Es algo profundamente contrastado que la experiencia de muerte, tanto propia como ajena, a todos nos tambalea nuestros cimientos vitales. Cuestionando las ideas, los valores y las creencias con las que se construye la propia vida. Se trata de la experiencia más significativa de finitud. De niños pensábamos que cuando fuéramos mayores dejaríamos de ser tan frágiles. Pero madurar es aceptar nuestra vulnerabilidad. Vivir de hecho es ser vulnerable. Y por ello la vida nos va aportando una continuidad de pérdidas para que nunca se nos olvide nuestra provisionalidad y fugacidad. Experiencias que nos despiertan dolorosamente del sueño narcisista que proyecta el ser humano en esa lucha incansable por ser perpetuo.
En otras palabras, nos duele ser tan insignificantes y darnos cuenta de ello. Con la materialidad de la vida luchamos contra esa sensación de ser tan poquita cosa para que no nos haga mucho daño. Pero la lucha se hace estéril ante la impetuosidad de la muerte para la que nada vale nada y que pone a la vida en su lugar para aliarse con la pérdida en la búsqueda de un significado que valide la existencia.
Es así, como la presencia de la muerte, desde su neutralidad biológica, nos hace crecer, desaprender, vivir y amar. Estimulando por imposición natural la realidad de la vida a partir de la confrontación con la experiencia de pérdida. Lo que hace referencia a ser cada vez más uno mismo, tomando más conciencia de lo que somos, de lo que queremos y de lo que podemos llegar a ser. La resiliencia de la pérdida estimula el crecimiento personal, esto es que anima a utilizar los propios recursos y actualizar su potencial más allá de lo que se está haciendo.
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La presencia de la muerte facilita tomar más conciencia de lo qué es la vida, de saber distinguir lo esencial de lo circunstancial, de la posibilidad de vivir intensamente cada instante, tomando conciencia de uno mismo y estimulando el potencial sentido de la propia vida. Es un zarpazo a la realidad que nos hace vislumbrar que al final todo gira alrededor del amor y sus derivados. En resumen, nos hace crecer para amarnos y amar. Siendo la cercanía de la muerte la que nos enseña las oportunidades de expansión que nos ofrece la vida.
Pero por el momento, la muerte la solemos ver desde lejos, mueren los demás, hasta que nos toca de cerca. Y en esas ocasiones, además de sufrir, debemos aprovechar para nutrirnos de la enseñanza que nos dan los que pasan por dicho proceso. La experiencia acompañando a los moribundos ha aportado siempre más vida que muerte. Ya que las personas gravemente enfermas que saben que van a morir en pocas semanas suelen reflexionar sobre la vida que han llevado. Y la mayoría de las veces no lo hacen en términos positivos: pesan más los arrepentimientos por lo que no se ha hecho y la rabia de no tener el tiempo suficiente para cumplir deseos aplazados, pasiones insatisfechas y razones que argumenten la narración de su biografía.
«La experiencia acompañando a los moribundos ha aportado siempre más vida que muerte»
Cierto es que la muerte genera un sufrimiento inevitable al arañar en las entrañas de la vida. Generando toda una amalgama de sentimientos, pensamientos y experiencias dolorosas que paran en seco la cotidianidad para confrontarla con la finitud de existencia. Pero acompañar a una persona que se aproxima a la muerte también propicia momentos increíblemente especiales y reveladores para la existencia.
En las personas ante la proximidad de la muerte siempre se observa una revelación clara: la gente recuerda más en sus últimos momentos a sus seres queridos y a las relaciones que disfrutaron que el dinero y las posesiones materiales. Cuando uno se enfrenta con su muerte de cerca, los aspectos materiales de la vida desaparecen. Sí es cierto que los pacientes terminales quieren tener sus asuntos financieros en orden si es posible. Pero no es el dinero ni el estatus lo que tiene una verdadera importancia para ellos. Quieren poner las cosas en orden más para el beneficio de aquellos a quienes aman y se quedan.
«Cuando uno se enfrenta con su muerte de cerca, los aspectos materiales de la vida desaparecen»
Lo más común que nos encontramos en aquellos que se enfrentan a un proceso de muerte cercana se concreta en un descubrimiento de aquello que es esencial para la vida y que supera todo aquello circunstancial que les robó la vida a girones. El descuido de momentos, instantes y experiencias vividas sin conciencia plena y no vividas por aplazamiento, atrevimiento o desconocimiento marca el leitmotiv de la narración de lo vivido.
A modo de epitafios exponemos las diez enseñanzas más comunes aportadas por todos aquellos que durante su proceso de morir muestran y nos regalan antes de dejarnos. Reflexiones cargadas de dolor, pero de igual forma llenas de vida y formuladas como el mejor legado que nos dejaron a todos los que seguimos adelante:
Vivir la vida propia. El valor de vivir la vida propia y no la que los demás esperan. La muerte enseña que hay que tener la valentía de vivir una vida fiel a sí mismo y no la vida pre-programada que otros diseñaron.
Trabajar para vivir. Despertarnos del mayor error de nuestro siglo de vivir para trabajar. Se aprende que hay que trabajar para vivir.
