Se conmemora el Día Internacional de la Mujer. Una fecha que como tantas otras no deberían tener una marca en el calendario. Y no debería tenerla porque no tendría que ser necesario dedicar un día a la reflexión, ni dedicar un día a reivindicar nada.
Pero lo cierto es que por mucho que hayamos avanzado, por mucho que las leyes recojan la igualdad y la no discriminación por cuestión de sexo, todavía queda mucho por hacer. Estar juntas y unidas en este camino es más que necesario, igual que lo es que ellos se conviertan en nuestros cómplices. No son el enemigo, no somos ni mejor ni peor que ellos. Sólo somos distintos, y en esas diferencias está la riqueza de la humanidad. Sumando seremos capaces de hacer que la sociedad avance hacia el punto en el que igual que el hombre siempre ha elegido, la mujer pueda elegir, y lo haga libremente.
Desde que comencé con este proyecto me acompañan y asaltan continuamente las dudas sobre el papel que desempeñamos o que tenemos que desempeñar actualmente las mujeres. Yo soy Mujer porque nací mujer y como mujer, soy distinta a un hombre. Aunque creo que las diferencias en los intereses de unas y otros, cada vez están más difuminados.
Nos ha tocado ser mujeres de esa generación bisagra a la que necesitamos echarle aceite para que la bisagra no chirríe.
Tenemos la herencia de nuestras abuelas, de nuestras madres… A ellas les tocó abrirnos camino y transmitirnos sus ilusiones, frustraciones y miedo. Pero también mostrarnos que había otra forma de ser mujer, de hecho hemos visto que hay muchas formas de ser mujer.
«Hay muchas formas de ser mujer»
Puedes apostar por tu carrera profesional, renunciar a la maternidad, ascender puestos y situarte en lo más alto de tu empresa, ser una gran empresaria, hacer oposiciones y entrar como funcionaria en la administración, buscar un trabajo de media jornada, trabajar por cuenta ajena, montar tu pequeño negocio, acceder a la Universidad, hacer un curso profesional, completar todo con un master, dos masters, tres masters, pero no podemos renunciar a nuestra esencia de mujer. Una esencia que no se limita a la maternidad.
«Nuestras madres nos dijeron que podíamos. Que debíamos aspirar a llegar donde habían llegado los hombres»
Nuestras madres nos dijeron que podíamos. Que debíamos aspirar a llegar donde habían llegado los hombres. Que teníamos que hacer una carrera, ascender, tener libertad económica, financiera y de actuación en la vida. Nos dijeron que nosotras podíamos elegir y pusieron la escalera ante nosotras para que fuésemos subiendo peldaño a peldaño. Aquello sonaba muy bien.
Mientras ellos seguían a su aire. Mirando de reojo. Sin saber muy bien qué pensar.
Y nosotras metimos la feminidad en un cajón, lo intrínseco que nos acompaña por el hecho de ser mujer y decidimos que les íbamos a demostrar que no éramos el sexo débil. (Que por otra parte, nunca lo habíamos sido.)
Arrasamos en la Universidad, conseguimos los mejores expedientes, nos incorporamos al mundo laboral, lucharon por sus sueños de ascender aquellas que los tenían, y a aquello le llamamos libertad. Evidentemente todo esto tristemente aderezado con «anécdotas” cargadas de una sociedad machista de la que venimos. La niña, la rubia, la que lleva las faldas cortas, la mojigata, la tía buena de administración… Y nosotras entramos en ese juego. Libertad, libertad, sin ira libertad… ¿Era el precio que teníamos que pagar?
Soy de las que creo que llevamos impregnados en los genes la carga de nuestros antepasados, la carga genética de ser mujer, las hormonas, los revuelos, la pasión, las emociones a flor de piel, pero queríamos ser hombres, queríamos ser iguales. Éramos la superwoman que en la foto quedaba genial. Ya no había que gritar aquello de «¡a las barricadas!”. Poco a poco íbamos accediendo a cuotas de poder mientras descubríamos que perdíamos ese poder sobre nosotras mismas. Retrasamos la maternidad. Por fin contábamos con los medios para decidir cuándo queríamos ser madres. Por fin podíamos elegir cómo vivir nuestra sexualidad, aunque nos siguieran tachando de putas por hacerlo. Sólo había que tragar saliva, mirar para otro lado y seguir haciendo uso de nuestra libertad.
