En el verano de 1.990, rozando los 91 años de edad, mi abuelo paterno cayó enfermo. Yo acababa de cumplir los 15 y cada tarde, justo después de almorzar, corría al hospital a hacerle compañía para que mis padres y tíos pudiesen atender sus vidas durante un par de horas.
Siempre fue un hombre de actitud tosca, poco dado a las muestras de cariño, y solo en aquellos instantes de fragilidad infundida por la frialdad de la habitación de hospital, fue capaz de rendirse y dejarse agarrar de la mano en silencio mientras los restos de su orgullo lo forzaban a voltear la cabeza hacia el lado contrario y a perder su mirada en algún rincón del cuarto.
Uno de aquellos días, minutos antes de irme, apretó mis dedos con los suyos antes de que lo soltase y me dijo algo que nunca le había oído pronunciar: Juanito, te quiero mucho. Todos los que le rodeábamos nos miramos sorprendidos. Me incliné sobre la cama para poder besar en la frente aquella dureza que, de repente, había decidido quebrarse.
Horas después de haber liberado aquellas palabras, mi abuelo entró en un sueño profundo y falleció. Toda la ternura contra la que había luchado durante su larga vida quedó al descubierto en aquella resumida frase. Cuando nos encontramos cerca del final e intuimos que no hay nada que perder, las máscaras caen y las sombras se reencuentran con la luz.
» Cuando nos encontramos cerca del final e intuimos que no hay nada que perder, las máscaras caen y las sombras se reencuentran con la luz»
La Sombra
En el ámbito de la psicoterapia, denominamos sombra a las áreas oscuras de nuestra psique. Oscuro no ha de significar necesariamente malo o siniestro, sino no aceptado o no reconocido.
En palabras del psicoterapeuta y escritor estadounidense David Richo, «la sombra es todo lo que no conocemos o nos negamos a conocer de nosotros mismos, tanto si se refiere a la oscuridad como a la luz; es la suma total de las características positivas y negativas, de los sentimientos, creencias y capacidades que nos negamos a identificar como nuestros. La sombra es aquella parte de nosotros que no es compatible con quienes creemos que somos o suponemos ser; es el reino que se encuentra más allá de nuestros límites, el lugar donde más estamos de lo que nosotros creemos estar».
A esta zona en penumbra de nuestra conciencia, han sido desterrados todos aquellos aspectos de nosotros que, por una u otra razón, hemos rechazado, negado u ocultado. Todo lo que alguna vez consideramos censurable o poco digno para formar parte de nosotros ─como los sentimientos de envidia, las fantasías de venganza, los deseos inconfesables, las actitudes arrogantes o egoístas, nuestras inseguridades…─, en lugar de ser admitido, atendido y transformado, fue a parar a las mazmorras de lo inconsciente.
No obstante, como queda reflejado en la experiencia con mi abuelo que comparto contigo al comienzo, la sombra en nosotros no es solo la oscuridad que nos esforzamos por esconder, también es la luz que no nos atrevemos a ser. Nace de todas aquellas situaciones en las que por culpa, miedo o vergüenza, reprimimos nuestros sentimientos, renegamos de nuestras opiniones, enmascaramos nuestras vulnerabilidades o renunciamos a nuestros dones e ideales.
«La sombra en nosotros no es solo la oscuridad que nos esforzamos por esconder, también es la luz que no nos atrevemos a ser»
Cada vez que fuimos reprendidos o criticados por manifestar nuestro descontento ─o nuestra preferencia─sobre algún asunto; cada vez que dejamos de ser compasivos con nosotros mismos por haber albergado un «mal pensamiento» o por habernos permitido sentir algo «inadecuado»; cada vez que se nos ridiculizó por mostrarnos sensibles o creativos o soñadores; cada vez que se nos desanimó de explorar y desarrollar algún talento o que escogimos ocultar nuestras cualidades por miedo a ser juzgados…─en definitiva, cada vez que no tuvimos el valor de confiar en la verdad que intentaba hablar a través de nosotros─, un pedazo de nuestra esencia se fracturó y quedó a oscuras.
La brecha entre quienes somos y quienes creímos que debíamos ser fue creciendo.
Nuestra conciencia quedó dividida en dos facciones que parecieran tener voluntad propia para mantenerse enfrentadas entre sí: la parte genuina ─exiliada, negada y no admitida─de nosotros que se esfuerza por salir a la superficie y reivindicar su espacio, y la faceta impostora, prefabricada, la máscara que queremos creer que somos, que ha usurpado el protagonismo y drena toda nuestra energía personal con el fin de mantener bajo tierra todos aquellos aspectos de nosotros que tememos o con los que no nos sentimos cómodos o nos desagradan.
