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En modo maruja

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En modo maruja

Este domingo tiene como banda sonora la lavadora y el lavavajillas, los aromas a lejía y a amoniaco y la brisa del vapor de la plancha. Desde que me he despertado el día ha ido tornando en jornada marujíl. Eso que tan poco me gusta. Admiro a esas mujeres que llegan a ser grandes directivas, empresarias, pero también a esas otras, y supongo que no es excluyente, que junto al gen de ser mujer llevan el de «apañada”. Nunca me han gustado las tareas de la casa. Podría llegar a decir que las odio. Pero alguien tiene que hacerlo…

 

Por suerte en alguna etapa de mi vida he podido contar con ayuda externa a diario. Eso es una bendición. Llegar a casa y todo recogido, ordenado y limpio. (Si vives en esa etapa da las gracias a cada minuto por ello) Sin montañas de ropa para planchar amenazantes en algún lugar recordándote que o te pones a ello o seguirá creciendo hasta llegar al techo. Pero eso sí. Esta todo colocado estratégicamente para que no vuelque y acabe en el suelo. Sábanas, toallas, bragas, camisetas, vestidos y camisas conviven en esa sala de espera pacientes a que llegue el cirujano y acabe con sus arrugas. Pero es que esa cirujana soy yo. Por el momento que esperen. Les dejaré alguna revista cerca para que se haga menos pesada la espera. 🙂

Como la vida son etapas ahora no puedo contar con nadie para que me ayude con la limpieza, me recuerdo. Así que si anoche estaba en una maravillosa fiesta de alta joyería en Puerto Banús hoy me ha tocado remangarme y ponerme a limpiar y ordenar con todo lo que ello conlleva.

Me levanto. Ana llevas toda la semana mirando para otro lado. Porque además cuando trabajas desde casa las manchas se ven con luz. Con luz y claridad. Vaya, que no puedes evitar que se te claven en los ojos. He optado por ponerme dos parches a los lados. Como esos caballos que pasean a turistas. Ah, lo siento, yo no he visto nada.

Voy a la gasolinera que hay al lado de casa a comprar el pan. Y me encuentro con una de esas amigas del pasado «biencasadas”, que no trabaja y tiene interna.

-¿Cuánto tiempo? ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Ahora que seguro tienes más tiempo a ver si te veo por el club.

Sapos, culebras y demonios emergen de mi estómago proyectándose por todas las partes de mi cuerpo.

-Pues supongo que ya habrás visto en Facebook que saco un nuevo proyecto. Trabajo hasta los fines de semana pero hasta que no arranque apenas me queda tiempo para nada. Además ya sabes, los niños, la casa…

-¿Qué me vas a decir a mí? Me ha salido un herpes sólo de pensar que llegan las vacaciones, los niños no tienen colegio, comen a diario en casa y le tengo que decir a la chica todos los días lo que tiene que hacer de comer. Tengo un estrés…

Sapos, culebras, demonios y arañas y hasta la espuma me llega a la boca, pero me callo.

-Ya ves hija, lo complicado que es ser mujer.

Ana contente. Y es que en esos momentos hay que hacer un ejercicio extremo de empatía y entender que ella no puede ni por un asomo entender tu situación. Sin problemas económicos ni nada que hacer en todo el día, más que ir al gimnasio y llevar y recoger a niños del colegio. Que ya es. Entonces imagino que si yo hubiese estado en ese camino a lo mejor también me estresaba tener que decirle a la chica que hacer de comer.

Mato sapos, culebras y hago exorcismo con los demonios mientras quito el polvo, coloco la plancha y como una valiente comienzo a escalar la montaña de ropa. Una hora después tomo la decisión de que ni toallas ni sábanas se planchan. Se acabó. ¿Qué es lo indispensable para echar la semana? Pues eso. Hala. Otra cosa fuera.

Voy a colocar la ropa en el armario de las niñas. Creo que se me han salido los ojos de las órbitas modo dibujo animado. ¿Cómo se puede tener tanto desorden? Todo mezclado. ¡Up! Me sorprendo hablando como mi madre. El gen de ser apañada con las tareas del hogar no se me ha concedido, pero el de repetir las frases de mi madre creo que lo llevo incorporado en algún chip. ¿Qué creéis que soy vuestra esclava? Yo no puedo con todo. Ya sois dos señoritas, tenéis que colaborar. Y no os pido que limpiéis, pero al menos que no ensuciéis tanto y tengáis vuestras cosas ordenadas.

-Mamá estás fatal.

