La vida nos llama a otro año, nos invita a una nueva aventura, a un nuevo viaje, a un nuevo desafío. 12 nuevos meses para de-construir y renovar lo construido. 52 semanas para desesperar lo esperado. 365 días para desaprender lo aprendido. 8.760 horas para flexibilizar los relojes. 525.600 minutos para sonreírle a la tristeza. 31.536.000 segundos para fluir a cada instante.
Estamos en el comienzo de los despropósitos. Por eso, la constatación de todo lo no cumplido por el año pasado nos debe instalar en la consciencia del sin sentido que supone desgastarnos en expectativas que no se ajustan a nuestra realidad y nuestra vida. Esa toma de consciencia nos posibilita partir de lo que somos, de lo que tenemos, de lo que realmente queremos. Nos posiciona en el momento presente. Nos confronta directamente con lo que hemos creado y podemos crear si permanecemos en la quietud del presente, desaprendiendo el pasado y desesperando el futuro.
«Podemos crear si permanecemos en la quietud del presente»
Una gran oportunidad para hacer la gran limpieza mental. Tirar todo lo que encadena al pasado que hace daño. Arrojar todo miedo al futuro a la basura, limpiar el guión de la propia biografía, reescribir cada instante para dar la mejor versión ahora. No esperar más tiempo para vivirnos la vida.
render=»1″]
Ya que, si esperamos para vivir la propia vida, otros la vivirán por nosotros. Porque nadie estará pendiente de nuestra espera, a nadie le interesará que naveguemos a la deriva, sin rumbo, sin destino claro porque esperamos que sople el viento a favor.
«Si esperamos para vivir la propia vida, otros la vivirán por nosotros»
Esperar tan sólo nos hará más viejos y cansados, menos presentes y más distantes de nuestra responsabilidad existencial para colorear nuestra manera de estar en este mundo.
Ahora es cuando ocurre, ahora es nuestro momento. Todo lo demás es mentira, todo lo demás tan sólo es la interpretación distorsionada que nos hacemos (o que nos hacen) de la realidad.
¿Realmente nos sobra tantos días de vida para desperdiciarlos en tan sólo sobrevivir? ¿Cuánto tiempo hemos perdido ya viviendo en lo circunstancial? ¿Cuántos instantes hemos dejado pasar? ¿Qué nos retine para no centrarnos en lo esencial? ¿Cuál es el valor añadido de nuestra existencia? ¿Por qué hemos dejado de abrazar(nos)? ¿Y si probamos a amar(nos) sin más? Si en nuestro «avatar” no le damos espacio al amor, ¿para qué todo lo demás?
Preguntas con eternas respuestas para que el destino nos asombre y no nos duerma. Huyendo de las respuestas que inhiban o parcelan los flujos consustanciales de la vida. Preguntas que posibilitan caminos y no levantan tabiques, preguntas que nos despiertan la pasión por cada momento inesperado de la vida. Donde la actualidad no nos inhiba del presente, ni la novedad de lo importante. Dejemos a un lado a esos gurús de la felicidad, a los coaches de la obviedad. Preservemos las preguntas para que estos oportunistas del desencanto no nos trafiquen con respuestas. Pues mientras las respuestas esclavizan las preguntas nos liberan.
Ahora que volvemos a comenzar nuestro mejor coaching es recomenzar. Y para recomenzar hay que partir de lo que ya hay, de lo que ya somos, de focalizar y potenciar todo aquello que ya está instalado en nosotros y nos hace avanzar. Vamos a dejar de centrarnos en repararnos, vamos a dejar de cambiarnos, vamos a dejar de poner el acento sobre lo que no tenemos. Todos tenemos aristas constructivas, todos tenemos partes que nos hacen brillar. Quizás sea la mejor respuesta para incentivar el valor de nuestra mejor versión: alimentar esos matices personales que nos hacen ensombrecer los déficits que limitan nuestra proyección.
«Ahora que volvemos a comenzar nuestro mejor coaching es recomenzar»
Dejemos de habitar en esos mantras de propósitos de año nuevo que nos invitan a anhelar lo mejor de lo mejor, anhelar todo lo bueno, como si la vida nos trajera lo que anhelamos por el simple hecho de soñarlo. Nos dicen insistentemente que «si pensamos pequeño; lo pequeño nos vendrá; si pensamos firmemente en lo mejor, en lo positivo, lo mejor va a venir a nuestra vida”. De entrada, ya nos están frustrando y culpabilizando por ni siquiera proyectar esa eterna felicidad adornada de dietas onanistas y gimnasias consumistas.
La vida es vivencial, para qué tanto anhelar. Somos navegantes y los naufragios son los que nos enseñan a surfear las olas; cada oleaje nos da la oportunidad de ahogarnos o mecernos en la ola hasta llegar a esa otra orilla que a todos nos espera. Cuando somos conscientes de esto descubrimos lo que se nos regala con cada despertar, de las cosas que perdemos por esperar, por miedo a perder, por dejar de jugar. Obviando que aquí hemos venido a jugar y ganamos si aprendemos a perder.
«Somos navegantes y los naufragios son los que nos enseñan a surfear las olas»
Recomenzar. Enero es una excelente oportunidad para seguir, para continuar, para vibrar, para abrazar y para abrazarnos. Para dejar ser parte del problema y comenzar a ser parte de la solución, para dejar de preocuparnos de lo circunstancial y ocuparnos de lo esencial, para recrearnos en el vínculo del amor y el humor, para saber de una vez por todas que no hay nada serio para soñar, que vivirse la vida es la única realidad. En carne y hueso, con los pros y los contras, en las tormentas y en el viento a favor.
render=»1″]
Tan sólo eso, agradecer la oportunidad de vivir, desaprender lo negativo, desesperar lo positivo. De-construir el destino y vivirse en lo cotidiano. Tan sólo consiste en eso. Nada más. Todo lo demás es «telerrealidad”. Esperar es postergar cada oportunidad. Cada tiempo tiene su momento. Y ya hace mucho que empezó la cuenta atrás para darnos cuenta de que no se trata de contar el tiempo, sino de que el tiempo ha de contar (ya que solemos habitar en el cuento que nos contamos o que nos dejamos contar).
A qué esperamos para dejar de esperar, cuando enero nos invita a dejar de esperar.
Porque morir es dejar la vida en espera y vivir es decidir que la vas a desesperar…
|