Cuando somos niños, seguimos nuestros instintos e intuiciones para obtener nuestras necesidades. Somos felices. Vivimos nuestro ahora sin temor al futuro, sin anticipar preocupaciones ni permanecer en el pasado. Luego aparecen las pautas de los adultos, vinculadas a las normas sociales, religiosas y culturales del país. Nos inculcan el concepto del bien y del mal con el fin de convertirnos en personas de provecho: «Esto es bueno», pero «si haces lo otro, eres malo». Somos socializados en el sistema de premio y castigo. Si somos buenos porque nos comportamos como nuestros padres quieren, nos premian; si no, nos castigan. En busca de la recompensa y escapando de la penitencia, intentamos ser como ellos nos piden.
No elegimos nuestras ideas, nos son impuestas. Esa información se almacena en la memoria, donde queda grabada a base de repeticiones. Cánones como la delgadez y la gordura, la belleza y la fealdad, la inteligencia y la estupidez, la riqueza y la pobreza, aparecen por primera vez condicionando nuestros pensamientos. Y los creemos sin dudarlo.
Esas opiniones de los adultos, en especial de nuestros padres, son las que pasan a formar parte de nuestro sistema de creencias. Nos pautan cómo debemos ser o cómo deberíamos comportarnos. Sentimos la necesidad de ser perfectos para ellos. Es cuando empezamos a aparentar lo que no somos y a enjuiciarnos: «Nunca conseguiré ser como ellos esperan de mí«.
Seguidamente, comenzamos una búsqueda que ocupará toda nuestra existencia, sin recordar que lo que procuramos ya lo tuvimos, pero decidimos enterrarlo. La libertad se convierte en nuestro sueño, porque no somos libres de ser como deseamos. La felicidad nunca llega porque con tanta perfección hemos perdido nuestra propia identidad.
Las creencias las incorporamos a nuestro ser a base de repeticiones, de ahí tan profundo arraigo, pasando a formar parte de nuestro subconsciente. Tan sólo las podremos erradicar del mismo modo: a fuerza de repetición y práctica en el sentido contrario. Si has interiorizado que nunca conseguirás destacar en ninguna labor, cuando sólo te repitas «soy válido, no tengo límites, puedo conseguir lo que me proponga«, lograrás contrarrestarlo. La buena noticia es que esto se puede alcanzar conociendo las emociones.
Empezamos a perder contacto con nuestro auténtico ser aproximadamente a los siete años
En la mayoría de los casos, empezamos a perder contacto con nuestro auténtico ser aproximadamente a los siete años. Pasamos de ser niños alegres y felices a comportarnos como adultos responsables, llenos de miedos e inseguridades, pensando que si no nos comportamos como se espera de nosotros, seremos rechazados. Nos sentimos juzgados si expresamos nuestras sensaciones y sentimientos. Poco a poco, dejamos de mostrarlos y nos convertimos en niños tímidos con temor a decir algo inadecuado y ser reprochados por ello. Así perdemos nuestra verdadera personalidad, hasta que casi no queda nada de ella y comenzamos una vida que no es nuestra.
Nuestros mayores han actuado como pensaban que era lo adecuado, para que sobreviviéramos en un mundo marcado por las luchas de poder y la competitividad. No debemos reprocharles nada, ellos lo han hecho como sabían y nosotros voluntariamente hemos renunciado a nuestro potencial percibiendo el mundo con sus ojos. Todos actuamos por patrones aprendidos, y si aquella fórmula no era válida, no ha aparecido otra que lo sustituya y mejore. Es necesario, por lo tanto, procurar nuevas herramientas que nos faciliten las relaciones con nuestro entorno. Y todas ellas pasan por la correcta la gestión de las emociones. (Fragmento del libro Haz que cada mañana salga el sol de Arancha Merino)
El problema radica en que no sabemos expresar nuestras emociones. ¿Por qué tememos tanto expresar nuestras emociones? La respuesta es porque nos parece un signo de debilidad.
Y queremos acabar con esta falsa idea, modificar estos hábitos que se han trasmitido de padres a hijos, reforzados por la sociedad, para que la sociedad cambie, no esperar a que los niños crezcan y aprendan solos de la vida. Y sólo será posible si los adultos cambian y,sobre todo, si las mujeres cambiamos.
¿Y que te proponemos, entonces? Que asistas al curso “El arte de la gestión eficaz de las emociones” que ofrece Arancha Merino en Marbella. Arancha Merino es asesora emocional y mentora personal, y estará impartiendo esta formación sobre la ingeniería emocional durante tres fines de semana de octubre y noviembre en Marbella. Puedes encontrar toda la información en www.academiaief.com