Es la hora de la cena. Mesa cuadrada. Las niñas, Leticia y Sofía, sentadas una frente a la otra. De repente, Sofía, la menor, se queja y exclama «¡Mamá, Leti me pone caras!”. Como son las nueve de la noche y es tarde, evitamos hacer un procesamiento más pausado de lo sucedido; directamente regañamos a la mayor de forma severa. En ese preciso instante, volvemos la vista hacia Sofía y vemos una leve sonrisa, muy leve, en su cara.
En otro lugar, en un despacho, la directora general de una empresa decide entre tres personas para el ascenso a la dirección del departamento. Virginia, Elena y Carlos son los aspirantes, además de ser buenos amigos. Bla, bla, bla, bla y… se anuncia que el puesto es para Elena. Tanto Virginia como Carlos sonríen y dan la enhorabuena. Elena aprieta suavemente los labios, pero aparecen unas, casi imperceptibles, arruguitas alrededor de los ojos.
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Tres días antes, los tres estaban tomando el café en el bar de siempre, hablando, comentando las noticias de aquí y de allí. En el televisor salían las imágenes de los ganadores de la Lotería de Navidad. Gente brindando, abrazándose, gritando, sonriendo y, también, llorando; celebrando que sus vidas van a mejorar o, al menos, que no va a ser igual.
Tanto Elena, como Carlos y Virginia, sonríen, embobados por lo que sucede en la pantalla. En ese momento Virginia les recuerda que en tres días, a uno de ellos tres les tocará también la lotería del ascenso. Se miran entre los tres, seguramente pensando en cómo puede afectar eso a su amistad, y esbozan una triste sonrisa, forzada, abrupta y fugaz.
Virginia interviene asegurando que será Elena la seleccionada. Elena replica diciendo que no está tan claro. Tres días después se demuestra la previsión de Virgina. En ese instante, cuando se sabe que Elena es la seleccionada, en Virginia se dibuja una sonrisa en la parte izquierda de la cara, mientras mira al suelo; había tenido razón.
Como podemos suponer, el tema va de sonrisas, y de emociones relacionadas con la alegría. En el próximo artículo ya abordaremos los ejemplos de arriba ya que, por cuestión de espacio, lo primero es introducir el tema.
La alegría
Esta emoción es, evolutivamente, aquella que motiva la unión entre los componentes de un grupo. Es la emoción que invita a compartir. Cuando buscamos el acercamiento de otra persona intentamos generar alegría en aquella. Un chiste, un cumplido, un piropo, un regalo. Todo está pensado para generar emociones positivas en los demás para que cuenten con nosotros.
Nos alegramos cuando ganamos algo, o cuando alguien muy cercano y apreciado gana algo. Cuando superamos o superan una adversidad. Cuando se logra una meta o cuando hay perspectivas de conseguirla. En estos casos, en nuestro cerebro, se activa un área conocida como Cuerpo Estriado Dorsal.
También nos sentimos alegres cuando nos divierte algo y también cuando deja de dolernos una muela, la barriga o la espalda. El alivio es fuente de alegría. Cuando superamos o superan una enfermedad y, también, cuando nos enamoramos.
Además de estas situaciones, experimentamos alegría cuando percibimos justicia: nos alegramos cuando a nuestro enemigo en la empresa le echan la bronca o queda en evidencia. Cuando alguien se salta el semáforo y en la siguiente esquina lo detiene una patrulla de la Policía Local, sentimos satisfacción y cierto grado de alegría. El castigo por haberse saltado la norma genera cierto grado de placer, satisfacción y congratulación. De hecho, Quervain y colaboradores, en 2004, comprobaron un incremento de la activación del Cuerpo Estriado Dorsal (formado por el Núcleo Caudado y por el Putamen) cuando los sujetos, en investigación experimental, podían castigar monetariamente a aquellas personas que se habían desviado de las normas sociales o morales. Dicha área del cerebro está relacionada con el procesamiento de la recompensa asociada a acciones hacia una meta, al igual que se activa cuando sabemos que hemos aprobado un examen o recibimos reconocimiento por nuestros logros y esfuerzos. O sea, la satisfacción de castigar al infractor tiene su reflejo en el cerebro, en zonas relacionadas con la recompensa, el logro y el placer. Biológicamente reconforta castigar al que se desvía de las normas del grupo. Evolutivamente tiene sentido, pensando en que somos una especie que sobrevive gracias a la cooperación. La no cooperación significaría desventaja. Saltarse la norma amenaza la supervivencia del grupo.
Si tú sonríes, yo sonrío…y me alegro.
Al pensar en cuáles son los elementos distintivos de la sonrisa, nos viene a la mente, de manera inconsciente, una boca con los labios estirados hacia arriba y hacia atrás. O algún anuncio de algún cepillo dental eléctrico, o el de niños comiendo yogures, huevos sorprendentes de chocolate e, incluso, la reconciliación entre el protagonista y su bicicleta al final del anuncio de algún antihemorroidal. Es decir, vemos bocas, bocas y más bocas, sonrientes, pero bocas. Fijémonos que, en toda esta publicidad donde se emplean bocas sonrientes, la emoción que se intenta transmitir es la alegría.
Pero ¿significa eso que toda sonrisa es producto de una emoción relacionada con la alegría? Pues no. Y no es necesario demasiado esfuerzo para llegar a esa conclusión. Pero, por otra parte, al ver esas sonrisas algo se alegra en nosotros. La sonrisa puede no estar relacionada con la alegría, pero sí que despierta esa emoción en el observador. Y esto es así gracias a un tipo de células nerviosas que hay en algunas áreas de nuestro cerebro. Se conocen como neuronas espejo y se activan al percibir una acción realizada por otro ser. Gracias a estas células somos capaces de imitar, de saber dónde va a colocar un objeto la otra persona o de sentir lo que siente la otra persona.
