Los jóvenes de hoy tienen otras inquietudes y el mercado laboral también está cambiando. ¿Qué papel deben asumir los padres ante hijos que no siguen el camino académico tradicional?
En muchas familias, el momento de decidir el futuro académico de los hijos genera tensiones, inseguridades y desencuentros. Padres que valoran profundamente la formación universitaria se enfrentan a adolescentes o jóvenes adultos que no muestran interés por seguir ese camino. ¿Cómo acompañar esta situación sin imponer, pero sin dejar de orientar?
La respuesta no está en una fórmula única, pero sí en una nueva mirada: comprender que el mundo ha cambiado, que las aspiraciones de los jóvenes actuales no son las mismas que las de sus padres y que, además, el mercado laboral está demandando perfiles muy distintos a los tradicionales.
Menos lineal, más práctico: el nuevo mapa profesional
Durante décadas, ir a la universidad fue sinónimo de ascenso social, prestigio y estabilidad. Hoy ese paradigma está en revisión. Muchos jóvenes entre 15 y 25 años valoran más la flexibilidad, el equilibrio entre vida personal y laboral, el trabajo por proyectos y la posibilidad de emprender o reinventarse varias veces a lo largo de su vida.
Según datos del Ministerio de Educación y Formación Profesional, el interés por los ciclos formativos de grado medio y superior ha crecido notablemente en los últimos cinco años. La empleabilidad en muchas ramas de Formación Profesional supera a la de varias carreras universitarias. Electricistas especializados, instaladores, técnicos en climatización, soldadores, auxiliares clínicos, cocineros, programadores, expertos en mantenimiento o estética profesional encuentran hoy salidas laborales con demanda creciente y buena remuneración.
Escuchar antes que proyectar
Para los padres, este cambio de guion puede ser desconcertante. Sobre todo, si sienten que sus hijos «no tienen ambición» o «no quieren esforzarse». Pero muchas veces, debajo de esa percepción, hay otra realidad: jóvenes que no se sienten identificados con el modelo universitario, que necesitan tiempo para madurar sus intereses o que prefieren caminos más prácticos y tangibles.
Escuchar activamente, evitar comparaciones con la propia juventud o con otros hijos, y dejar espacio a la exploración son claves para generar confianza. La presión suele provocar rechazo, mientras que el acompañamiento sereno abre puertas al diálogo.
¿De quién es el camino?
A veces, sin darnos cuenta, los padres proyectamos en los hijos los sueños que no pudimos cumplir, o las decisiones que hoy tomaríamos si volviéramos atrás con la experiencia adquirida. Esa proyección, aunque cargada de amor y buenas intenciones, puede convertirse en una presión silenciosa que impide a los jóvenes construir su propio camino.
Es natural querer evitarles errores o mostrarles atajos que nosotros mismos habríamos agradecido. Pero no debemos olvidar que nuestros hijos no son una segunda oportunidad para nuestras vidas. Tienen sus propios ritmos, talentos y formas de ver el mundo. No están aquí para reparar lo que nosotros no hicimos, ni para validar nuestras elecciones.
Acompañar no es dirigir. Guiar no es imponer. La madurez está en entender que el camino que ellos elijan —aunque sea distinto al que imaginamos los padres— también puede ser digno, pleno y valioso. Y que el verdadero legado no es la hoja de ruta, sino la confianza para que la escriban con autonomía.
¿Qué buscan los jóvenes de hoy?
Los adolescentes y jóvenes adultos actuales crecieron en un mundo hiperconectado, incierto y acelerado. Para muchos de ellos, la estabilidad no es el mayor valor, sino la autenticidad, la creatividad y el impacto.
A menudo, no rechazan el esfuerzo, sino el sentido de esforzarse por algo que no conecta con su propósito. Muchos valoran aprender haciendo, vivir experiencias laborales tempranas o combinar trabajos con formación online, mentorías o emprendimientos propios.
El reto no está en convencerlos de que sigan un camino concreto, sino en ayudarles a identificar sus talentos, a probar sin miedo a equivocarse y a entender que la vida profesional es más maratón que sprint.
Formar personas, no solo currículos
La buena noticia es que las oportunidades existen. El mercado necesita perfiles diversos. La clave está en acompañar desde la confianza, abrir el abanico de opciones (universidad, FP, oficios, emprendimiento, voluntariado…) y entender que cada joven tiene su ritmo y su forma de aprender.
Formar personas seguras, con pensamiento crítico, capacidad de adaptación y buena autoestima será siempre más valioso que empujar hacia un título sin convicción. Porque el éxito profesional —como el personal— no depende tanto del camino como de la actitud con la que se recorre.