Inga de Domingo ha aprendido a convivir con el parkinson. Es consciente de que padece una enfermedad incurable, crónica y degenerativa, pero sus ganas de vivir son tan grandes que cree firmemente que «todo es posible». Ha recorrido el Camino de Santiago con su silla de ruedas, ha aprendido a saborear cada pequeño mordisco de la vida y se ha detenido en varias etapas a conocerse más a sí misma. No quiere perder ni un instante. Quiere dedicarse a aquello que le hace feliz y desea con todas sus fuerzas que su testimonio sirva para que la sociedad despierte y vea que está viva. Es por ello que acude a colegios, centros y empresas a dar charlas inspiradoras de manera altruista para demostrar que no hay nada imposible.
¿Cómo era tu vida antes de que el parkinson llegara a ella?
Antes de que el parkinson llegara, mi vida era, sobre todo, de mucha actividad. Pensaba que tenía que hacer muchas cosas y con mucha autoexigencia, como que todo tenía que quedar perfecto. Siempre tenía mucha prisa y mucha exigencia. No era una vida de disfute, era una vida muy rápida y poco vivida.
¿Cómo reaccionas cuando te diagnostican la enfermedad?
Fue un poco extraño. Tardé u año y medio, casi dos, en tener el diagnóstico. Empecé a encontrarme mal y no sabía qué me pasaba. Como en aquel tiempo hacía muchas cosas, tuve que sacar tiempo para ir a urgencias después de notar que la parte izquierda de mi cuerpo, sobre todo el brazo, no funcionaba bien. El diagnóstico me lo dieron tarde , pero fue como una liberación, por fin podía ponerle nombre a lo que me estaba pasando.
Alguna vez has comentado que te diagnosticaban como estresada, ¿no?
Efectivamente, los neurólogos a los que fui primero me decían que me tomase vacaciones que estaba estresada. Vi que no era eso, sino que había algo orgánico detrás. Lo detecté, sobre todo, a través de la medicina alternativa o complementaria, haciendo hipnosis y acupuntura.
¿Aceptaste el diagnóstico desde el primer momento?
Creo que lo acepté desde el primer momento porque fue como una liberación, como decir “ya sé a qué atenerme”. Aunque en el fondo, cuando tomé más conciencia, me di cuenta de que era una enfermedad degenerativa, invalidante, que no tenía cura… Pero la verdad es que yo siempre pensaba que era algo que tenía que vivir como aprendizaje o experiencia, pero que lo iba a superar.
¿Y qué descubres gracias al parkinson?
Descubrí que la vida se puede vivir de otra manera, que se puede disfrutar de cada momento y de cada cosa que haces, que sientes, que experimentas… No hace falta hacer cosas trascendentes ni muy importantes para disfrutar de la vida.
¿Qué es lo que más te ha ayudado en este tiempo para seguir adelante y con fuerza?
El darle un sentido a mi vida, que creo que se lo he dado escribiendo y buscando personas con las que tengo una buena relación y me siento bien. En la actualidad vivo en una casa de acogida en Alozaina; allí me siento en casa y estoy con mi familia de ahora, personas que me están ayudando a vivir y disfrutar de cada momento y cada situación.
¿Por qué decides comenzar a dar charlas?
Yo empecé a dar charlas incluso antes de que me diagnosticaran la enfermedad. Me di cuenta de que compartiendo mi experiencia con otras personas me descubro más a mí misma y avanzo como persona. Esto me ayudó mucho cuando me diagnosticaron parkinson y tuve que dejar Madrid, que era donde vivía entonces, y trasladarme a mis orígenes, a un pueblo de Burgos. Allí trabajé con adolescentes en institutos, ofrecía charlas para mujeres, para padres, etc.
¿Qué es lo que te encuentras actualmente en las aulas?
Siento que hay expectación y curiosidad de ver qué les llevo, veo caras de interrogantes. Después, a medida que voy hablando con ellos y leyendo mis poemas, veo que la curiosidad va subiendo. Se sienten cómodos y a gusto y se les nota.
¿Qué te dicen los chicos y chicas tras conocerte y compartir ese tiempo contigo?
Se sienten bien, es como que les gustaría seguir, conocer más cosas y tener más experiencias de este tipo.
¿Crees que se han perdido los valores?
Quizá la escala de valores es distinta. Ahora los valores son valores materiales y del poder. Pero creo que se pueden recuperar, simplemente tendríamos a empezar a predicar con el ejemplo. La sociedad está un poco perdida.
¿Te has sentido rechazada o despreciada por la sociedad?
Yo no me he sentido nunca rechazada, aunque sí observada o mirada con curiosidad. Pero lo entiendo. A veces hago movimientos involuntarios producidos por la medicación y es normal que si ves a una persona moviéndose, la curiosidad haga que mires y te preguntes qué pasa. A los niños, cuando me miran con cara de susto, les digo que estoy bailando y que tengo una música interior. La cosa termina en risa y cambia. No me he sentido nunca mal, la verdad.
Dices que has aprendido a no juzgar, a amar por encima de todo, a respetar, ¿qué te hace llegar a todo eso?
Bueno, no sé si he llegado a tanto. Eso lo cuento en mis poemas. Yo creo que estoy en ello, pero todavía me queda mucho camino por recorrer. Es verdad que sobre todo me está ayudando a ser más consciente, a saber qué quiero conseguir y qué es más sano para mí y para los demás.
Has hecho el Camino de Santiago, ¿querer es poder?
Yo creo que sí, que si queremos y tenemos confianza en nosotros mismos y en el poder que tenemos dentro, podemos conseguir muchas cosas.
Y no pasa nada si para conseguirlo nos apoyamos en otras personas. Para hacer el Camino de Santiago me apoyé en tres personas que me acompañaron y lo hicieron posible; Miguel, Mila y Rosa. Les agradezco mucho que estuviesen a mi lado y lo recorriésemos juntos.
¿Quién nos marca los límites en este sentido?
Nos los marcamos nosotros mismos, por nuestros miedos y por las limitaciones impuestas por la educación, la cultura y la sociedad. Nosotros mismos nos las ponemos, pero también nos la podemos quitar.
¿Qué sueños te quedan por cumplir?
Ahora mismo, el sueño de poder volver a bailar, de jugar al pin pong sin estar sujeta a la mesa, de patinar…
¿Qué puedes aportar a los que te escuchan?
Creo que cada uno podrá recoger lo que le venga bien. De todos aprendemos algo. Todos somos maestros y alumnos. Que cada uno coja de mí lo que le sirva y le pueda ayudar.
¿Qué mensajes nos darías a los que estamos sanos y nos quejamos normalmente por tonterías?
Que la vida es muy corta, que se pasa muy deprisa, que la aprovechéis y no perdáis el tiempo con tonterías. No perdáis el sentido del humor y disfrutad. La vida es para vivirla.