En un mundo donde muchas veces salimos de casa al amanecer y volvemos al anochecer, es normal preguntarse si estamos preparados para adoptar un perro. ¿Tendré tiempo? ¿Podré cuidar de él como merece? Son dudas legítimas. Pero mientras lo pensamos, hay miles de perros que pasan meses —y algunos, años— encerrados en cheniles, esperando una oportunidad de dar amor y ser amados. Porque los perros no calculan, no reprochan, no guardan rencor. Solo están dispuestos a acompañar, con fidelidad y ternura. Y eso, en un mundo en el que cada vez somos más individualistas y creamos más corazas en el corazón, nos desarma, nos abre a una nueva oportunidad para sentir amor y darlo desde otro lugar.
Por eso, no es casual que se empleen en terapias con personas que han atravesado traumas profundos: su manera de estar, sin juicios ni exigencias, tiene un poder sanador difícil de explicar con palabras. En este artículo hablaremos también de cómo su compañía ayuda a aliviar uno de los grandes males del siglo XXI: la soledad. Adoptar a uno de ellos no es solo darles un hogar, es abrir la puerta a una relación que transforma.
Escribo este artículo con dos de esos seres maravillosos a mí lado: Harry y Trufa.

En familias con niños: crecer con empatía
Para muchos niños, su primer gran vínculo fuera del entorno familiar es con un perro. Cuidar de él les enseña a estar pendientes de otro, a comprender señales sutiles, a respetar el ritmo del otro, a ser más generosos e incluso responsables.
Les regala estructura: pasear, dar de comer, cepillar… Son rutinas que los conectan con la constancia y la responsabilidad. Y, de paso, se fortalecen físicamente, juegan más al aire libre y aprenden que el cuidado es una forma de amor.
Para quienes viven solos: un antídoto a la soledad
Vivir solo no siempre es un problema, pero hay días en los que el silencio pesa más de la cuenta. Un perro no lo llena con ruido, sino con presencia. Te obliga a levantarte, a salir, a mirar el mundo desde otro lugar. Aunque al principio parezca una responsabilidad más, una carga, pronto se convierte en una rutina que estructura el día y da sentido a lo cotidiano.
Su compañía es distinta. No necesita palabras, no juzga, no exige. Solo está. Y esa simpleza, en momentos de tristeza o ansiedad, puede ser profundamente reparadora. Además, su presencia abre puertas a la socialización: saludos en el parque, charlas espontáneas con otros dueños, una red social que surge sin buscarla.
En las protectoras hay perros de avanzada edad que se adaptan muy bien a la forma de vida de una persona mayor. La compañía se vuelve mutua. Es una fantástica opción para abuelos que viven solos o que han perdido la ilusión por vivir. Les aporta propósito y sentido, además de compañía.

En pareja: un vínculo que se fortalece
Cuando una pareja adopta un perro, el vínculo cambia. Compartir el cuidado de otro ser genera una nueva complicidad: turnarse para pasearlo, decidir su alimentación, estar atentos a su salud. Todo eso implica organización, diálogo y acuerdos.
También hay una parte muy bonita en los momentos compartidos. Paseos que desconectan del móvil, excursiones improvisadas, planes pensados para incluirlo. Tener un perro en común es, a veces, el primer paso hacia decisiones más grandes. Pero sobre todo, es una forma sencilla y genuina de construir algo juntos. Esto toma vital importancia en las parejas que no tienen hijos.
Adoptar: una elección con sentido
Hay muchas formas de sumar un perro a la vida, pero adoptar tiene un valor especial. No solo por lo que representa en términos éticos, sino por el vínculo que se crea. Muchos de estos perros vienen de historias duras, de abandono o maltrato. Y sin embargo, siguen confiando, siguen buscando afecto y ofreciéndolo. Cuando encuentran un hogar, lo dan todo. Sin condiciones.
En los refugios hay perros de todas las edades, tamaños y temperamentos. No todos son cachorros, pero muchos ya están educados y listos para convivir. Lo importante es que dándoles una oportunidad, te la estás dando a ti al experimentar otra forma de amor.
Convertirse en voluntario de una de estas protectoras o refugios, también es algo que podemos hacer. Es un acto de generosidad, y nos hace formar parte de algo más grande, de un propósito en el que ayudar se transforma en ayudarse uno mismo.

Bienestar que se nota
Más allá del cariño, vivir con un perro tiene beneficios reales para la salud. Los paseos diarios mejoran la circulación, regulan la presión arterial y ayudan a mover el cuerpo. Pero también pasa algo dentro: estar cerca de un perro genera oxitocina, la hormona del bienestar, y reduce el cortisol, que es el del estrés.
En personas mayores, como decíamos, la compañía de un perro aporta estructura, motivación y una razón para mantenerse activos. También ayuda a prevenir la soledad y, en algunos casos, incluso a frenar el deterioro cognitivo.

Cuando creemos que los rescatamos… y son ellos quienes nos rescatan
Adoptar un perro no es solo sumar un miembro a la familia. Es dejar que entre otra forma de vivir. Más presente, más sencilla, más honesta. Ellos no guardan rencor, no miden lo que dan, no necesitan mucho. Y aun así, lo transforman todo.
Quienes conviven con perros lo saben bien: son ellos quienes nos enseñan a vivir el momento, a emocionarnos con lo pequeño, a mirar con otros ojos. Y al final del día, cuando parece que el mundo pesa, ellos están ahí. Mirándote como si fueras lo mejor que les ha pasado.
Recordamos en este artículo la entrevista que realizamos a la presidenta de la Protectora de animales y plantas de Málaga, Carmen Manzano.