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Por amor no se sufre

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Por amor no se sufre

Lo primero que se descubre a poco que entremos en la experiencia del amor es que en el amor no hay nada hecho, ni dicho. Y no solamente porque cada uno en el amor es un mundo y gestiona sus afectos sociales y afectos sexuales como puede o como le deja su grado de madurez afectiva. Sino, y fundamentalmente, porque el amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el impulso a participar en la deconstrucción de esas cosas para construir la propia narración en el encuentro amoroso…

Y es que el amor no puede quedar reducido a un sentimiento, el amor es y se hace en la actitud. Paradójicamente en el «arte» que tengamos para esa actitud radicará nuestra estabilidad sentimental. Porque el amor es una actividad, no un afecto pasivo; es un estar «continuado”, no un súbito «arranque”. El amor intenta abrazar, acompañar, potenciar, vivificar. Por este motivo, el que ama se transforma constantemente. Capta más, observa más, es más productivo, es más él mismo.
Por amor no se sufre. Se sufre por no ser «artistas» en el amor y limitarnos a ser sólo aficionados en algo tan esencial para una vida que exige a gritos ser vinculada en la inacabable tarea de la felicidad.
El amor libera, no esclaviza. El amor libera, nunca esclaviza. Haría falta repetirlo tantas veces como tantas canciones que tarareamos con un mensaje claramente contrario a esa virtud propia del amor de potenciar el yo frente a un tú que expande. El amor, el encuentro en el amor nos capacita para explorar y esparcir nuestra mejor versión. El amor debería hacernos tan libres que nuestro desarrollo fuera tan exponencial como las posibilidades que dejamos latentes por despertar acompañados. Sin embargo, nos obstinamos en bailar esos cantos de pasión y obsesión por poseer y ser poseídos, en un baile esposados por amor. Y así nos va. Sufriendo desconsoladamente por un desamor que más temprano que tarde llegará cuando nos sepamos de memoria los pasos a bailar.

No podemos vivir sin amor, nadie puede hacerlo, pero sí podemos amar sin esclavizarnos. El desapego no es más que una elección que dice a gritos: el amor es ausencia de miedo. Una cosa es defender el lazo afectivo y otra muy distinta ahorcarse con él.

shutterstock_119190514El amor da, no recibe. El malentendido más común consiste en suponer que dar significa renunciar a algo, privarse de algo, sacrificarse. La persona cuyo carácter no se ha desarrollado más allá de la etapa correspondiente a la orientación receptiva, experimenta de esa manera el acto de dar. Su carácter mercantil está dispuesto a dar, pero sólo a cambio de recibir; para ella, dar sin recibir significa una estafa. La gente cuya orientación fundamental no es productiva, vive el dar como un empobrecimiento, por lo que se niega generalmente a hacerlo. Algunos hacen del dar una virtud, en el sentido de un sacrificio. Sienten que, puesto que es doloroso, se debe dar, y creen que la virtud de dar está en el acto mismo de aceptación del sacrificio. Para ellos, la norma de que es mejor dar que recibir significa que es mejor sufrir una privación que experimentar alegría.

Para el carácter productivo del amor, dar posee un significado totalmente distinto: constituye la más alta expresión de potencia. En el acto mismo de dar, experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder. Tal experiencia de vitalidad y potencia exaltadas me llena de dicha. Me experimento a mí mismo como desbordante, pródigo, vivo, y, por tanto, dichoso. Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad. En el sentido más general, puede describirse el carácter activo del amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, no recibir. Darse, no renunciarse.
El amor vincula, no depende. Si hay algún tipo de dependencia, adiós identidad, adiós libertad. Saltaremos al compás del otro, de sus necesidades, caprichos o sugerencias a costa de nosotros mismos o sin la menor autodeterminación: «Sin ti no soy nada». Y seguimos entonando la canción.

shutterstock_146326706Los riesgos de actuar exageradamente en función del otro y «ver solo por sus ojos» tiene, al menos, dos consecuencias negativas para la relación: una, dejar de tenerse en cuenta a uno mismo y ubicarse en un segundo plano y, dos, hacer que la pareja se acostumbre a recibir más que a dar. Hay que amar y amarse; cuidar y cuidarse; el ser amado y uno. Cuando se rompe la reciprocidad, aparecen los dictadores y los tiranos. Buscar la vinculación amorosa no quiere decir encontrarse en la disolución con lo amado. Una cosa es darle gusto a la pareja y otra entregarse sin recato ni principios, hasta que uno desaparezca. Cuando nos olvidamos de nuestra identidad, nos convertimos en utilidad. En la utilidad de la pareja solo podremos alcanzar rellenar necesidades, pero nunca vaciarnos de nuestras necesidades. No necesitamos a la pareja como una carencia que debemos subsanar, sino que la preferimos desde que el corazón nos llevó a ella. Y preferir es elegir un vínculo que no obstaculice el desarrollo de la libre personalidad, porque eso no nos conviene. Decisiones patrocinadas por el corazón. Aquí no hay resignación que valga. Ese amor dependiente y asfixiante será una carga, hará que involucionemos o que retrocedamos en nuestras metas esenciales y vitales, un motivo de angustia o un problema a resolver. Vincularse afectivamente es promover el amor sin opresión, sin miedos, acercarse en la identidad y distanciarse en lo perjudicial, hacer contacto en la ternura. Quien decide evitar la dependencia a la pareja entiende que desligarse psicológicamente no es fomentar la frialdad afectiva, porque la relación se da en la apertura del encuentro y la flexibilidad del abrazo.

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Podemos encajar sin violentarnos, sujetarnos despacio y tiernamente, como quien no quiere lastimar ni lastimarse. Ser esa unión maravillosa donde somos dos que parecen uno. Compartir la felicidad como proyecto y no compartir el proyecto para ser felices.
Por amor no se sufre. Se sufre por la cobardía que nos refugia en el amor…

AMAR requiere de una valentía para asumir la realidad de que la pareja no viene completa, ni nos completa. Tan sólo contamos con el impulso del abrazo, donde la conciencia personal se expande y se multiplica en el acto de amar. Es decir, trasciende sin desaparecer, donde el YO se descubre en el TÚ, desvelándose interminable. Potenciarse, del verbo amar.

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Juande Serrano

Psicoterapeuta Transpersonal en Experto en Parejas y duelo

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