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«El milagro del amor correspondido» por Juande Serrano

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«El milagro del amor correspondido» por Juande Serrano

No hablamos de un “me gustas, tú también”, ni de un match de Tinder con un par de citas que terminan en ghosting elegante. Hablamos de Amor, en mayúscula. De ese que te toca las fibras más íntimas, que enciende la risa y la piel, que conmueve y despierta partes de ti que quizás habías dejado dormidas. Y de la extrañeza gozosa cuando descubres que tú provocas lo mismo en la otra persona.

Ese amor, el bueno, el profundo. El que no puedes programar en una agenda ni forzar con estrategias. El que a veces llega en el peor momento, con la persona menos conveniente, o justo cuando ya habías jurado que no querías saber nada más de esto. Ese.

La diferencia entre mariposas y amor profundo

Porque la experiencia de que el amor te sea devuelto con la misma intensidad, profundidad y entrega, es poco común. No imposible, claro, pero sí poco común. Como un eclipse que se asoma una vez cada muchos años, y si parpadeas, te lo pierdes.

Y es que, a lo largo de la vida confundimos a menudo las mariposas con el amor. La química inicial, el azar de una mirada que prende, la adrenalina de lo nuevo. Eso es hermoso y poderoso, pero es apenas la chispa. La hoguera —esa que calienta, ilumina y da sentido— necesita otra cosa: madera, tiempo, cuidado, aire compartido.

El Amor profundo no es un accidente químico. Es vulnerabilidad. Es presencia. Es un “me atrevo a dejarme ver”. Y si alguien te mira sin filtros, descubre tus grietas, tus luces y tus zonas sombrías y aun así se queda, eso empieza a parecerse a un milagro.

Un milagro que no cae del cielo, sino que se construye con gestos humanos, cotidianos, casi silenciosos.

La construcción del amor como un milagro cotidiano

Por eso, hoy en día el reto no es enamorarse. Eso puede suceder con facilidad: una mirada, una palabra justa, un roce inesperado. Enamorarse tiene mucho de azar, de química, de casualidades afortunadas. El verdadero misterio empieza después: quedarse. Corresponder. Cuidar ese amor y hacerlo crecer.

Convertir la chispa en fuego, y el fuego en calor que acompaña incluso en invierno. Sostener el Amor es una historia de dos. Una historia que se escribe como quien riega una planta: sin prisas, sin obsesión, pero con constancia. Una historia que pide atención, curiosidad, presencia.

Amar es escuchar con ganas. Es preguntar lo obvio solo para reconfirmar que el otro sigue ahí. Es ofrecer el propio silencio para que el otro lo habite sin miedo. Es saberse responsables, no del otro, pero sí del espacio compartido.

 

Amar es presencia y vulnerabilidad

Entonces sí: el Amor correspondido puede ser un milagro, pero uno que también se construye. Como un puente que empieza desde dos orillas y se encuentra en el medio. Como un poema a dos voces que suena distinto cuando ambas respiran al mismo tiempo.

Y quizás, solo quizás, el Amor correspondido no sea solo cosa de pareja. Quizá sea también una forma de estar en la vida.

Porque amamos de muchas maneras, aunque no las nombremos igual. Nos enamoramos de una amistad que llega como faro en medio de la tormenta. De una conversación a medianoche que nos deja pensando días enteros. De un gesto de cuidado que se guarda en la memoria como un tesoro. Amamos cuando alguien recuerda lo que dijimos hace un mes y lo trae de vuelta como un regalo inesperado. Amamos cuando alguien se queda incluso en los días difíciles, cuando no somos luz, sino sombra. Amamos cuando alguien nos mira de verdad y nos reconoce más allá de las máscaras.

El reto no es enamorarse, sino quedarse

Eso también es un milagro cotidiano. Raro, valioso, luminoso. Un milagro que ocurre en la intimidad de la vida diaria, sin fuegos artificiales, pero con un brillo que dura mucho más.

El Amor correspondido tiene algo que lo distingue de cualquier otra experiencia: su doble movimiento. No basta con dar, ni basta con recibir. La magia aparece cuando hay un vaivén, un ritmo compartido, una danza de entrega y acogida.

Amar sin ser correspondido puede ser poesía, pero también herida. Recibir sin dar puede ser cómodo, pero nunca es real. Solo cuando ambos movimientos se encuentran se abre la posibilidad de sentir que se está habitando un milagro.

