En el artículo anterior afirmé que las emociones eran necesarias y útiles para la supervivencia de nuestra especie, y que la vida tal y cómo la conocemos sería imposible sin ellas. También, en la última parte, aseguraba que las emociones y su expresión facial eran universales. O lo que es lo mismo, cualquier persona de cualquier rincón del planeta expresa las emociones, de tal manera, que pueden ser correctamente interpretadas por otra persona de otro rincón del planeta. Esta última aseveración obedece a una necesidad lógica: si una de las funciones de la emoción es la comunicar nuestras intenciones y necesidades, así como entender las de los demás, la expresión de la misma debe ser entendida y compartida por todos.
Sin embargo, la lógica de las cosas no es suficiente para realizar una afirmación tan seria. Hay que demostrar y comprobar lo que se dice, lo que se escribe y lo que se asegura. Si no, siempre es mejor empezar diciendo «Desde mi punto de vista,…”, con lo que estaremos hablando de un artículo de opinión, no de un artículo divulgativo.
Dicho esto, vamos a suponer la siguiente situación, la cual es muy probable que nos hayamos encontrado alguna vez, y que puede poner en apuros esta proclamación sobre la universalidad de las emociones y su expresión. Imaginemos que tenemos hambre, no tenemos nada preparado en casa, es tarde y pasamos por delante de un restaurante de comida china. Se nos ocurre entrar para pedir el menú para 2 personas para llevarlo a casa, pues pensamos que nuestra pareja se alegrará de nuestro detallismo doméstico. Así que nos acercamos a la barra y, mientras comprobamos si nuestro dedo se queda pegado o no en dicha barra (seguramente pensando en que es la mejor manera de saber si la comida está o no en buen estado, aunque de eso se encarguen la nevera, la fecha de caducidad y el personal de cocina), se nos acerca el camarero y nos saluda. Éste, el camarero, no nos sorprende: es chino, o al menos oriental. De momento no hay nada que sea incongruente. Así que devolvemos el saludo y el camarero nos pregunta «¿Pala senal?”.
Nuestra interpretación de la pregunta es que el camarero desea saber si vamos a cenar allí, así como una manera de iniciar la atención al cliente. También intuimos que si contestamos afirmativamente, saldrá de la barra y nos llevará hacia una mesa. Así que, como nota aclaratoria, le informamos de que queremos la comida para llevárnosla a casa. Y como estamos en un estado de agotamiento notable, con hambre y con ganas de llegar a casa, simplemente por contagio, la frase literal que sale de nuestra boca es «Pala lleval”. Ay, Dios!!!, ya hemos metido la pata. Lo mismo que nos pega la risa en lugar y ocasión no adecuados, o miramos el enorme grano en la nariz de la persona sabiendo que no debemos hacerlo, hemos hecho lo que no hay que hacer en un restaurante chino.
Temerosos de que el camarero se haya podido sentir ofendido, escrutamos su rostro en busca de señales de malestar. Sin embargo, en lugar de ello, vemos una amable sonrisa en su rostro. «No se ha enterado”, pensamos. Pero, ¿realmente no se ha percatado de nuestro «pala lleval”? Esta duda siempre nos perseguirá, pues salvo que estemos bien entrenados, el posible enfado quedará oculto en el rostro del camarero. Pero ¿cuál es la razón de esto último?
La cultura impone las normas expresivas
El psicólogo holandés Gerard H. Hofstede en su libro «Culturas y organizaciones: El software mental” nos señala, entre otras cosas, que las diferentes culturas y sociedades pueden ubicarse en un continuo bipolar en varias dimensiones, según su comportamiento social y organizativo (aquí solamente hablo de dos dimensiones. Hofstede señala más dimensiones). Por ejemplo, habla de la dimensión Individualismo-Colectivismo. Para entendernos, una cultura o sociedad más individualista se centra más en las experiencias, comportamientos, deseos individuales, y se preocupa más por los logros personales (como puede ser la cultura Norteamericana o, de manera más extrema, Nueva Zelanda). Por el contrario, una cultura más colectivista supone más preocupación e interés por los demás y por la consecución de logros colectivos (en este caso, China es así). De este modo, nuestro camarero proviene de una cultura situada en el polo colectivista de esta dimensión.
Otra dimensión que cita el autor es la Distancia Jerárquica. Desde este punto de vista, entenderemos que en culturas de Alta Distancia Jerárquica (China, por ejemplo) se asume, se acepta y se comparte la existencia de jerarquías sociales y existe más respeto por el orden establecido que, contrariamente, en las culturas de Baja Distancia Jerárquica (Norteamérica o Austria, por ejemplo). En el caso del camarero, como se ha criado en una cultura que acepta la estructura social jerárquica, proviene de una sociedad de Alta Distancia Jerárquica.
Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con las emociones? Pues resulta que, en las culturas de Alta Distancia Jerárquica y de alto Colectivismo hay menor libertad para la expresión de emociones negativas, ya que se consideran una falta de respeto y, por otra parte, un agravio a la colectividad, con la posibilidad de contagiar ese estado emocional negativo a los demás. En este caso, la posible ira del camarero ha sido amortiguada, camuflada y disimulada con la sonrisa gracias al papel regulador de la cultura.
Entonces, todo aquello de que las emociones y su expresión son universales ¿es cierto o no?
