que pasa es que la boca es fácil el control voluntario, con lo que si pretendemos averiguar si una tristeza es real o fingida, lo mejor es valorar las acciones faciales con bajo control voluntario, como son las cejas o el remarque nasolabial.
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Para acabar, os dejo con un vídeo que muestra una microexpresión de Tristeza muy interesante, donde destaca la unidad de acción facial de la elevación del interior de las cejas (au1), además de un leve descenso de las comisuras labiales.
Francisco Campos Maya
Psicólogo y Experto en Comportamiento No Verbal y Detección de la Mentira. |