fbpx
Estás leyendo
«El arte de A-MAR lo imperfecto» por Juande Serrano

Nuevos formatos
Descubre Urbanity Podcast y Urbanity Video

«El arte de A-MAR lo imperfecto» por Juande Serrano

Nos pasamos media vida intentando llegar a un lugar que no existe. Un punto en el horizonte donde todo encaje, donde nada duela, donde el reflejo del espejo nos devuelva la imagen exacta de quien creímos que deberíamos ser. A ese espejismo lo llamamos perfección.

Pero la perfección no está hecha de carne. No respira, no siente, no tiembla. Es una idea vacía, un mito moderno que adora la forma y desprecia el fondo. Un dios sin alma. Y, sin embargo, lo seguimos adorando.

La perfección es una promesa de amor que nunca se cumple. Nos dice: “cuando seas suficiente, cuando todo esté en orden, cuando tus heridas cicatricen sin dejar marca… entonces te amarán”. Y así, convertimos nuestra vida en una carrera para merecer algo que, en el fondo, ya es nuestro: el derecho a existir tal como somos.

 

El espejismo que devora lo humano

El mito de la perfección es quizá una de las formas más sutiles de violencia emocional que la cultura moderna ha inventado. Nos educa para medirnos, no para sentirnos. Para compararnos, no para comprendernos. Para diferenciarnos, no para abrazarnos.

Cada scroll en una red social es una pequeña misa al dios de lo impecable. Un altar donde todos ofrecen su mejor versión, pero nadie se atreve a mostrar su verdad. El cuerpo perfecto, la pareja perfecta, el viaje perfecto, la serenidad perfecta. El alma, mientras tanto, se queda sola detrás de la pantalla, preguntándose en silencio: ¿y yo, así como soy, también valgo?

El perfeccionismo promete alivio, pero lo que trae es ansiedad. Nos convence de que si lo hacemos todo bien, si controlamos cada detalle, si reprimimos cada debilidad, seremos amados. Pero el Amor —el verdadero, el que tiene raíces profundas en la consciencia— no se posa donde no hay grietas. El Amor necesita espacio. Y la perfección es una cárcel de mármol donde no crece nada.

El perfeccionismo promete alivio, pero lo que trae es ansiedad.

Amar lo imperfecto es A-MAR

A-MAR no es solo amar. A-MAR es navegar. Es lanzarse al océano de la existencia con la certeza de que habrá olas, corrientes, naufragios y días de calma. El que ama lo imperfecto no busca controlarlo todo: se deja tocar, se deja transformar.

En psicoterapia lo vemos con claridad: lo que más duele no son nuestros errores, sino la forma en que los rechazamos. La vergüenza, la autoexigencia, el látigo invisible con el que nos castigamos por no haber sido “mejores”. Pero cuando una persona empieza a mirarse con compasión —cuando deja de exigirse pureza y comienza a permitirse humanidad— algo cambia profundamente. No se vuelve perfecta. Se vuelve libre. Se transforma conscientemente desde su propia vulnerabilidad.

Amar lo imperfecto es un acto espiritual. Es reconocer que la belleza no está en la forma, sino en el fondo. Que cada herida guarda una enseñanza, que cada caída revela una verdad, que cada arruga cuenta una historia de vida.

La perfección como miedo disfrazado

La perfección no nace del deseo de crecer, sino del miedo a no ser suficiente. Y el miedo tiene mil rostros: el del estudiante que teme equivocarse, el del profesional que nunca se siente preparado, el de la mujer que se mide frente al espejo buscando corregirse hasta desaparecer. El miedo nos empuja a maquillar el alma con la misma precisión con que maquillamos el rostro. A pulir nuestras emociones para que nadie vea el temblor. A ocultar el cansancio bajo sonrisas cuidadosamente editadas.

Pero el miedo no se cura con control. Se sana con ternura.

El Amor no busca perfección, busca presencia. No necesita que seamos impecables, sino reales. El Amor —el que nace de la consciencia y no del ego— se siente atraído por la autenticidad, no por el brillo. Porque solo lo imperfecto puede ser amado de verdad: lo perfecto no deja espacio para el encuentro.

 

 

La prisión del yo ideal

El ideal de perfección nos promete libertad, pero impone límites invisibles. Nos vuelve prisioneros de nosotros mismos. Creemos que cuanto más nos perfeccionemos, más nos liberaremos de la crítica o del rechazo. Pero en realidad, cuanto más intentamos controlarlo todo, menos vivimos.

