La felicidad puede ser amarga. Más allá de un oxímoron emocional, esta sentencia encierra una verdad cada día más patente. Hay una presión social por ser feliz, o por aparentarlo, que antes no existía. Y eso no hace que seamos más felices. Más bien todo lo contrario.
La felicidad se ha mercantilizado y las empresas la han convertido en una herramienta para conseguir más productividad. Por un lado, las marcas asocian sus productos a la felicidad; lo que tiene como consecuencia que este sentimiento, que era un fin en sí mismo, se haya convertido en una forma de mostrar poder, salud y estatus. Todas las ideas de felicidad siempre acaban en una tienda. Por otro lado, el concepto de felicidad se ha trasladado de la esfera privada a la pública. Ya que se ha pasado de buscar discretamente la felicidad a proclamarla a los cuatro vientos en las redes sociales. Lo que todo ello convierte a la felicidad en un ideal difuso, una nueva religión a la que rendir culto, una aparente fotografía de alegría, una eufórica ansiedad por ser felices…
El problema no es que ansiemos ser felices, sino que estemos nutriéndonos de los mensajes equivocados. Y los mensajes más perversos de todos son aquellos que se propagan como un virus en las redes sociales. Aquellos que nos animan a sonreír, a buscar la felicidad, a vivir cada día como si fuera el último. La televisión y las redes sociales nos bombardean con mensajes positivos y nos hacen ver que todo el mundo a nuestro alrededor lo es. La tiranía de lo positivo se ha colado con virulencia en nuestros Facebook, Instagram, etc.
«El problema no es que ansiemos ser felices, sino que estemos nutriéndonos de los mensajes equivocados»
Esta búsqueda desesperada de la felicidad puede llevar a conseguir todo lo contrario: centrarse explícitamente en conseguir la felicidad acaba generando un sentimiento autodestructivo. Lo dramático de todo este tipo de felicidad es que redunda en la propia infelicidad porque también son una manera de culpabilizar, de frustrar y de amargar.
La presión por ser positivo solo consigue que todo se convierta en una especie de impostura pública que anclada en la euforia hace imposible mantener un nivel de exigencia propia como el que exigen los apóstoles del coaching positivista. Es solo cuestión de tiempo derivar en la frustración e insatisfacción insaciable de la necesidad continua de experimentar novedad constante que convierte en drogodependientes emocionales.
Se repiten muchas tonterías como eso de “sal de tu zona de confort” para conquistar lo extraordinario, cuando lo ordinario es precisamente lo que deberíamos cuidar y apreciar. Ya que la felicidad está mucho más cerca de apreciar lo que tenemos que de despreciarlo por lo que no tenemos. Porque el secreto para tenerlo todo es saber que ya lo tienes.
Nos condenan a ser felices por obligación, y lo que es peor, por imitación. La felicidad se ha convertido en un instrumento más de consumo y por ende de amargura por ansiar lo que vemos en postureos que no necesitamos o inventamos como necesidades artificiales. Y la paradoja que desenmascara el mercadeo de la felicidad es que para ser infelices necesitamos algo, mientras que para ser felices no necesitamos nada.
«La felicidad está mucho más cerca de apreciar lo que tenemos que de despreciarlo por lo que no tenemos»
Por eso no, la felicidad no se compra ni se improvisa. Se nace con las garantías de ser felices. Pero si la vida se educa desde el ego y para el ego no seremos más que impulsos que nos hacen vivir a la deriva en la imitación de modelos de felicidad. La educación de hoy nos dispone para competir, el mercado nos vende como centro de nuestra vida la realización y el triunfo, pero hay cosas más importantes en la vida. Hay que dejar de educar en el ego. Dejar de educar para competir. La felicidad se construye de acuerdo a lo que somos y las circunstancias que nos ha tocado vivir. La felicidad siempre se vivencia en el compartir. Nacimos para compartir y no para competir.
La felicidad viene en los genes. Todos nacemos con el potencial de ser felices. Otra cosa es desarrollar la capacidad que nos ayuda a evolucionar y llegar a serlo. Siendo un estado de la conciencia humana que no está encerrada en el ‘yo’, sino que surge del encuentro con los demás nos será más fácil su desarrollo. Cuando alguien está posicionado en el estado de conciencia humana de la felicidad ve cosas que no se ven normalmente. Mira y se cuenta las cosas de la vida con una decisión firme de felicidad. Provoca alegría, éxtasis y gozo, que incluso una persona puede ser feliz sin tener aparentes motivos para serlo (enfermedad, paro, pobreza…). Puede que no experimente el éxtasis, pero sí la serenidad y la capacidad de mantener el equilibrio hasta en los peores momentos de su vida.
«Nacimos para compartir y no para competir»
Por eso, podemos identificar algunos protectores con los que nos aseguramos no amargarnos por ser felices en la vida que nos tocó vivir:
- Escribir lo que te pasa. Buscar palabras para expresar, para comunicarnos, para abordar problemas que no podemos entender, replanteándolos de una manera diferente que nos permita hallar algún significado; dicho de otro modo, al relatar lo que nos pasa hace que elaboremos una narración alternativa que nos permita dejar ese problema atrás. Contarnos nuestras historias, pues, parece altamente terapéutico.
- Conexiones afectivas. La soledad es buena, a veces, pero las conexiones con otras personas nos protegen. Somos “animales de abrazos” y necesitamos expandirnos en el abrazo. Si algún sentido tiene la felicidad para nuestra vida es el poderla compartir.
- El ejercicio físico. La práctica de ejercicio de forma regular estimula las endorfinas, ayuda a prevenir las enfermedades, la apatía… y al final nos hace estar en condiciones de ser más felices con los años que nos queden por vivir.
- En vez de buscar rígidamente la felicidad buscar mejor la flexibilidad; porque quizás la felicidad no sea otra cosa que la flexibilización con el mundo, los demás y nosotros mismos.
- Resiliencia ante lo negativo. Sin duda nos encontraremos con situaciones negativas que tendremos que afrontar y salir fortalecidos de las mismas. Una narración no victimista es primordial para saber ver también el lado bueno de las cosas malas.
- No hay nada que nos expanda más nuestro potencial de felicidad que la bondad, el compartir frente al competir. Descubrir que está en nuestra condición el dar sin condición a recibir.
- El sentido del humor. El humor es uno de los mejores protectores de la felicidad. Más que una técnica, es una perspectiva, una forma de habitar en el mundo.
Y no olvidar que la felicidad engloba mucho más que emociones positivas. El consumo de sensaciones constante con una oferta infinita de las mismas nos genera la continua insatisfacción; tan solo son dosis emocionales perfectamente empaquetadas que nos mantienen sometidos y enganchados a una actividad incesantemente amarga. No podemos permitirnos amargarnos por la felicidad ni que otros nos amarguen por una euforia superficial.
La felicidad es un modo de ser construido por la propia voluntad, una decisión para habitar este mundo. La felicidad es una manera de ver la vida, de levantarse cada mañana y acostarse cada noche, una actitud con los que te rodean que hacen que ellos mejoren y mejores tú.
«La felicidad es un modo de ser construido por la propia voluntad, una decisión para habitar este mundo»
Ya Sócrates decía que el fin último del hombre es la propia felicidad y su teoría se alcanzaba a través del camino de la virtud. De ahí que recuperar las virtudes que nos hacen humanos sea el mejor camino de iniciación hacia el encuentro con la felicidad.
Tal vez un día se nos meta en la cabeza que es incompatible intentar ser feliz con las sensaciones que se venden y se compran para la felicidad.
|