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«El amor no viene a complacerte; viene a transformarte» por Juande Serrano

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«El amor no viene a complacerte; viene a transformarte» por Juande Serrano

Nos han contado muchas historias sobre el amor.
Casi todas dulces.
Casi todas cómodas.
Casi todas equivocadas.

Nos dijeron que amar era sentirse bien, estar alegre, encontrar a alguien que encajara con nuestra vida como una pieza perfecta de un puzle. Que el amor debía confirmarnos, reforzarnos, protegernos del dolor y, a ser posible, no cambiarnos demasiado.

Pero el amor real —el que transforma— nunca fue eso. El amor no es una emoción agradable que se añade a una vida ya hecha. El amor es una fuerza que desordena, desplaza y reconfigura.

No viene a acompañarte en lo que ya eres.
Viene a preguntarte si estás dispuesta a convertirte en alguien que todavía no conoces.
Y por eso, en ocasiones, asusta.

El amor como afecto prioritario

Si hay un afecto que puede darle sentido a una vida, no es la alegría, ni el entusiasmo, ni siquiera la felicidad. Es el amor. La alegría es un estado. El amor es un proceso.
Una vida puede ser alegre y profundamente vacía. Pero una vida atravesada por el amor —aunque duela, aunque cueste, aunque nos confronte— es una vida que se vuelve necesaria.

El amor no es un complemento. Es un eje. Cuando el amor ocupa un lugar prioritario en nuestra vida, algo se reordena por dentro. Cambian las preguntas. Cambian las prioridades. Cambia incluso la forma en la que nos miramos a nosotros mismos.

Porque amar no es sentir algo por alguien. Amar es entregarse a una transformación.

 

Amar es volverse otro para uno mismo

Hay una verdad incómoda que rara vez se dice: cuando amamos de verdad, dejamos de ser quienes éramos. No de forma abrupta. No de forma heroica. Sino lentamente, casi sin darnos cuenta.

En el amor conozco de mí cosas que no estaban disponibles antes. Descubro miedos que no sabía que tenía. Capacidades que no había desarrollado. Límites que creía firmes y que se vuelven porosos. Heridas que el amor no crea, pero sí ilumina.

El otro se convierte en un espejo que no refleja lo que quiero ver, sino lo que necesito integrar. Y ahí ocurre algo esencial: en el amor hay siempre una distancia entre el yo que fui y el yo que puedo llegar a ser. Por eso, al inicio de una relación profunda, aparece la duda: “¿Estoy preparada?” “¿Voy a poder?” “¿Y si no soy suficiente?”

No es miedo al otro. Es miedo a la versión de ti que ese amor va a convocar.

El otro se convierte en un espejo que no refleja lo que quiero ver, sino lo que necesito integrar

El mito del amor propio como refugio

Vivimos en una época que ha sacralizado el amor propio. Y no, el amor propio no es el problema. El problema es el apego narcisista a uno mismo, disfrazado de autocuidado.

Cuando el amor propio se convierte en una fortaleza cerrada, en un “yo primero, yo siempre, yo ante todo”, deja de ser saludable y se vuelve un obstáculo serio para amar.

Porque amar exige descentramiento. Exige que el yo deje de ser el centro absoluto de la experiencia. Una persona demasiado aferrada a su identidad, a su forma de amar, a su manera de sentir, a sus tiempos y necesidades, tiene muchas dificultades para amar de verdad. No porque no quiera, sino porque no sabe salir de sí.

El amor no se adapta completamente a ti. Te pide que tú también te adaptes al amor.

 

Amar y dejarse amar: el amor que transforma

Aquí aparece otra de las grandes trampas afectivas: la idea de reciprocidad.

Decimos: “Quiero que me amen como yo amo”. “Quiero sentirme amada”. Y sin darnos cuenta, convertimos al otro en un proveedor de una experiencia emocional que ya hemos definido de antemano.

Pero ¿qué ocurre cuando el otro ama de una forma distinta? ¿Qué pasa cuando su manera de amar no coincide con la imagen que tú tenías del amor?

Muchas veces decimos “no me siento amada”, cuando en realidad lo que ocurre es que no estamos dispuestos a dejarnos amar de una manera que nos saque de nosotros mismos.

Dejarse amar también implica descentramiento. También implica incomodidad. También implica transformación.

Ser amado no es siempre una experiencia placentera. A veces es confrontativa. A veces es exigente. A veces nos pide crecer donde preferiríamos quedarnos pequeños.

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El amor no siempre satisface

Hay momentos en los que el amor no se siente como plenitud, sino como presencia. Y eso desconcierta.

Cuando una pareja atraviesa momentos difíciles —una enfermedad, un duelo, una crisis con los hijos, una pérdida— el amor cambia de forma. Ya no es atención constante. Ya no es disponibilidad emocional plena. Ya no es validación permanente.

Y entonces aparece la pregunta silenciosa: “¿Me sigue amando?” Amar a alguien en un momento difícil implica aceptar que, durante un tiempo, no va a poder amarte como a ti te gustaría. Y eso no significa desamor. Significa humanidad.

El amor que solo funciona cuando todo va bien no es amor: es comodidad compartida.

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Acompañar cuando no hay retorno inmediato

Hay una madurez afectiva profunda en acompañar al otro cuando no puede devolverte lo que tú das. Cuando su atención está en otro lugar. Cuando su dolor ocupa el centro.

Ese tipo de amor no alimenta el ego. Lo trasciende. Y paradójicamente, esos momentos —los menos románticos, los menos ideales— suelen ser los más transformadores. Porque ahí el amor deja de ser intercambio y se convierte en presencia consciente.

No se trata de anularse.
Se trata de no medir el amor solo en términos de satisfacción personal.

El amor como vía de trascendencia del ego

La gran transformación del amor no es que nos haga sentir mejor. Es que nos hace menos egocéntricos. Nos saca del “yo”, nos lleva al “nosotros”, y a veces incluso a algo más grande que ambos.

Amar y dejarse amar son dos movimientos que nos invitan a salir del centro, a soltar el control, a aceptar que no todo gira alrededor de nuestras necesidades, tiempos y expectativas.

El ego quiere seguridad. El amor quiere verdad.
El ego quiere confirmación. El amor quiere crecimiento.

No todos los amores transforman

Y esto también es importante decirlo: no todo vínculo que llamamos amor lo es. Hay relaciones que confirman lo que ya somos, que refuerzan nuestros patrones, que nos mantienen cómodos y previsibles. Son relaciones funcionales, incluso agradables, pero no transformadoras.

El amor que transforma incomoda. No destruye, pero tampoco adormece. Te vuelve más consciente, más vulnerable, más responsable de tu propia evolución.

Amar es un acto de valentía

Amar de verdad implica aceptar que no saldrás intacta. Que algo de ti tendrá que morir para que algo nuevo pueda nacer.

Que el amor no es una garantía de felicidad, sino una invitación a la vulnerabilidad y la autenticidad.

Y quizás por eso hoy cuesta tanto amar. Porque exige algo que no nos enseñaron: dejar de usarnos a nosotros mismos como medida de todas las cosas.

El amor no viene a darte lo que te falta. Viene a mostrarte quién puedes llegar a ser. No viene a salvarte. Viene a transformarte.

Y si alguna vez sientes que amar te descoloca, te descentra, te mueve el suelo no estás haciendo algo mal. Tal vez, simplemente, estás amando de verdad.

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