Existe un vértice invisible entre un amor genuino y un amor egoico. Es como un disfraz del amor. Realimente es algo perversamente sutil en ciertas formas de vincularse: muchas personas no aman al otro, sino al efecto que el otro produce en ellas.
Como un adicto que no desea a la sustancia sino a la sensación que ésta le provoca, se aferran a relaciones no por el otro sino por la necesidad de seguir experimentando placer, seguridad, validación, pertenencia o incluso superioridad. Esto no es amor. Es instrumentalización emocional bien maquillada.
Miedo a perderte vs. miedo a herirte
La diferencia entre una persona que te ama y otra que ama lo que tú le haces sentir está en el origen de su miedo. Quien te ama genuinamente, su mayor temor es lastimarte. Quien está contigo por lo que le haces sentir, su mayor temor es perderte o que dejes de ser lo que necesita que seas.
Y en ese matiz, aparentemente poético, se esconde un abismo emocional, existencial y ético.
El amor auténtico no busca espejos, busca presencia. Porque amar a alguien es estar dispuesto a conocer su alma, aunque lo que encuentres no siempre te guste. En cambio, cuando alguien está contigo por lo que tú le haces sentir, lo que desea no es verte, sino reflejarse en ti. Buscan que seas el espejo que proyecte su ideal, su necesidad o su ego inflado.
Alteridad o absorción emocional
En el amor genuino hay alteridad: tú existes como un otro independiente, legítimo, autónomo. En el amor condicionado hay absorción: tú existes como medio para una experiencia interna ajena a ti.
El amor verdadero es como el sol: da luz y calor sin pedir nada a cambio. El amor egoico es como una lámpara de noche: necesita estar enchufada a una fuente para brillar.
El amor auténtico teme herirte. No teme que cambies. Su brújula interna no es la posesión ni la permanencia, sino el respeto. Quien te ama de verdad se autorregula. Mide sus palabras. Revisa sus actos. Se preocupa por tu bienestar incluso si eso implica confrontarse consigo mismo. No busca tener razón, sino cuidar el vínculo.
En cambio, quien está contigo por lo que le haces sentir teme perderte. No por ti, sino por el vacío que tu ausencia dejaría en su mundo emocional.
En el amor auténtico, el centro es el otro. En el amor condicionado, el centro es la experiencia del yo. El amor genuino dice: “¿Te he hecho daño?” “¿Cómo te has sentido con esto que pasó?” “Quiero entender lo que necesitas.” El amor egoico dice: “No puedo vivir sin ti.” “Me haces sentir inseguro cuando cambias.” “¿Por qué ya no me miras como antes?”
Amor egoico. Cuando la necesidad se confunde con amor
Es sutil. No siempre suena tóxico, muchas veces suena romántico. Pero lo romántico no es garantía de salud emocional.
Es la ilusión del “te amo” que en realidad es un “te necesito”. Ya que hay personas que confunden amor con necesidad. No te eligen, te usan. Pero lo hacen inconscientemente. No se levantan cada día pensando: “voy a manipular”. Simplemente, su estructura emocional no les permite otro modo de vincularse.
Te aman mientras les haces sentir valiosos, deseables, poderosos, especiales o salvados. Pero cuando tú cambias, evolucionas o te liberas de su molde el vínculo se tambalea. Porque ya no disparas en ellos el efecto que los mantenía atados. Y entonces aparecen los reclamos, los reproches y la resistencia al cambio. Lo que duele no es tu transformación, sino su pérdida de control sobre lo que les haces sentir.
Amar es ver al otro en su humanidad
En realidad, amar de verdad es profundamente incómodo. Porque exige ver al otro en su plenitud: con sus sombras, heridas, incoherencias y verdades difíciles. No es amar tu idea de esa persona, sino sostener su humanidad sin intentar modificarla. Quien ama de verdad no busca corregirte, sino acompañarte. Por eso, el que ama se confronta consigo mismo constantemente. Duda, se replantea, pide perdón, aprende. El otro es sujeto de cuidado, no objeto de función.
