Vivimos a mil por hora: en una sociedad donde tenemos acceso a todo rápidamente y donde la exclusividad cotiza alto, cuando no es prácticamente imposible conseguirla. Las franquicias se multiplican y seguimos el camino marcado o sugerido casi sin plantearnos otra opción. Una circunstancia que se da en todos los ámbitos de la vida, con la particularidad de que en la moda es más visible. Y términos como ‘must have’ o ‘it girl’ marcando las tendencias no hacen más que enfatizar dicho camino de baldosas amarillas de donde es harto difícil desmarcarse.
Por eso, considero de gran importancia el concepto de ‘valor añadido’, que es por definición lo que aporta la alta costura. Por supuesto que los diseñadores debemos estar al tanto y valorar las tendencias, las actuales y las que históricamente han forjado grandes de esta profesión, pero no podemos quedarnos ahí. Debemos ir más allá y esa será precisamente la esencia de nuestra marca.
Recuerdo con gran cariño un titular que nos dedicó en una ocasión una periodista malagueña, que se refirió a mí como el ‘escultor de los tejidos’. Desde entonces, éste ha sido en cierto modo mi emblema para definir mi trabajo, en el que trato cada tela para dotarla de vida y darle ese toque de diferenciación.
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Bordados en relieve, incrustaciones de pedrería, pailletes, cristal, aplicaciones en punto smock o bajo la técnica de flores al minuto e incluso trenzados con efecto tridimensional son algunas de las técnicas que abanderamos en nuestras últimas colecciones. Sin embargo, lejos de presentar diseños recargados o barrocos, apostamos por modelos sencillos y elegantes, de corte romántico, donde la exclusividad reside precisamente en el tratamiento de los tejidos, además de en un buen patronaje.
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Este valor añadido sobre prendas que, además, están concebidas a medida, realzando las virtudes de la persona que las va a llevar, las hace irrepetibles y extraordinarias. Son únicas desde su diseño hasta su ejecución.
Más de una vez me he sonreído al escuchar algún comentario que alababa la belleza de alguna de las telas elegidas para mis diseños, cuando lo cierto es que no existía tal estampado, sino que se trataba del trenzado de varios tejidos, o bien de uno previamente decolorado y bordado al que también se le habían sumado aplicaciones para dotarlo de uno u otro efecto.
Por eso siempre acostumbro a admirar los diseños de cerca, a escudriñarlos y acunarlos para valorar el trabajo que requieren y que precisamente les diferencia del denominado prét´-à-porter, referido a las prendas ‘listas para llevar’ que son producidas en serie y bajo estándares a medida.
Un valor añadido que yo abandero desde la alta costura pero que realmente no requiere un excesivo coste y que tampoco debe asociarse a una determinada clase social, pues se encuentra al alcance de todas aquellas personas que apuestan por ese toque de distinción.
Se trata más bien de una actitud anticonformista que afronta la moda desde un punto de vista personalista. Da igual que estemos realizando un vestido de novia o que queramos darle un toque singular a nuestros vaqueros añadiéndole una lazada, una aplicación o algún elemento característico que los haga únicos entre todos los demás.
Sólo así dejaremos de ser sujetos pasivos de la moda, dirigidos por ese camino de baldosas amarillas, para pasar a formar parte de la misma y, por qué no, crear tendencia o, al menos, adaptarlas a nuestro estilo para buscar siempre lo que más nos favorezca.
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