Sentir con la vida. Confirmamos que muchas de las enfermedades tienen como origen la amargura, el resentimiento y la reprensión de emociones, deseos y sentimientos. Descubrir que hay que sentir, expresar y esparcirse con el sentir de la vida sin tener el corazón estrangulado.
Cuidar la amistad. Que el ajetreo de la vida no nos haga descuidar las relaciones satisfactorias. Darle el tiempo y el esfuerzo que merece a la amistad como divino tesoro. Todo el mundo pierde a sus amigos cuando se muere; pero es muy frecuente que una persona con un estilo de vida ocupado termine perdiendo sus amistades durante la vida.
«La felicidad es una decisión ante la vida»
Ser feliz. El miedo al cambio, el complacer a otras personas y otro tipo de hábitos impiden el desarrollo en plenitud y sólo en el último viaje se revela que la felicidad es una elección que se hace y que las preocupaciones diarias resultan una auténtica pérdida de tiempo. La felicidad es una decisión ante la vida. Liberarse de costumbres y anticuados patrones de comportamiento, esquemas sociales insuflados que limitan e inflexibilizan la alegría. Que el miedo al cambio no nos haga vivir fingiendo, engañando a los demás y a nosotros mismos, reprimiendo elecciones para mantener el confort del postureo. Cuando muy adentro, se anhela reír de verdad y recobrar el atrevimiento de hacer cosas apasionantes hasta padecer de excesiva felicidad.
Pasar haciendo el bien. El sentido de que todo lo que se haga les sirva a otros. La muerte nos emplaza a que hay que aportar durante la vida. Saber no desperdiciar la vida y realizar algo de valor en el entorno que haga ser recordado en la memoria de los que quedan. De igual forma, discernir el mal que se puede realizar con las acciones laborales, familiares y sociales. Al fin y al cabo, todos albergamos el deseo de tener el mejor de los epitafios: Pertransit bene facendo (pasó haciendo el bien).
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Arriesgar en la vida. Son muchas las personas que plantean la desolación que genera el pensar que no les queda más vida y perdieron oportunidades a nivel personal, familiar y laboral. Denotan su deseo de que si volvieran a vivir se expondrían más en cuestiones afectivas, laborales y sociales. Concretan en que hubieran viajado más, conocido más cosas y tenido más experiencias gratificantes relacionadas con sus aficiones. La muerte desenmascara la irracionalidad de los miedos que evitaron aventurarse para vivir, cuando la paradoja es que la vida es un riesgo y quien no arriesga no vive.
«Quien no arriesga no vive»
Disfrutar de la vida. La constatación. Cuando se sabe que la vida dura poco se quiere vivir más experiencias y gozar de todo plenamente. Emplear en su totalidad cada instante y no malgastar días de la vida sin disfrutar, sin disfrutarse y sin hacer disfrutar a los demás.
Cuidar de la vida. El deseo de hacer una vida más sana y la necesidad del cuidado de lo corpóreo para tener calidad de vida. Hacer un uso adecuado de lo físico para no perder capacidades que posibiliten una mens sana in corpore sano.
Amar la vida. Con este último epitafio, se resume la enseñanza de la muerte para la vida: amar. Ante la proximidad de la muerte, todo concluye en un examen del propio amor dejado durante la vida con el deseo lamentoso de que haya sido productivo y beneficioso para todos. Surge el deseo de apreciar más la vida y cristalizarlo en las relaciones afectivas, sociales y laborales. Porque al final todo se reduce al amor y las relaciones.
Algo que llama la atención es que todas estas enseñanzas de la muerte hunden su raíz en las cosas que no se hacen, más allá de estar camuflados a veces en arrepentimientos por lo que se hace. Ya que en el fondo no nos arrepentimos de lo hecho. Y todo lo que hacemos en nuestra vida, bueno o malo, nos ayuda a aprender algo.
«Todo lo que hacemos en nuestra vida, bueno o malo, nos ayuda a aprender algo»
Todas estas enseñanzas que nos aporta la muerte nos ayudarán a actuar con la vida y no dejar las cosas para mañana, para después arrepentirse. Las confesiones de los que van a morir deben ayudar a implementar grandes cambios en la vida y entender que la vida está pasando hoy, que tiene su finitud y que ahora es el momento de vivirla.
«Todos tememos a la muerte pero en realidad es ella la que nos da la vida»
Todos tememos a la muerte pero en realidad es ella la que nos da la vida, ese fin es el que hace que aprovechemos al máximo los momentos, que intentemos cumplir con objetivos dentro de plazos y que valoremos ciertas cosas por encima de otras. Pero muchas veces llega el momento final y nos reprochamos no haber conseguido lo que nos proponíamos, no haber vivido lo suficiente. Saber de qué nos vamos a arrepentir nos puede ayudar a prevenirlo y también nos puede dar cierto insight al respecto de qué es lo que realmente importa en la vida, qué se debe trabajar para aprovecharla.
El principal mensaje es que todos vamos a morir, y que si en este momento nos arrepentimos de algo tratemos de solucionarlo ahora; porque la vida es una elección, una elección que hay que hacer conscientemente, con sabiduría, pasión y honestidad.
Es muy importante que hagamos lo que de verdad importa. Sólo así podremos bendecir la vida cuando la muerte esté cerca.
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