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Cómo sobrevivir a la convivencia, por Juande Serrano

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Cómo sobrevivir a la convivencia, por Juande Serrano

Nadie puede elegir de quién se enamora, las coincidencias que genera la atracción entre dos diferencias se antojan misteriosas y caprichosas en esa pulsión del eros para emparejarnos.

El enamoramiento pertenece a las cosas que pasan sin que sepamos qué hacer para que pasen. Nadie puede hacer nada para enamorarse, pero sí para mantenerse enamorado. Por tanto, realmente una no se enamora, sino que es enamorada. Con lo cuál eso de enamorarse de alguien no se busca activamente, sino que pasivamente se encuentra. Y posteriormente es cosa de la proactividad permanecer presente en esa semilla del amor.

De ahí que, para el amor de pareja, sea necesario huir del irracional relato romántico y etéreo que patrocina la dopamina quitándonos todo lo inteligente que tenemos para abrazarnos al desenfreno cuando nos enamoramos. Y aprovechar el impulso para construirse un amor consciente e inteligente. Donde el enamoramiento nos hace decir “te quiero amor” y para hacer la pareja tenemos que decir “quiero hacer amor contigo”.

«En un cerebro enamorado gana la ilusión y pierde la lógica»

Porque, como ya dijimos en otra ocasión, en un cerebro enamorado gana la ilusión y pierde la lógica. El deseo supera a la inteligencia.  Por eso se sentenció aquello de que “el amor es ciego”, ya que, debido a la dopamina, al cerebro enamorado le sobra estupidez y le falta juicio. Quizás nuestra naturaleza humana no tenga otra forma de superar el miedo que da arriesgarnos para emprender el compromiso de superar el abrazo del erizo.

Hoy en día, más que en otras épocas, se suele apuntar que el amor tarde o temprano termina, pero no es cierto, como tampoco lo es afirmar que el amor es indestructible. El amor puede agotarse o no, puede eternizarse o no, puede construirse o no. El amor posee esa fortaleza del encuentro y esa vulnerabilidad para el desencuentro. En él se concretan todas las posibilidades o todas las calamidades. En él se invierten los afectos o se pierde uno en el ego. En el amor, al fin, se instalan los recursos necesarios para liberarse o la fragilidad inmanente para esclavizarse.

«La quinta esencia del ser humano radica en que puede elegir»

En demasiadas ocasiones se suele objetar que tener una relación supone perder la autonomía, cuando probablemente no haya un acto de mayor autodeterminación que decidir con quién se comparte el amor. Somos autónomos porque tenemos la capacidad de decidir con quién queremos compartir la vida. La quinta esencia del ser humano radica en que puede elegir. No hay elección que glorifique tanto esta capacidad tan propiamente humana como decidir si queremos compartir la vida íntima y elegir con quién. Este es el motivo central por el que cuando el amor se disipa y la relación perece se convierte para el despechado en el más grave de los traumatismos sentimentales.

No obstante, cada vez más, desgraciadamente, adolecemos de falta de narraciones en las que la vida de pareja salga bien parada. Tenemos los corazones desilusionados de escuchar tantas historias sobre amores fracasados, sobre infidelidades, sobre la desertización del amor no correspondido, sobres affaires tormentosos, sobre relaciones que se pudren, sobre cómo la habituación derrite el nexo y como las necesidades ya no se satisfacen. A la vez que contamos con muy pocos relatos sobre la felicidad diaria que se cuela en parejas exitosas que se quieren sin mayor pretensión que ayudar a ser feliz al otro porque eso colabora a su propia felicidad.