«Poco a poco íbamos accediendo a cuotas de poder mientras descubríamos que perdíamos ese poder sobre nosotras mismas»
Y en ese ascenso algunas apostamos también por la maternidad. Y sentimos esa sensación de tragarnos las lágrimas al dejar a nuestro bebé con quien tocase al incorporarnos al trabajo. Y sentimos el alivio de no pasar el día entre biberones y pañales. Extraña conjunción que muchas hemos vivido y las más jóvenes viven todavía.
Pero si éramos ‘superwoman’ podíamos hacerlo todo, ser buenas trabajadoras, empresarias, madres, esposas…y podíamos hacer mucho más y encima ser felices.
Eso nos contaron y eso nos creímos mientras nos bebíamos a sorbitos la frustración. Hasta que nos dimos de bruces con el techo de cristal. Hay quien lo ha atravesado, quien sigue dándose golpes contra él en su afán por querer llegar y seguir ascendiendo con una mochila que pesa demasiado. Y hay quien subiendo los peldaños pensó que ni siquiera quería llegar. En un lado de la balanza, sacrificio y renuncia; en el otro, igual.
La culpa, el sacrificio y la renuncia, y más las tres juntas, son malas compañeras…
Hace tiempo que me quité la capa, el disfraz de súper nada, hace tiempo que puse todo en una balanza y que dejé de creerme los discursitos de la «igualdad”. Todavía el peso de la familia recae en la mujer, el peso y el honor. Porque en estos últimos años ha habido también una vuelta a la ‘mami pollito’ que es plenamente feliz siéndolo, y tampoco creo que eso esté mal, mientras sea una elección libre. La mayoría, aunque quisiera, no puede ni permitírselo si quiera llevar el nivel de vida que nos hemos impuesto.
«En estos últimos años ha habido también una vuelta a la ‘mami pollito'»
Estamos ante un nuevo paradigma, ante un momento en el que para avanzar hay que de-construir todo y volver a empezar, o quizás retomarlo en algún lugar en el que tomamos un camino que no nos ha llevado a esa «autorrealización total”.
La mujer ha entrado en una lucha con ella misma de la que ya veremos cómo salimos. Yo tengo mi propia teoría que puedes o no compartir, y posiblemente me quede escasa con los argumentos. Esto es un artículo no una tesis doctoral ni un proyecto de ley. Es únicamente mi punto de vista, pero como es mío, está limitado a mi entorno y a las experiencias que percibo.
«Somos víctimas de nosotras mismas»
Somos víctimas de nosotras mismas. Primero de la mujer que ve cada una ante el espejo con sus limitaciones, creencias y sueños, y a la vez somos víctimas del resto de mujeres.
Ellos siguen mirando de reojo, algunos han hecho un pequeño movimiento hacia un lado o hacia otro, pero siguen siendo en muchos casos meros testigos desorientados de este proceso que estamos viviendo nosotras. Y en cierto modo lo entiendo, estamos en un punto en el que ni nosotras mismas sabemos lo que queremos. Cuando digo ‘nosotras’ hablo como colectividad –poco corporativista, por cierto–.
Decía que somos víctimas de nosotras mismas porque nuestra esencia de mujer, por mucho que la encerramos en su momento en un cajón, termina por salir. Recordándonos que tenemos la naturaleza más grande y más sabía. Y que sin embargo hemos renunciado a ella, o lo hemos intentado. Es ese momento en el que en nuestro interior se produce una batalla campal.
«Nuestra esencia de mujer, por mucho que la encerramos en su momento en un cajón, termina por salir»
Decía que somos víctimas de otras mujeres porque estamos continuamente juzgándonos, machacando a la de enfrente, a la que no piensa o actúa como nosotras y tenemos que empezar YA, de una vez, a RESPETARNOS. Nos pasamos la vida siendo juez y parte.
Ahora nos toca ser valientes, apostar por nosotras, ha llegado el momento de ser coherentes.
¿Quiero que a mi pareja le den un mes de baja por paternidad o quiero que me lo sumen a mi baja y no tener que dejar a mi bebé con 16 semanas?
¿Quiero ser coherente con mi condición de mujer y contratar como empresaria a mujeres que se pueden quedar embarazadas?
¿Quiero realmente facilitarle a una madre la flexibilidad horaria? En muchos casos es ¿me lo puedo permitir?
¿Quiero contratar a una mujer de 40 y tantos que dejó de trabajar para criar a sus hijos y ahora se quiere incorporar?
Y así hasta el infinito… Seamos coherentes. Todas.
