Nos han enseñado a creer que el amor es un bien escaso, que solo puede dirigirse a una persona a la vez, sobre todo cuando hablamos de amor de pareja. Sin embargo, en cuanto hacemos la pregunta de otro modo, la respuesta es evidente.
Si tienes padre y madre, ¿amas a los dos? Si tienes varios hijos, ¿los amas a todos o solo a uno? Si tienes varios amigos, ¿solo amas a uno de ellos? Y si amas a varios, ¿quiere decir que a uno le amas más que a otro? No, ¿verdad?
Nos han enseñado a creer que el amor necesita un destinatario concreto, que es una emoción vinculada a una relación específica y que solo se justifica cuando hay una conexión personal o emocional establecida. Pero esta idea, lejos de definir el amor, lo limita.
El amor, cuando se comprende en su verdadera esencia, no es solo un sentimiento que se despierta en la interacción con otra persona. Es un estado del ser, una forma de estar en el mundo. Se puede amar sin poseer, sin que exista reciprocidad, sin que haya contacto físico o una historia compartida. Se puede amar sin necesidad de tener una relación con alguien. Y para entender esto, hay que trascender lo que nuestro ego nos dice sobre el amor.
El ego interpreta el amor bajo una lógica de escasez y propiedad. Desde esta perspectiva, el amor es algo que «se gana», «se merece», «se otorga» o «se pierde». Esta visión nos hace creer que el amor es un intercambio condicionado: «te quiero porque tú me quieres», «te quiero porque me haces sentir bien», «te quiero porque compartimos una historia».
Pero cuando el amor depende de lo que el otro haga o deje de hacer, no estamos hablando de amor incondicional, sino de una necesidad emocional disfrazada de amor. El ego busca seguridad, exclusividad y garantías. Quiere poseer y ser poseído. Pero el amor auténtico no responde a estas reglas.
Imagina que caminas por la calle y ves a un niño jugando, riendo con total libertad. No lo conoces, no tienes ninguna relación con él, pero por un momento sientes una ternura genuina. O imagina que contemplas a una pareja de ancianos que se toman de la mano y, sin ser parte de su historia, te conmueve la profundidad de su vínculo. Ese sentimiento de amor espontáneo no tiene que ver con la posesión ni con la reciprocidad.
Lo mismo ocurre con las personas que han impactado nuestra vida, aunque nunca las hayamos conocido personalmente. Puedes sentir amor por un autor cuyas palabras han transformado tu forma de ver el mundo. Puedes sentir amor por alguien que, con su existencia, ha despertado en ti algo profundo. Y, sin embargo, no hay una relación entre vosotros.
Este tipo de amor surge cuando comprendes que el amor no es una transacción, sino un estado de apertura.
El problema surge cuando confundimos el amor con la estructura de la relación. Se puede amar a varias personas a la vez porque el amor no es algo que se elige racionalmente. Es un fenómeno que ocurre, una conexión que surge y se profundiza, a veces incluso en contra de nuestros propios deseos o circunstancias.
Puedes enamorarte de alguien, aunque acabes de conocerlo, aunque no quieras una relación con él. Del mismo modo, cuando una relación termina, el amor no desaparece de inmediato. Puedes sentir dolor, decepción o incluso resentimiento, pero el amor, en su esencia, no es algo que obedezca a la lógica o la voluntad.
Decir que solo podemos amar a una persona a la vez es confundir el amor con la monogamia. La monogamia es un modelo relacional, una decisión social y culturalmente influenciada, pero no una ley del amor.
Podemos elegir un compromiso exclusivo con una persona, pero eso no significa que nuestra capacidad de amar se limite a ella. Sentir amor por más de una persona no significa traicionar ni dividir el amor, porque el amor no se fracciona: se expande.
El problema no es cuántas personas podemos amar, sino el miedo que nos han inculcado a lo que eso significa. La idea de que amar a más de una persona resta valor al amor que sentimos por otra es una herencia del pensamiento posesivo y competitivo del ego.
Pero el amor real no se divide ni compite. Si amas a tu madre, eso no significa que ames menos a tu padre. Si amas a un amigo, eso no significa que el otro deje de ser importante. Entonces, ¿por qué con el amor de pareja tendemos a pensar diferente?
El amor es algo mucho más profundo que una simple conexión emocional o personal. Se puede amar a muchas personas sin necesidad de tener una relación con ellas. Se puede amar sin poseer, sin reclamar exclusividad, sin que el amor hacia una persona invalide el amor por otra.
Cuando entendemos el amor como algo más profundo de lo que el ego puede comprender, nos liberamos de la necesidad de encasillarlo en una relación específica. Amar es una experiencia de conexión con la existencia misma, y no tiene límites impuestos por nuestras normas culturales o personales.
Se puede amar a la cantidad de personas que uno quiera. Y si crees que no, es porque sigues viendo el amor a travésdel filtro de la posesión y la exclusividad. El amor no se elige, pero sí se elige cómo vivirlo. Y ahí es donde radica la verdadera diferencia entre amor y relación.
Si te resulta difícil aceptar esto, pregúntate: ¿cuántas veces has sentido amor por alguien, aunque supieras que no era la persona con la que debías estar? ¿Cuántas veces has sentido que amabas y a la vez no podías seguir en una relación? El amor no es el problema. El problema es el miedo a que amar a más de una persona rompa el esquema en el que nos han dicho que debe encajar el amor.
La cuestión no es si es posible, sino qué eliges hacer con el amor que sientes. Porque, aunque el amor no se elige, la relación que construimos con cada persona sí se elige. Ahí es donde entran los valores, los acuerdos y la honestidad con uno mismo y con los demás.
El amor no es un bien escaso, la gran y única pregunta existencial es: ¿cómo decides vivirlo en ti? ¿de manera limitada o de manera expandida?
Un artículo de Juande Serrano