-Pues como me ves te verás. – Tono amenazante. Eso también me lo decía mi madre.

 

Suena el teléfono. Domingo 1 de la tarde. Sol, calor, día maravilloso de playa y arrocito donde los haya.

-¿Qué haces?

-Pues aquí estoy en plan maruja que si no está semana me va a comer la porquería.

-Yo me he dejado todo sin hacer. Tengo toda la ropa sucia, pero me da igual. He quedado a comer con fulanito en la playa. Entre semana no tengo tiempo. Pero es que hoy necesito relajarme. ¿Te vienes?

 

Sapos, culebras, demonios, arañas y hasta la espuma me llega de nuevo a la boca, pero me callo.

¿Qué no tiene tiempo dice? Sin hijos, sin pareja, termina de trabajar a las tres…

La espuma se transforma en verde. Ana, contente. No sé si os pasará a vosotras, pero normalmente cuantas más cosas tengo que hacer mejor me organizo. Esos periodos que no tengo a los niños, o estoy de vacaciones es cuanto menos cosas hago, aunque tenga mucho más tiempo. Ana, empatía. Si tú estuvieses en su situación seguro que te pasaría lo mismo.

-No, déjalo. Gracias. Tengo una semana bastante liada y quiero aprovechar hoy. Además, tengo a una amiga de las niñas en casa y están por aquí con los vecinos jugando. Dale recuerdos a fulanito y pasadlo bien.

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Saco el hacha. Hay que seguir matando sapos, culebras y exorcizando a los demonios. ¡Madre mía; si son más de las tres! ¿Qué hago de comer si no tengo de nada? Unos espaguetis. Enseguida me viene a la cabeza la receta más sencilla del mundo y me pongo manos a la obra. Me salta una notificación de whatsapp. Fotón de club de playa de San Pedro. Mi amiga ya ha llegado a su destino. – Ana este sitio es una pasada.

No doy abasto matando tanto bicho. Ahí debería estar yo con un Daiquiri en la mano.

Bueno, ya que estoy en faena voy a hacer algún experimento para comer que hoy paso de pasta. ¿Qué hay por ahí? Um. Voy a inventarme algo tipo salmorejo pero le voy a añadir algunas cosas más. Aguacate por aquí, manzana y cebolla por allá… ¡Madre del amor y la soledad dolorosa! Creo que me apunto a los espaguetis.

Haz comida. Pon la mesa. Recoge la mesa. Limpia la cocina. Termina de colocar todo lo de la plancha. Ana, te has quedado sin tabaco. Voy a ir dando un paseo y a ver si así me despejo.

Y tanto que me he despejado. Cuando he llegado a comprar tabaco la decisión estaba tomada. Dejo de fumar si hace falta, pero yo meto a alguien que me eche una mano con la casa un par de veces por semana. Y es que ni valgo, ni me gusta, y encima me va a provocar una úlcera de estómago del mal humor que me pone.

Llego a casa mucho más relajada. Bien. He tomado una decisión importante. No soy perfecta, no puedo tirar con todo para adelante. Abro la puerta y sorpresa. Tengo a todo el vecindario de niños recién llegados de la piscina en el salón. Mi suelo recién fregado. Mis sofás…

Se acerca una de mis hijas y me dice al oído «mamá acuérdate que me tienes que echar el recordatorio de los piojos y pasarme la liendrera”. ARRRRRGGGGGGGGGGGGG Esto no se acaba nunca. Cada vez que mandan un mensaje de esos de «se han detectado casos de pediculosis en el centro” me pongo mala. Es recibirlo y embadurnarlas en loción por si acaso…

Empiezo a desear que me salga un herpes del estrés de decirle a la chica lo que tiene que hacer de comer. Así que apago el modo maruja y me voy a la terraza con un libro a desconectar. A esto es lo que llamo yo tener problemas del primer mundo. Peor lo tenían nuestras abuelas… Así que me propongo disfrutar de lo que queda del día. El resto ya me da igual. Y si cuando se vayan todos hay más agua y más césped en mi salón que en la propia piscina imaginaré que es maravilloso esto de convivir en plena naturaleza sin salir de casa.

 

 

Ana Porras Guerrero

Directora en Yo soy Mujer

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  • Crecí (poco, no llego al metro setenta) en una casa en la que se planchaban sábanas, toallas, paños de cocina, calcetines y ropa interior. Lo de planchar y doblar las sábanas bajeras lo dejamos para el Octavo Círculo del Infierno de Dante.

    Un beso, Ana.

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