Silencio. Silencio solo roto por la voz de Miriam Joy Iglesias y el obturador de la cámara de fotos de Manuel Martos. Nunca, en ninguno de nuestros encuentros de Cenas con Chispitas, había tenido esa sensación. Nunca había escuchado el silencio. El mismo silencio cómplice que guarda toda la sociedad ante los abusos sexuales que sufren o han sufrido un 25 por ciento de la población en su infancia. Un dato terrorífico y ante el que parece que preferimos, todos, seguir mirando hacia otro lado. La protagonista de la noche y su familia tuvieron que enfrentarse a ello porque Miriam forma parte de ese porcentaje. Una cifra que detrás tiene rostro humano, vidas rotas, heridas que, en el mejor de los casos, ya no sangran, pero que han dejado una profunda cicatriz. Resiliencia. Ese era el título de una cena que cerraba la cuarta edición de Cenas con Chispitas y que celebramos por primera vez en Palacio del Limonar.
Antes de entrar en el contenido de una noche en la que se produjo una comunión total en la mesa, me voy a detener en las formas. Palacio del Limonar fue un auténtico acierto como espacio anfitrión por muchos motivos.
El enclave privilegiado de este palacete te hace olvidar, nada más atravesar su portón, que estás en la ciudad. Su arquitectura te traslada a otro tiempo, quizás a una época en la que vida pasaba más tranquila, más despacio…
Palacio del Limonar comenzó hace unos meses, tras su total remodelación interior, una nueva etapa. De la anterior, también como espacio para celebración de eventos privados y corporativos, mantiene su encanto y uno de sus principales valores; el contar con Marta Cañete, socia en el anterior proyecto y en el actual.
Marta ha sumado fuerzas y profesionalidad con Patricia Sánchez, su socia, y con Quiliquá catering, cuyo emblemático chef, Luka Rodi, ha sabido destacar con propuestas gastronómicas deliciosas en las que se cuida el sabor y hasta el último detalle del emplatado y la puesta en escena. Quilicuá es la suma de dos grandes mentes creativas, una en la cocina y otra en la decoración, Borgia Conti.
Marta y su equipo han hecho muy fácil todo el proceso previo de organización de esta cena, pero es que su ejecución solo puedo definirla con una palabra: magistral.
Han sabido rodearse de un equipo humano que está a la altura, como es el caso de su mäitre, Curro Rodríguez.
Los invitados más puntuales aprovecharon para recorrer el palacio y cada una de sus estancias. Algunos conocían de antes la casa y se sorprendieron ante las grandes mejoras que ha experimentado. En la planta superior visitaron los diferentes salones y espacios privados para celebrar pequeños encuentros familiares o de trabajo en la más estricta privacidad.
El moderno mobiliario contrasta con las líneas clásicas de las habitaciones, los techos altos y los grandes ventanales que dan directamente al jardín donde solo se oye a los pájaros cantar y las copas de los árboles balancearse con el viento. Esta última frase me ha quedado un poco cursi, pero es que estaréis de acuerdo que entre tanto ruido, se agradece.
Hasta sus jardines fueron llegando todos los comensales que esa noche iban a formar parte de un encuentro que siempre recordaré como especial. Un poquito más abajo compartiré con vosotros los motivos.
Al concretar con Marta Cañete esta cena enseguida consideró que el salón Chimenea era el idóneo para ello. Tiene el tamaño perfecto para una cena de 20 personas y reúne todas las condiciones de acústica para que no fuese necesario un equipo de sonido. No quería micros ni interferencias, queríamos esa noche estar cerca de Miriam, de su testimonio, sin intermediarios.
Aunque el tema era serio, de hecho a mucha gente le produjo cierto rechazo, en Palacio del Limonar quisieron vestir la mesa con un mantel y menaje alegres. Para ello contaron con la colaboración de la empresa EventOH! que se encargó de todo. No podemos ni debemos olvidar que el título era Resiliencia. La vida te da golpes a veces muy duros, pero con la actitud, la ayuda y las herramientas necesarias, se puede salir.
En la decoración floral volvíamos a tener a Luisa Haffner de Las Flores de Reding que ya nos ha deleitado con sus creaciones en las Cenas con Chispitas que hemos celebrado en la Fábrica de Cervezas Victoria.
En esta ocasión pudimos comprobar otro estilo de su trabajo. Acompañó con las flores al mantel dándole un toque de color sin restar protagonismo al conjunto de los elementos de la mesa.