En la década de los 80, el neurobiólogo Giacomo Rizzolatti y su grupo descubrieron que neuronas de áreas motoras del cerebro de los macacos se activaban, tanto si era el macaco quien realizaba una actividad motora, coger un objeto, como si la actividad motora la realizaba el experimentador, siempre y cuando el macaco lo pudiese observar. Dicho con otras palabras, lo que el macaco veía hacer al experimentador activaba las mismas neuronas que se activaban cuando era el macaco el responsable de la acción.
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Tras años de investigación se ha podido comprobar la existencia de ese tipo de neuronas que se activan ante la percepción de la acción de los demás. Así, el término empatía, la capacidad de ponerse en el lugar de los demás, tiene una base biológica muy concreta: el sistema de las neuronas espejo.
Las implicaciones del descubrimiento de las neuronas espejo son de gran envergadura. Sin ellas no hay imitación, sin ellas no hay empatía, sin ellas no puedo prever qué hará la otra persona, ni que puede estar pensando. Sin ellas, el funcionamiento social, tal y como lo conocemos, sería imposible. Nos podemos olvidar de la cooperación y del funcionamiento grupal. El ser social es tal gracias a ese sistema de células nerviosas, que se activan por el mero hecho de observar cómo una persona golpea un balón, llora, sonríe o bosteza. El bebé no imitaría ni aprendería si no fuese por ese microscópico universo de estas células especulares.
Vemos una película y podemos ponernos en la piel del personaje, pues la expresión facial del actor activa nuestras neuronas motoras responsables de la expresión que vemos en la pantalla. A partir de ahí, la información nerviosa viaja hasta una estructura denominada ínsula, y de ésta al sistema límbico, allí donde residen nuestras emociones. En el tema que abordamos en este artículo, cuando vemos sonreír a alguien, nuestras neuronas espejo se activan en las áreas motoras relacionadas con el movimiento de los músculos de la sonrisa y, pasando por la ínsula, la información llega a nuestras emociones. En este caso, la emoción asociada a la sonrisa es la alegría. Cuando Carlos, Elena y Virginia miraban embobados las imágenes de los ganadores de la Lotería de Navidad, las neuronas espejo reproducían la gesticulación facial que observaban, se enviaba la información a la ínsula y, de ahí, pasaba al sistema límbico, dando como resultado la experiencia de alegría. Así, ver a gente sonreír produce cierto grado de felicidad.
Como manera de experimentar todo esto, os propongo que miréis el siguiente vídeo. Son tres minutos y medio, pero vale la pena. Lo que pase es producto de la existencia de las neuronas espejo.
A todo lo anterior añadamos que, en mayor o menor grado, nuestros músculos de la sonrisa también se activan, lo que refuerza la felicidad experimentada al observar la alegría en los demás. Esto es, que la simple activación de los músculos de la cara, sonreír por sonreír, genera la emoción de alegría. Si por el contrario, fruncimos el ceño, se facilitarán emociones relacionadas con la ira o enfado. Siguiendo esta línea de argumentación, en 1988, Fritz Strack y colaboradores, expusieron a dos grupos de personas (grupo A y grupo B) a una serie de viñetas cómicas, para que valorasen cuán graciosas eran dichas viñetas. Los dos grupos, sin embargo, diferían en una condición. Mientras observaban las viñetas, los sujetos del grupo A debían sujetar un bolígrafo con los dientes, de tal forma que, sin ser conscientes de ello, los sujetos activaban músculos relacionados con la sonrisa. Por el contra, a los sujetos del grupo B le indicaron que debían sostener el lapicero con los labios, formando un embudo, gesto que inhibe los músculos asociados con la sonrisa. La siguiente imagen es la utilizada en el artículo original por los autores para facilitar la idea de cómo se manipuló la actividad muscular de los sujetos experimentales.
¿Qué es lo que pasó después? Como se dijo antes, una vez que los sujetos acabaron la tarea de visualizar las viñetas con el bolígrafo en una u otra condición, activadora o inhibidora de la sonrisa, debían valorar en qué grado les resultaban graciosas dichas viñetas. Resulta que, los sujetos del grupo A, aquellos que sujetaban el bolígrafo de forma que activaba los músculos de la sonrisa, valoraron como más graciosas las viñetas que los sujetos del grupo B.
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En este estudio es coherente con la idea de que, aún sin ser conscientes de ello, activar los músculos de la sonrisa, facilita la emoción de alegría. Por eso, cuando ante un espejo sonreímos, por un momento podemos sentir algo de felicidad. Cuanto más sonreímos, más alegres podemos llegar a sentirnos.
Cuando se describía la función de las neuronas espejo, cité el bostezo como algo que ocurre también por observación. Al igual que en el vídeo anterior, experimentad la acción de vuestras neuronas espejo al visualizar este último vídeo.
Por último, os invito a que, ahora mismo, estiréis la sonrisa por unos segundos. Ya diréis qué experimentáis. Incluso lo podemos acentuar más: poneos frente al espejo, sonreíd durante 15 segundos, atendiendo a la forma de la boca y de los ojos. Puede ser que os alegre el día.
En el próximo artículo trataremos las claves para diferenciar la sonrisa genuina y real, producto de la alegría, de la sonrisa pública, protocolaria, falsa y políticamente correcta. También atenderemos a esa emoción tan adorable que es el Desprecio y su sonrisa.
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