La sombra es todo aquello en nosotros que hemos olvidado cómo amar o, al menos, cómo aceptar. Es la herida del rechazo hacia lo que somos.
El conflicto se desata porque, aunque hayamos decidido no reconocerlos como propios, todos esos impulsos reprimidos no dejan de ejercer su influencia sobre nuestro comportamiento. Mirar hacia otro lado para evitar ver lo que no consideramos aceptable en nosotros, lejos de solucionar nuestras guerras internas, las aviva.
Mientras no sea reintegrada, la sombra se comportará como un niño desatendido que utilizará cualquier situación en la que estemos involucrados para reclamar atención mediante la ira, la frustración, la ansiedad, la depresión, la sumisión, el victimismo, la adicción o a través de cualquier otra forma de negatividad.
Por más que meditemos recitando mantras, que entonemos cánticos al ritmo de un cuenco o que visualicemos ángeles o paisajes evocadores de paz, hasta que no abandonemos la batalla contra nosotros mismos y nos decidamos a desarticular la represión para reapropiarnos de todo lo que nos pertenece (aunque nos incomode) aceptándonos de la cabeza a los pies, no lograremos recuperar toda esa energía que necesitamos para avanzar en nuestras vidas y que permanece apresada en los fragmentos de nuestras almas que hemos ido dejando por el camino a cambio de recibir afecto, reconocimiento y aprobación.
Reuniendo los pedazos
El desafío se encuentra en dar con todas esas piezas desperdigadas de nosotros y ensamblar con ellas el rompecabezas que hemos desarmado. ¿Dónde podemos encontrarlas?
Seré breve y directo: ¡en los demás! La mejor manera de ocultar algo que ni siquiera queremos encontrar es pedirle a alguien más que lo esconda por nosotros.
La proyección se convierte en la herramienta perfecta para no tener que enfrentarnos con lo que nos impide amarnos tal y como somos. Todo lo que no soportamos ─o todo lo que envidiamos─en los demás, es aquello de lo que no somos capaces de darnos permiso a sentir, pensar o expresar.
Cuando no tolero la ira en los demás, es porque no la acepto en mí. Cuando la sensibilidad en otras personas me incomoda, es porque no quiero aceptar que yo pueda ser sensible. Cuando envidio la creatividad o el éxito de quienes me rodean, es porque he renunciado a estas cualidades por no creer que puedan formar parte de mí.
Así, la vida es un espejo disfrazado de otros; un reflejo renegado y no reconocido de nosotros mismos. No podremos alcanzar la paz personal sin reconciliarnos con el mundo, y solo logramos hacer las paces con el mundo cuando exploramos y abrazamos quienes verdaderamente somos.
«Así, la vida es un espejo disfrazado de otros; un reflejo renegado y no reconocido de nosotros mismos»
La ira, la sensibilidad o la ternura ─o cualquier otra cualidad que consideremos inaceptable─no son buenas o malas en sí. En determinados contextos nos serán útiles, y en otras situaciones no serán nuestra mejor opción.
Mi abuelo renunció a dar y recibir la ternura que se merecía durante toda su vida; yo he renegado de una sensibilidad por la que se me ridiculizaba durante muchos años, hasta que, al final, me rendí a ella y la transformé en una fortaleza para conectar con los demás. ¿De qué dones te estás perdiendo tú?
Si has llegado hasta aquí, es hora de bajar la guardia y comenzar a ser tú sin tabúes ni inhibiciones. Es hora de confiar en quien eres de verdad. Ahora, te animo a leer la poesía que sigue y a derribar esas barreras que te mantienen aislado de quien has venido a ser a este mundo.
«Es hora de bajar la guardia y comenzar a ser tú sin tabúes ni inhibiciones»
Recuperar el alma
El alma entrega sus pasos
a senderos que no le pertenecen,
en los que el corazón se extravía
y se adentra,
entre horizontes de olvido,
en los versos de una canción inerte.
Es tiempo de dar la vuelta
y escoger otro lugar adonde ir.
Es tiempo de estar presentes.
El alma hunde la conciencia
en realidades aparentes,
donde sus pasiones mueren
en la agonía
de un universo ciego
en el que la verdad se desvanece.
Llegó la hora de despertar y bendecir
la vida con nuevos significados.
Es hora de abrir la mente.
El alma abandona su esencia
cuando, por aprobación, miente.
Enterrando lo que siente,
como flor marchita,
anhela echar raíces
que la salven de la muerte.
Es tiempo de regalar quien eres
sin esperar nada a cambio.
Es tiempo de ser valientes.
El alma se ata a destinos
que la hipotecan para siempre;
y malgasta su simiente
por miedo
a saltar al vacío
y con ninguna red se encuentre.
Es hora de soltar lo seguro
y abrazar lo inesperado.
Hora de confiar en la Fuente.
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