«La convivencia no es el fin que persigue el amor, sino el medio para desarrollar la pareja»  

«Una cosa es el amor y otra es la convivencia»

La convivencia no es el fin que persigue el amor, sino el medio para desarrollar la pareja. Pero las experiencias cotidianas nos revelan con una brutal sinceridad que una cosa es el amor y otra es la convivencia. Articular mal estas dimensiones en la elección de pareja es fuente de conflictos junto con las siempre miserias domésticas, los estilos de comunicación tan distintos entre hombres y mujeres, las fricciones rutinarias, la coordinación de intereses, los distintos caracteres de las personas, sus biorritmos, las expectativas sobre qué ha de proveer la propia pareja, los reproches que mendigan, la lista de agravios que esperan, etc. La convivencia puede convertirse en una termita en la travesía del amor para que éste naufrague en un mar inmenso de incomprensión y desolación.

Para evitarlo, hay que concretar la cascada de deseos que convoca el amor y marcar con más precisión los lazos de feliz interconexión que se entrecruzan en ese complejo sistema que llamamos pareja.

En el fondo, el amor es la estrategia de la naturaleza para emparejarnos que opera en los circuitos cerebrales para segregar dimensiones como la atracción sexual (las caricias de la piel que encuentra otra piel), el amor romántico (el enamoramiento incendiario que oscila entre unos meses y unos años) y el vínculo duradero (el proyecto en el que dos personas se comprometen a compartir la vida).

 

El fracaso afectivo, normalmente flanqueado de incompatibilidades, ocurre cuando uno ignora en cuál de estos vectores está enclavado y en qué cantidades, o los mezcla con personas distintas que a su vez le demandan necesidades que no coinciden con las suyas.

En el Triángulo del amor, el psicólogo Rober J. Sternberg, implanta una ordenación de parejas con los vértices principales de la intimidad, la pasión y el compromiso. De la triangular relación de estos componentes y sus porcentajes de participación se extraen el espectro de los tipos de relaciones que podemos establecer o por los que puede pasar la pareja:

  • Cariño, con sólo intimidad.
  • Amor insensato, con sólo pasión.
  • Amor vacío, con sólo compromiso.
  • Amor compañerismo, con intimidad y compromiso, pero sin pasión.
  • Amor vano, con pasión y compromiso, pero sin intimidad.
  • Amor romántico, con intimidad y pasión, pero sin compromiso.
  • Amor consumado, con intimidad, pasión y compromiso.

Por tanto, el amor funciona con una compleja interrelación de dichos componentes que como sistemas de motivación en la pareja para su buen funcionamiento requieren eficaces canales de comunicación. Recreando así una conversación que agrupa en las diferentes dimensiones una andanada de sentimientos y deseos para ser compartidos con otra persona cuya complementariedad necesaria convoca los afectos más hermosos que habitan en el alma humana.

Por eso, al fin y al cabo, una pareja es una unidad formada por dos personas enamoradas enfrascadas en una larga conversación. Si la conversación es de calidad, la pareja prolongará su unión en el tiempo. Si la conversación aparece deshilachada, el destino de la pareja se deshilvanará más temprano que tarde.

«Se podría augurar el futuro de una pareja sólo con observar cómo hablan entre ellos»

Se podría augurar el futuro de una pareja sólo con observar cómo hablan entre ellos. Ya que el amor sintoniza más con hablar que con cualquier otra habilidad. Y una buena comunicación requiere el concurso de la inteligencia y de todos los sentimientos que se concentran en la empatía y la bondad (respeto, ternura, comprensión, amabilidad, flexibilidad, generosidad, serenidad, compasión, perdón, confianza, etc.).

«La conversación en la que se encarna el amor no está desprovista de conflictos»

La conversación en la que se encarna el amor no está desprovista de conflictos, pero la diferencia entre la buena y la mala conversación es que una buena fricción se resuelve inteligentemente y en la mala la discrepancia nos distancia peligrosamente. La existencia de conflictos no es ningún problema en una pareja, lo que sí es un asunto muy grave y destructivo es resolverlos con una mala comunicación.

Uno de los riesgos más inquietantes que asolan a la comunicación en pareja es que lo que uno dice y lo que entiende el otro suele ser muy distinto. Esa inquina realidad comunicativa de no entenderse entre lo que se piensa, lo que se quiere decir, lo que se cree decir, lo que se dice, lo que se quiere oír, lo que se oye, lo que se cree entender y lo que se entiende.