La perfección es el intento desesperado de la mente por controlar el flujo de la vida. El alma, en cambio, solo busca participar de él. Y mientras la mente quiere pureza, el alma busca totalidad: quiere incluir la sombra, el error, la fragilidad, lo que duele y también lo que florece después.

La perfección es el intento desesperado de la mente por controlar el flujo de la vida.

Lo perfecto es estático. Lo humano, dinámico. Aristóteles lo sabía: el exceso nos aleja de la virtud. La perfección no es virtud, es desmesura. Lo que nos hace plenos no es eliminar los defectos, sino encontrar equilibrio. Florecer no es alcanzar una forma fija; es aprender a danzar con el movimiento constante de la vida.

La herida como maestra

Hay en cada uno de nosotros una herida que se resiste a cerrar. Esa parte que quisiéramos borrar, la que nos avergüenza o nos pesa. Pero si la miramos con los ojos del Amor, descubrimos que no vino a dañarnos, sino a despertarnos.

La herida es un maestro silencioso. Nos enseña humildad, empatía, compasión. Nos recuerda que todos somos frágiles, que nadie está por encima del error, que la perfección no une, separa. Cuando dejamos de esconder nuestras grietas, descubrimos que son precisamente ellas las que nos conectan con los demás. Porque amar al otro también es esto: abrazar su humanidad, no su ideal.

Wabi-Sabi: la belleza que abraza las cicatrices

Los japoneses tienen una palabra para esto: Wabi-Sabi. Es la filosofía de lo imperfecto, lo incompleto, lo efímero. Un cuenco roto y reparado con oro no pierde valor; lo gana. Porque sus grietas doradas no ocultan la fractura, la celebran.

Quizá esa sea la verdadera espiritualidad: no aspirar a la pureza, sino a la integración. A-MAR no lo que brilla, sino lo que ha sobrevivido. A-MAR lo que aún tiembla, lo que todavía duele, lo que sigue buscando sentido.

En un mundo que idolatra lo pulido, lo editado y lo “sin fisuras”, aprender a amar lo roto es un acto revolucionario. Es recordar que lo verdaderamente bello no es lo que está terminado, sino lo que sigue transformándose.

La humildad de vivir

Renunciar al mito de la perfección no significa rendirse. Significa volver a lo esencial: a la humildad de estar vivos. A comprender que el error no es un obstáculo, sino parte del camino.

Te puede interesar

La vida no quiere que la domines; quiere que la vivas. Quiere que te mojes, que te equivoques, que te sorprendas. Quiere que sueltes la tensión del control para poder entregarte a su corriente.

A-MAR es eso: rendirse a lo real. No a lo ideal. La perfección busca seguridad; el Amor busca verdad. Y la verdad, cuando se mira de cerca, siempre tiene bordes irregulares.

La imperfección como camino de Amor

En las relaciones humanas, esta comprensión es esencial. Porque no existe pareja perfecta, hijo perfecto, maestro perfecto, terapeuta perfecto. Solo existen vínculos que se van tejiendo entre fragilidades.

El amor maduro no surge cuando todo está en orden, sino cuando dos personas aprenden a sostenerse en medio del desorden. Cuando se permite el error sin castigo, la diferencia sin juicio, el silencio sin miedo. El Amor real no busca moldear, busca comprender. Y comprender es un acto de Amor más profundo que cualquier perfección.

Cada vez que intentamos amar desde el ideal, el vínculo se enfría. Pero cuando amamos desde la imperfección compartida, el vínculo florece. Porque el Amor no se alimenta de lo perfecto, sino de lo auténtico.

El Amor real no busca moldear, busca comprender. Y comprender es un acto de Amor más profundo que cualquier perfección.

A-MAR lo que es

La perfección es un espejismo que nos separa de la vida. Nos promete plenitud, pero nos arrebata la capacidad de sentir. Nos dice “sé impecable” cuando la vida susurra “sé verdadero”.

Lo humano no es encontrar lo perfecto. Es aprender a A-MAR lo imperfecto: a reconocer en cada error una enseñanza, en cada cicatriz una historia, en cada lágrima una posibilidad de renacer.

Quizás no vinimos a ser perfectos, sino a recordar lo perfecto que ya es todo cuando lo miramos con Amor. Porque al final, lo único verdaderamente perfecto es el instante presente: ese que sucede cuando dejamos de juzgar y empezamos a sentir.

Ahí, justo ahí, donde la mente se rinde y el corazón respira…

La vida vuelve a ser Vida.

Y A-MAR vuelve a ser lo que siempre fue:

el arte sagrado de abrazar lo que es.

Web Juande Serrano

Ver comentarios (0)

Publicar un comentario

©2024. Todos los derechos reservados.

Ir al principio