Al menos en mi entorno he podido comprobar como las que no tienen hijos tienen en la mayoría de los casos las mismas opciones que un hombre, aunque este tenga hijos. Porque claro, no es igual…
Pero lo que decía, que tenemos que aprender a respetarnos. A respetar la forma de ser mujer de cada una. No podemos ser nuestras mayores enemigas.
«Tenemos que aprender a respetarnos. A respetar la forma de ser mujer de cada una. No podemos ser nuestras mayores enemigas»
Que Samantha Villar dice que los niños restan calidad de vida, las súper madres contra ellas. «¡Vamos, todas a flagelarla! Y si podemos insultarla mejor”
Que fulanita deja su carrera profesional para dedicarse a los niños. «Será tonta. Eso, a que la mantenga el marido. ¿Luego cómo se va a reincorporar? Vas a ver como la deje por otra… ¡Vamos a flagelarla!”
Y nos miramos al ombligo, ponemos etiquetas según nos parece a nosotras y no hay nada más allá. ¿De verdad queremos que los hombres se sumen a esto? Ellos presencian este espectáculo y entiendo que no sepan muy bien qué pensar. Y ojo, que no les resto su parte de culpa. Somos «esas” que vinimos a quitarles la hegemonía total.
Estamos en un momento en el que todo es como un gran puzzle en el que forzamos que las piezas encajen, pero no están todas y las que están la mayoría no tienen la forma complementaria, no pueden encajar.
«Es como un gran puzzle en el que forzamos que las piezas encajen, pero no están todas «
Las medidas que adoptan los políticos están muy bien, aunque siempre resultan insuficientes. Mientras parte de la lucha de muchas mujeres que están en el poder enarbolando la bandera de la «igualdad” sea por emplear el lenguaje en femenino y masculino, el «compañeros y compañeras”, el «bienvenidos a todos y a todas”, o si es importante que se fomente que los niños jueguen con la cocinita y con las Barbies y las niñas con los camiones, o que no vistamos a las niñas de rosa… creo que vamos regular nada más. No dedicaría ni un segundo más a eso con la realidad que tenemos ante nosotros y nosotras. (Va por ustedes y ustedas) A algunas os va a sentar mal esto, lo siento. Respeto lo que opinas aunque no lo comparto. Respeta lo que opino aunque no lo compartas.
Hace poco una amiga empresaria de las que tiene a centenares de personas a su cargo me decía: «¿Tú crees que una mujer quiere que les pongamos una guardería en la empresa?, que es lo que nos están pidiendo los sindicatos. Si hablas con ellas lo que quieren es que les des un horario continuo para poder irse a las 4 de la tarde a su casa y estar con sus hijos. Porque la que tiene un sueldo medio no puede permitirse ni siquiera dejarlos con alguien cuando salen del colegio o contratar a una persona que limpie y la descargue de las tareas del hogar. Lo que quieren es tiempo”.
Pues eso, que esto es un lío. Y no hablo de los horarios de los colegios públicos, y no hablo de que hemos convertido a los abuelos en nuestros sirvientes, y no hablo de las carencias emocionales de los niños y las niñas que están en edad adolescente en la actualidad, ni hablo de las niñas de 12 años que se exhiben medio desnudas en Instagram, ni en nuestro refugio para lavarnos la conciencia de «le doy tiempo de calidad”, ni hablo de cómo se multiplican los problemas cuando además de mujer y madre eres divorciada…
Conversación con mi hija María (12 años) en una de sus interrupciones mientras escribo esto:
- María, tú cómo ves a la mujer.
- Con dos ojos, una boca…
- María, en serio. ¿Cómo ves que una mujer quiera ser directora de una empresa y llegar muy alto?
- Pues si eso la hace feliz…
- Y, ¿Cómo ves a una madre que lo que quiere es no trabajar y cuidar a sus hijos?
- Pues si eso la hace feliz…
Pues ahí estamos. En ese punto caótico en el que cada vez que publico algo que en el titular lleva la palabra «Igualdad” nadie lo lee, se cuentan con los dedos de la mano las visitas. Y, ¿sabéis por qué? Porque hemos dejado de creer en esa palabra y en lo que se supone que tiene que suponer, aunque lo decimos bajito y sin que nadie nos oiga. Porque no somos iguales ni entre nosotras mismas, ni queremos lo mismo. Tenemos que empezar por tener más corporativismo, más respeto las unas por las otras, porque juntas somos más fuertes y seremos mejores.
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