También es muy informativa esa estampa en la que una pareja no solo no mantiene contacto verbal alguno, sino que ambos espantan sus respectivos silencios mirando con obsesiva atención la introspección de su teléfono móvil.

Pero lo que erosiona a la pareja hasta reducirla a insostenible es la falta de comunicación clarificadora y reveladora. La indiferencia comunicativa y la comunicación indiferente son responsables de acrecentar la distancia afectiva y proyectiva de la pareja. Luego está la inculpación del otro. Las personas que culpan a sus parejas de los problemas de su relación comunican enfadadas, frustradas, infelices e intensamente insatisfechas. Generando una imposible conversación reparadora.

Sin embargo, las parejas más longevas están compuestas por personas que escuchan bien, que comunican bien, y que ni inculpan al otro ni se autoculpan. Se responsabilizan de resolver los problemas comunicativos y sienten el compromiso de volver a la conversación de pareja que ayuda a la felicidad de su pareja con una escucha activa que le haga de nuevo tener un diálogo incanjeable y exclusivo.

La neurociencia nos dice que los sentimientos positivos se hacen exponenciales con el tiempo y la creencia en el amor determina cómo será en nosotros el sentimiento de amor y la actitud para preservarlo. Así como que la arquitectura de la relación sentimental en la que nos embarcamos se diseña según el tipo de historia de amor que llevamos interiorizada.

Lo que resulta compatible con la idea de que en el amor en pareja no hay nada dicho y hecho. Como ya nos señaló en este siglo Zygmunt Bauman “el amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el impulso de participar en la construcción de esas cosas. El amor está muy cercano a la trascendencia; es tan sólo otro nombre de impulso creativo, y por lo tanto, está cargado de riesgos, ya que toda creación ignora siempre cuál será su producto final”.

Una pareja es la construcción de un proyecto en el que aúnan dos biografías interesadas milagrosamente en la felicidad del otro. Un egoísmo inteligente. Dos soledades que deciden hacerse compañía. Querer a alguien es tomar como propios sus fines. La capacidad de disfrutar de la repetición y escapar de la adictiva necesidad de renovar compulsivamente esa sensación de estar enamorados que es el origen del relativamente reciente nomadismo sentimental que da como resultado relaciones consumistas que nos consumen.

No sabemos cómo nos enamoramos, pero sí podemos saber por qué y comó queremos convivir íntimamente con la persona que nos ha enamorado.

Y aunque el amor nace de ese modo impetuoso, acrítico, como esa locura que ansía su cordura, lleva implícitamente esa necesidad de hacerse, repetirse y eternizarse con una idiosincrasia de fortaleza y vulnerabilidad que lo dota de una singularidad que fluctúa entre lo desbordante y lo insuficiente. Lo que lo arroja a una permanente precariedad inacabada que exige cuidado, dedicación y creatividad. El amor se convierte en una labor, pero no por obligación, sino por devoción. Una labor en que tu yo mejora mi yo. Si te amo, me amo y si me amo, te amo.

«La pareja es una obra de arte en colaboración»

La pareja es una obra de arte en colaboración y el amor es una labor cooperativa para la alegría y satisfacción de sus componentes. Inevitablemente en esta creación laboriosa surge la tensión de que las individualidades que forman la dupla sentimental suspiran por salvaguardar con buena salud su cuota de autonomía, pero simultáneamente estabilizar la interrelación con el otro. Como ya señaló Erich Fromm “la paradoja del amor es, ser uno mismo, sin dejar de ser dos”. Por eso, hay que hacer todo lo posible para querer compartir afectos y lacrar el vínculo, pero sin necesidad de caer en la aterradora dependencia.

No quiero estar todo el tiempo contigo, pero sí toda la vida.

 

img_4144 Juande Serrano

Psicoterapeuta Transpersonal experto en Parejas y duelo

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