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«El enamoramiento hormonal dura entre seis meses y dos años», Juande Serrano

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«El enamoramiento hormonal dura entre seis meses y dos años», Juande Serrano

Todo enamoramiento es un flechazo, aunque no siempre la flecha de Cupido sea acertada. Es un impulso subitáneo, que acomete por sorpresa y tiene una calidad exclusiva y totalizadora. Cuando nos enamoramos, todo lo que hay en el mundo, en su florida y exuberante variedad, se contrae a un solo principio dador de sentido. Este fenómeno de reducción de la diversidad en la particularidad desencadena una movilización general del deseo (eros) hacia el ser amado. La persona amada pasa de ser lo único a lo más importante y después… cada cual tiene su historia, pero, en lo que me cuentan del amor, siempre se va de más a menos.

Afortunadamente, esta enajenación mental no es sostenible para siempre, por mucho que los halagos construyan la eternidad y se extingue mucho antes de hacerse viejo. El tiempo suele conspirar en su contra para restaurar la realidad de la separatidad, fragmentada en trozos que no se saben ensamblar. Y aunque se hayan hecho promesas de amor eterno, se presiente que este amor no es de este mundo y que nada hay más efímero que este amor eterno. Dejándose llevar, hoy más que nunca, por esa sensación etérea que lo corrompe todo en la vida y con especial descuido lo más importante que tenemos para habitar en este mundo.

«El enamoramiento hormonal dura entre seis meses y dos años «

Quizás el enamoramiento no sea el único criterio para asegurarse una relación duradera, en la creación de historias eternas vale mucho más saber mantenerse enamorado. Y aunque el amor sea ciego en la primera etapa del enamoramiento, cuando las hormonas nos secuestran, debe construirse posteriormente desde la lucidez para superar esa efímera eternidad. Pero tenemos una enorme confusión en lo que se refiere a las cosas del amor, y al final todo lo dejamos relegado al territorio del instinto o del sentir. Obviamos que el enamoramiento hormonal dura entre seis meses y dos años como máximo, pero el enamoramiento construido, el forjado desde la consciencia, el amor lúcido, puede prevalecer durante mucho tiempo. La excusa perfecta la tenemos: nadie nos dijo que para hacer que el amor dure se debe comprender, cuidar y potenciar a aquello que amamos.

 

A ello se suma nuestra ingenuidad para pensar que uno se enamora de quien quiere según sus preferencias personales. En la actualidad se atribuye el derecho a “elegir” pareja libremente al abrigo de cualquier condicionante externo y al parecer se juzga sensato que la única motivación válida para realizar esa importante elección sea el amor en el sentido de enamoramiento romántico. Hacemos del emparejamiento una cuestión personal y sentimental. Personal porque nadie admitiría hoy que otros decidieran por uno con quién acariciarse, y sentimental porque en estos asuntos sólo cuenta la voz de un corazón estrangulado. Uno podría conjeturar que esta forma de emparejamiento, ya sin función social forzosa, dedicada en exclusiva al solaz de los enamorados, tendría más probabilidad de éxito al ser obra de la libertad y no de la imposición. Y, sin embargo, no hay ninguna garantía de que eso sea así a la vista del registro de rupturas, separaciones y divorcios en imparable ascenso. Con el consecuente estrangulamiento del corazón por el daño colateral de la ruptura que nos constriñe el amor en prejuicios hipotecados.

«En realidad uno no ama libremente»

Pero en realidad uno no ama libremente, uno ingresa en un dispositivo previo en el que se construyen las historias de amor. Nuestra subjetividad afectiva se inserta en un ordenamiento romántico que va construyendo las formas de amar:

  • Todos estamos repitiendo la historia de Adán y Eva, hasta descubrir que la asimetría relacional no tiene nada que ver con el amor.
  • Todos estamos repitiendo la historia de Romeo y Julieta, hasta que la posesividad, la exclusividad y la dependencia trágica destruyen cualquier vestigio de libertad, respeto y empatía tan necesarias para el amor.
  • Todos estamos repitiendo la historia de Don Quijote y Dulcinea, hasta que la frustración de la expectativa idealizada del otro imposible ya no deja hueco para que anide el deseo de descubrir los misterios de la realidad de la otra persona.

Ósea, en todos esos relatos que nos cuentan nunca hay realmente contacto con el otro. Porque la narración radica en proyectar en el otro lo que yo necesito que el otro sea para mi propia felicidad. Donde se proyecta que el amor tiene que ver con uno y no con el otro, tergiversando el sentido de apertura y encuentro que moviliza el enamoramiento.

Al final, todo aparentemente gira en torno a la esfera felicitaría de la autorrealización subjetiva. Ya se sabe, eso del “ámate”, lidérate” y “empodérate” como mantras del universo coachingen el siglo XXI; fórmulas maestras para el ensimismamiento narcisista que tanto imposibilita la construcción del verdadero amor. Un amor que surja en el contacto con la extrañeza del otro, un amor donde la prioridad la tiene el otro, un amor donde me retiro para que el otro sea, un amor como entrega. Porque el amor es entrega. Si en el amor importa más el otro hay entrega. Si hay entrega vas en contra de ti mismo. Si vas a favor de ti mismo en nombre del amor lo que haces es negocio. No se gana en el amor, se pierde. La paradoja de perderse para encontrarse en el amor.

«La paradoja de perderse para encontrarse en el amor»

Y así, presos de las construcciones románticas ajenas, que cada generación de enamorados “compramos”, nos distanciamos del verdadero amor. Y la paradoja es que su consumo nos consume la esperanza de abrazarnos en el amor. El desenlace inevitable en el que ya habitamos es que todos con el corazón estrangulado buscamos un amor grande y nadie con el corazón entregado se ocupa de ser un grande en el amor.

 

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Con todo, nada como el amor. El amor es lo mejor. El amor nos transporta a las cimas de la vida, sin cuyo éxtasis pierde su significado el mundo, reducido a extensión sin profundidad. La capacidad de unir en la persona amada erosy philia, deseo y admiración, prestas a la pasión amorosa que surge de la convicción de que el amor más fuerte y más puro no es el que sube desde la impresión, sino el que desciende desde la admiración.

Por eso, ahora es más necesario que nunca celebrar San Valentín, reivindicar la celebración del día de los enamorados. Homenajearnos enamorados. Porque si eros arrebata un instante en la efímera eternidad, la admiración mantiene perdurablemente vivo ese momento divino cuando el resto de las fuentes del deseo se han secado drenadas por la ley de la entropía universal. Y es entonces, sólo entonces, cuando se hace posible apasionarse por vivir algo tan aparentemente contradictorio como un amor efímero y eterno.

img_4144 Juande Serrano

Psicoterapeuta Transpersonal en Experto en Parejas y duelo

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