Comienza el equinoccio de primavera. Este año coincide además con la superluna de gusano, la última superluna del año. Málaga empieza a vestirse de flores y colores. Se pone guapa para recibir los meses de marzo y abril. Meses en los que se celebra cada año el Festival de Cine. La ciudad se engalana para convertirse en la capital internacional del cine en español. Se va vistiendo con la alfombra roja y con las blancas biznagas, biznagas que premian a los actores que desfilan por la ciudad durante estos días.
El centro de Málaga se transforma en un plató gigante. Todas las plazas y calles guardan algún secreto para el visitante. Los viandantes se convierten en extras de películas. Los restaurantes y hoteles en parte del atrezzo. La luminosa luz de la Costa del Sol en los focos. Los actores y actrices pasean a sus anchas como cualquier ciudadano más. Los cineastas se infiltran entre el público.
Lo primero que se encuentra el espectador cuando aterriza en la Alameda es la Plaza de la Marina, llena de caravanas, algunas de vibrantes colores. Pero no son caravanas de turistas, sino restaurantes móviles que aguardan a los clientes. Comidas de toda España y de Iberoamérica…Cataluña, Argentina, México…una explosión de olores, colores y sabores diferentes para satisfacer los paladares más exquisitos. Al fondo, un escenario con el logo de Cinema Cocina, la sección gastronómica del festival. Este año, Málaga también se come.
Después de pasear por esta plaza, nos dirigimos hasta el Hotel AC Málaga Palacio, donde se alojan la mayoría de artistas. En la puerta, un séquito de adolescentes, y que ya no lo son tanto, esperan como si de un concierto se tratara. Les preguntamos a quiénes están esperando. Nos dicen que no lo saben. Les da igual quiénes sean, lo que les importa es experimentar en primera persona el festival a través de sus estrellas.
Vamos paseando hasta los Cines Albéniz pero durante el trayecto, pasamos por el Teatro Echegaray, también entregado al Festival de Málaga.
Pero por el camino nos encontramos con varios edificios históricos a los que los malagueños no echamos cuenta en el día a día de nuestra vida cotidiana. Pero si nos ponemos las gafas de visitantes o espectadores del plató en el que se ha convertido la ciudad durante estos días, nos daremos cuenta del valor incalculable de nuestro patrimonio. El Hospital de Santo Tomás o el antiguo Ayuntamiento de Málaga, que albergó el taller del padre de Picasso, nos sorprenderán como los giros radicales de un buen thriller.
Dejamos atrás los Cines Albéniz, antiguos cines que renacieron gracias al Festival de Cine de Málaga. Dejamos atrás el marco incomparable del Teatro Romano a los pies de la Alcazaba, que abraza Málaga desde el cielo.
Nuestra siguiente parada será la Plaza de la Merced, también engalanada para la ocasión. Carteles de estrenos por doquier visten el centro malagueño. También encontramos en esta plaza una taquilla para comprar entradas para el festival. Muestras de los coches oficiales del Festival de Málaga. Asociaciones benéficas se convierten en “Campeones” que copan el terreno de la plaza, que alberga también otro escenario, como en la Plaza de la Marina, en este caso dedicado a la diversidad funcional y a la solidaridad, y una carpa, donde se imparten charlas.
Finalmente llegamos al Teatro Cervantes, epicentro del Festival de Málaga. Parece mentira que sea el lugar de ceremonias. Es por la mañana y el silencio cae sobre él. Las flores se agolpan en el suelo, rodeadas de vallas publicitarias. Unas pocas personas pasean y se detienen a observar la fachada del teatro.
Nadie diría que de noche despierta, a la luz de la luna, devorando arte. Actrices, actores, directores, productoras…desfilan por la “lengua” roja del coloso. Flashes por todas partes deslumbran las miradas de los protagonistas. Sonrisas y miradas llenas de magia e ilusión por parte de los espectadores.
Seguimos nuestro camino cinematográfico por el centro hasta llegar a la Plaza de la Constitución. Su suelo se ha vestido con una alfombra verde como si de la moqueta de un set de cine se tratara. Hay una tribuna instalada. Pero todavía no es Semana Santa. Y una gran pantalla también. Los paseantes pueden sentarse para contemplar los spots de los estrenos de películas, series o cortos del festival. Pueden tomar unas píldoras del séptimo arte para ir abriendo apetito. De forma libre, como es el cine.
Enfrente de esta tribuna improvisada para el festival, nos encontramos con una carpa que nos invita a experimentar la realidad virtual 360º. Prometen hacernos viajar hasta el año 9177, que no es poco, como reza el lema de la entrada. Tres amables jóvenes ofrecen probarse de forma gratuita las futuristas gafas a los curiosos observadores de la entrada. Cuando terminan, sus caras de asombro no tienen precio. La realidad virtual ya no son las gafas rojas y azules de antaño. Ahora sales con cierto mareo, como si de otro mundo hubieras salido. La realidad supera a la ficción.
Terminamos este paseo por la Málaga de Cine en la popular Calle Larios, engalanada de flores rojas, rojas como la pasión por el cine de esta ciudad, como la pasión que mueve al arte en todas sus vertientes. Un trasiego interminable de personas en ambas direcciones se entremezclan con los rostros de las actrices y actores que se encuentran en los paneles.
Algunas turistas extranjeras bromean desfilando por la alfombra roja como si fueran famosas. La gente disfruta de la fiesta del cine en español en la costa española más internacional. Siguen apurando los últimos días que quedan ya para su clausura. El domingo habrá que decir de nuevo adiós. O hasta luego, mejor dicho. Porque nadie se resiste a la fiesta del cine en español. Nadie se resiste tampoco a la cálida Málaga.
El cine y Málaga…Málaga y el cine…un binomio de arte y pasión, un amor a primera vista, un matrimonio que tiene pensado durar mucho, muchos años más.
Redacción y Fotografía: Fran Gallardo Fotografías: Lorenzo Carnero