En la intimidad nuestro rostro dice lo que necesita decir
En 1972, Wallace Friesen llevó a cabo el siguiente experimento:
Expuso a imágenes y vídeos de situaciones altamente emocionales (operaciones quirúrgicas impactantes, amputaciones, heridas, imágenes sangrientas, etc.) a participantes norteamericanos y a participantes japoneses. Resultó que, cuando el experimentador no estaba presente en la sala, todos los participantes mostraron la expresión emocional congruente en el rostro, en este caso de disgusto. Sin embargo, cuando el experimentador estaba presente en la sala, lo que significa que los participantes eran conscientes de su presencia, los japoneses no mostraron dicha expresión, esforzándose por mantener una expresión neutra. Es decir, se esforzaban en no mostrar una expresión de emoción negativa.
Con estudios como este, a la hora de hablar de la expresión facial de la emoción, conviene tener en cuenta el peso de la cultura. En este caso, la cultura japonesa también es una cultura Colectivista, aunque menos que la china, y con algo más de Distancia Jerárquica que la norteamericana.
A raíz de investigaciones como la anterior, se empieza a asumir que, si bien la expresión emocional es universal e innata, cada sociedad y cultura tiene unas normas de expresión propias. Por una parte se acepta lo sugerido desde Darwin, pero por otra también se acepta el papel regulador cultural.
Siguiendo esta línea de argumentación, se han llevado numerosos estudios transculturales en los que se ha podido llegar a la conclusión de que todo el mundo expresa de manera similar las emociones, incluyendo estudios con sociedades pre-alfabetizadas y con cierto grado de aislamiento del resto del planeta.
La expresión facial heredada
Otra vertiente investigadora es el estudio con niños. Si bien los niños absorben como esponjas toda la estimulación que les rodea, es importante delimitar qué hay de aprendido y qué hay de no aprendido o genéticamente heredado. Para centrar el tema, retrocedamos a la década de los 70 el siglo pasado (aunque la mayoría sabemos que los 70 son los 70, sin necesidad de ubicarlos en ningún siglo). En esa década de los pantalones acampanados, de los Bee Gees y de Heidi, el investigador austríaco Eibl-Eibesfeldt llevó a cabo experimentos con niños sordomudos y ciegos de nacimiento, comprobando que esos niños expresaban en el rostro las emociones de la misma manera que lo hacían los demás. Para entendernos, niños que no habían tenido la oportunidad de percibir la expresión del rostro de sus padres, ni de nadie, mostraban las emociones de manera similar.
Parece que nacemos con la capacidad de entendernos con los movimientos faciales, pero todavía podemos llegar más allá. En 2006, ya que hablamos de personas con ceguera, el grupo de investigadores dirigido por Gili Peleg estudiaron la expresión facial en personas ciegas de nacimiento en situaciones de concentración, tristeza, enfado, asco, alegría y sorpresa, comparándolas con las expresiones de personas de la misma familia y personas de distinta familia. El resultado es lo que los investigadores denominan firma familiar hereditaria de la expresión facial. De manera más clara, lo que comprobaron los investigadores fue que, las personas ciegas de nacimiento realizaban gestos faciales más parecidos a los integrantes de su familia que a los que no lo eran.
¿Pero esto quiere decir que cada familia se expresa así como le parece bien? No, pero sí que hay aspectos distintivos e idiosincrásicos de la expresión. Todos entendemos una sonrisa, pero también sabemos de aquel chico o aquella chica que tienen la misma sonrisa que su padre o que su madre. Es decir, el movimiento facial es universal a la hora de exhibir las emociones, pero hay aspectos que hacen que una sonrisa se parezca más a otra. Algunas personas pronuncian más o menos ciertas partes de la cara, inician la expresión en las cejas mientras otros empiezan por la boca, pero al final tenemos la expresión de la emoción, siendo las acciones faciales las mismas, pero diferentes en intensidad, momento de aparición y duración. Lo que queda claro es que niños que no han aprendido por imitación, realizan los gestos faciales de manera similar a sus familiares, lo que sugiere que la herencia genética es de vital importancia para entender todo lo que estamos hablando.
Hasta ahora hemos visto lo que pasa en el día a día respecto a la emoción y su expresión facial, pero ¿os habéis preguntado qué pasa en la cara de una persona que todavía no ha salido del seno materno?
En este sentido, la doctora Nadja Reissland, de la universidad de Durham, en 2011 y en 2013, publicó estudios donde se identificaron caras de llanto, de alegría y de malestar/dolor en fetos de 24 a 36 semanas, empleando ecografías en 4D. Sin embargo, no afirma que dichas expresiones tengan que ver con alguna emoción en el momento de realizarlas, pero sí se supone que puede ser una especie de práctica expresiva más que una reacción. Parece que, desde antes de nacer, nos entrenamos a mostrar lo que sentimos a los demás. Si no, ¿pensamos que el neonato sobreviviría si no hiciese demandas a la madre cuando tuviese frío, hambre, sed o dolor?
En el siguiente vídeo os muestro las expresiones faciales de un feto de 30 semanas, no deja de sorprender ni de emocionar lo que pasa dentro del vientre materno.
El vídeo solamente dura 9 segundos, pero en él se pueden apreciar expresiones faciales generales en el feto.
En resumen, parece bastante evidente y comprobado que todos podemos entendernos mediante la expresión del rostro, sin necesidad de leer las instrucciones de uso. Nuestra cara, nuestros músculos faciales saben lo que tienen que hacer sin necesidad de dar una orden racional y sin necesidad de aprenderlo. Reaccionan simplemente para decir lo que sentimos.
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