Heridas de infancia y rendimiento emocional
¿Por qué atraemos más fácilmente amores que nos aman por lo que les hacemos sentir? Porque nos educaron para complacer. Para ser útiles. Para ganarnos el amor con rendimiento emocional.
Desde la infancia muchos aprendieron que solo serían amados si generaban satisfacción, orgullo o agrado. Nadie les enseñó que podían ser amados simplemente por ser. Entonces, cuando de adultos encuentran a alguien que los “ama” por lo bien que los hace sentir, se sienten validados. El ego se infla. Y se confunde validación con amor. Pero el precio es alto: el día que ya no puedas o no quieras cumplir esa función, el amor se marchitará. Y descubrirás que en realidad nunca fue amor: fue adicción a un efecto.
La confusión entre amor y adicción
Hay una forma de distinguir cuándo estás ante un vínculo sano: No necesitas que el otro sea de una forma concreta para seguir amándolo. No temes que cambie, porque no lo amas por lo que representa, sino por lo que es.
El amor auténtico está lleno de libertad. Y la libertad es la mayor prueba de amor: No te encierro para que no te vayas. Te abro la puerta para que si te quedas, sea porque lo deseas, no porque te ata el miedo.
Cómo saber si amas o necesitas
¿Y cómo saber si yo amo o si amo lo que el otro me hace sentir? Hazte estas preguntas:
- Si esta persona cambiara profundamente, ¿seguiría amándola?
- ¿Cuántas veces me preocupo por cómo se siente con mis actos?
- ¿Busco en el otro validación, seguridad, sentido o inspiración?
- ¿Me angustia más hacerle daño o que me deje de querer?
Si la respuesta dominante tiene que ver con el miedo a perder, con exigencias sobre cómo debe ser o con necesidad de función, hay más de ego que de amor.
Detrás del miedo a cambiar, hay control
En consulta, este patrón aparece con frecuencia en frases como: “Siento que ya no es como antes.” “Desde que cambió de trabajo / amigos / look / ideas, ya no me hace sentir igual.” “No quiero que se vaya, lo necesito.”
El trabajo terapéutico aquí implica acompañar a desmontar el yo ideal que se proyectó sobre el otro. Implica aprender a amar sin depender. A cuidar sin controlar. A vincularse desde la presencia, no desde la función.
Amar sin desaparecer
El amor que teme hacer daño es el amor que está dispuesto a sanar. El mayor miedo de quien ama de verdad no es que lo dejes. Es ser causa de tu dolor. Porque sabe que el vínculo no es un contrato, sino una danza frágil. Y se cuida de pisarte los pies, aunque eso implique mirar los suyos.
Mientras que el amor egoico simplemente no quiere que cambies el ritmo. Ni la música. Ni que decidas bailar solo.
Ama a quien te vea, no a quien te necesite. Amar y ser amado no debería doler. Pero si duele, que sea porque estamos creciendo, no porque estamos desapareciendo en función del otro.
Elige relaciones donde el mayor miedo no sea perderte, sino perder el cuidado mutuo. Donde puedas ser tú, incluso cuando eso incomode. Donde el amor no sea un espejo ni un disfraz, sino un espacio de encuentro real. Porque amar de verdad no es buscar a quien te complete, sino a quien te vea completo.
Claves para diferenciar ambos amores:
Amor auténtico | Amor por lo que provocas |
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Miedo a herirte | Miedo a perderte o que cambies |
Te elige con libertad | Te necesita por utilidad |
Se preocupa por tu bienestar | Se preocupa por su experiencia contigo |
Ama tu esencia y presencia | Ama el efecto que le produces |
Te permite ser y evolucionar | Te exige ser como necesita |
Dialoga, escucha, transforma | Reclama, acusa, manipula |
Agradece tu amor | Reprocha como amor |
Un artículo del psicólogo Juande Serrano
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