Es como respirar: inspiro y exhalo. Nadie puede solo inhalar ni solo exhalar. La vida está en el ciclo. El Amor también.

No obstante, en ocasiones la vida tiene un extraño sentido del humor. A veces el Amor profundo aparece cuando menos lo esperabas, cuando estabas agotada, cuando te habías resignado, cuando tus planes no lo incluían.

Y ahí surge la pregunta incómoda: ¿estoy dispuesta a abrir la puerta?

 

El amor como una danza compartida

Porque el Amor real exige disponibilidad. No disponibilidad de agenda, sino del alma. Requiere que te arriesgues a bajar la guardia. Que sueltes el cinismo que aprendiste como armadura. Que apuestes, aunque sepas que podrías perder.

No es casualidad que muchos se asusten ante un Amor verdadero. Porque un Amor así no se controla. Desordena, remueve, obliga a replantear certezas. Y al mismo tiempo, da la oportunidad de descubrir la versión más viva de una misma.

El Amor correspondido no es cómodo. No es mar en calma: “mar bandeja de plata, mar infernal” que nos cantaba Antonio Vega en El sitio de mi Recreo”. Es más bien un mar profundo: hermoso, infinito, lleno de sorpresas, pero con grandes oleajes que puede hacernos naufragar. Pero hay que arriesgarse a navegar juntos, a discutir, a no entenderse del todo, a elegir volver una y otra vez a la orilla de lo fácil.

El Amor real no elimina los conflictos, los transforma en oportunidades para conocerse mejor. No es ausencia de dificultad, sino compromiso de atravesarla juntos. Por eso es raro. Por eso es valioso. Por eso, cuando aparece, se parece tanto a un milagro.

El amor verdadero no es cómodo, es transformador

Quizás hemos inflado demasiado la palabra milagro. La reservamos para lo extraordinario, lo imposible, lo que rompe las leyes conocidas. Pero hay otro tipo de milagros: los cotidianos. El milagro de alguien que te prepara un café como a ti te gusta. El milagro de una llamada en el momento preciso. El milagro de una carcajada compartida hasta las lágrimas. El milagro de saber que alguien va a estar, incluso si no es perfecto.

El Amor correspondido es uno de esos milagros cotidianos. Tan frágil y tan poderoso al mismo tiempo. Tan raro y tan humano.

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Quizá la clave está en dejar de ver el Amor como un sustantivo (algo que “se tiene”) y empezar a mirarlo como un verbo (algo que “se hace” y “se sostiene”).

Amar no es poseer, es habitar. Amar no es acumular, es compartir. Amar no es esperar perfección, es reconocer la vulnerabilidad. El Amor correspondido no se mide en declaraciones grandilocuentes, sino en pequeñas acciones que suman:

La escucha genuina.

El interés auténtico.

El respeto apasionado.

La ternura que cuida.

El compromiso silencioso de estar.

Eso, y no otra cosa, es lo que convierte el azar químico en destino sostenido.

Amar es un verbo, no un sustantivo

Amar y ser amado a la vez es un privilegio. Pero más allá de la pareja, quizás se trata de aprender a vivir con esa actitud de Amor correspondido hacia la vida misma. Mirar con interés auténtico. Estar presentes. Ver al otro y dejarnos ver. Saber que todo encuentro puede ser, en potencia, un pequeño milagro.

El Amor correspondido es como un eclipse: raro, deslumbrante, inolvidable. Pero también es como una planta: necesita cuidado, paciencia, constancia. Y es como un puente: se construye desde ambos lados hasta encontrarse en el medio. Es raro, sí. Pero existe. Y cuando lo encuentras —ya sea en una pareja, una amistad, un gesto de cuidado, o una mirada que te reconoce—, vale la pena detenerse, agradecerlo y cuidarlo.

Porque, aunque no siempre se dé, cuando sucede, nos recuerda algo esencial: que en este mundo complejo y a veces hostil, todavía es posible el milagro de la conexión. Un milagro humano, cotidiano y profundo. Un milagro que nos transforma, que nos sostiene, que nos hace sentir vivos. Ese milagro tiene un nombre sencillo y eterno: Amor.

Porque al final, el milagro, lo raro, lo valioso, lo luminoso no está solo en “el otro” que nos corresponde, sino en nuestra capacidad de corresponder también, en nuestra voluntad de lanzarse al A-mar. De decir “sí” a la vida con la misma intensidad con que ella nos dice “sí” en cada oleaje de un nuevo amanecer junto a la mar.

Instagram @Psicojuande

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