Los Asistentes
Este es uno de los motivos por los que antes he dicho que esta cena es especial. Cuando planteé este encuentro hasta a mí misma me surgieron muchas dudas. Manuel Hernández, psicólogo y ponente de Cenas con Chispitas, me habló de Miriam, de su madre, Gloria, de Redime, y de lo que hacían. Confieso que dudé de que alguien fuese a inscribirse a una cita en el que el tema central eran los abusos sexuales infantiles. Si no queremos oír algo, si queremos ignorarlo, normalmente solo tenemos que cambiar el canal en la televisión o mover un poco el dedo y bajar en la pantalla del móvil. A eso estamos acostumbrados.
Si lo ignoro, no existe. Ese es, lamentablemente, muchas veces nuestro planteamiento. Quizás sea un escudo para protegernos de la cruda realidad y seguir viviendo en nuestros ‘mundos de Yupi’ en el que ese tipo de cosas “no son mi problema”.
Sin embargo, conforme fui conociendo más a Gloria y hablando con ella, e investigando sobre este tema, más me reafirmaba en que tenía que hacer algo. Al menos, ayudarlas a darle visibilidad y aportar así mi granito de arena. Siempre digo que no tengo un medio masivo pero soy consciente de que me leen muchas personas relevantes, algunas con cierto poder, pero es que además todos podemos ayudarlas. El que tiene más y el que tiene menos. Ya sea con recursos económicos, cada uno en la medida de sus posibilidades, o facilitándoles que continúen con su labor de información y concienciación. No hay colegio al que vayan en el que algún niño no termine confesando que sufre o ha sufrido abusos sexuales. Terrible, ¿verdad? Pero afortunados ellos que gracias a conocer a los voluntarios de Redime en una edad temprana tienen la posibilidad de detener ese daño que están padeciendo y que no vaya a más.
Mis miedos no se cumplieron y al parecer eran miedos compartidos con Miriam. Unos días antes me escribió para decirme que si no se había apuntado nadie y había que cancelar su cena, que lo entendía. Para entonces todas las entradas estaban agotadas y teníamos lista de espera.
Los primeros en llegar fueron Manuel Toledo y Carmen Sánchez acompañados de Antonio Robledo e Isabel Avilés. El 27 de junio, la Costa del Sol confabuló para llenarse de eventos lúdicos y empresariales a los que por su trabajo al frente de JJSpain, Manuel estaba invitado. Incluso pensé que Manuel que venía a todas no iba a venir. El tema no le emocionaba en un principio y las fiestas que había ese día eran muy atractivas. Pero vinieron, y además se trajeron a dos amigos que acaban de mudarse a vivir a Málaga desde Ginebra. Isabel es psicóloga, Antonio es Ingeniero Industrial y tras prejubilarse han decidido disfrutar de su tiempo y de su vida en nuestra tierra.
Manuel confesaría después que se había alegrado muchísimo de asistir y que le había encantado escuchar a Miriam y acercarse a este tema del que vivimos tan ajenos.
Juan Carlos Fernández es también amigo de Manuel y Carmen y repetía por tercera vez de manera consecutiva. Es técnico del Servicio Andaluz de Salud.
En esta edición Ana Cardiel ha tenido las cenas en Marbella, cerca de casa, pero no dudó ni un instante en coger el coche y apuntarse a las cenas de Málaga. Ana es incondicional de nuestros encuentros, y temas como estos en los que se tratan temas con un perfil más profundo le apasionan.
De nuevo nos acompañaba Maite Cabra, la mujer de Manolo Navarro quien se autodenomina presidente del club de fans de Cenas con Chispitas. Tras tantas noches compartiendo mesa y tertulia con Manolo, es un placer recibir y conocer a Maite.
Cristina Barroso no había venido a ninguna cena de las dos últimas ediciones, pero a esta no quiso faltar. Cristina forma parte de la propiedad de las empresas Torsa y La Albaida, esta última de interiorismo y decoración.
Aida Aguirre y Alberto Martínez son de Bilbao. Hace tres años se trasladaron a vivir a Marbella y se acaban de mudar a Málaga por temas profesionales. Aida ha aparcado su carrera como ‘influencer’ aunque sigue vinculada al marketing y las relaciones públicas. Alberto es paisajista.
Si Mamen Sendra, de Avanza Comunicación, vino a la cena del Thyssen con su compañera Irene, esta vez consiguió arrastrar a su jefe, Antonio Alcaraz, para que viviese él la experiencia en primera persona.
Marián Sánchez es relaciones públicas y social media. Nos había acompañado en otros formatos de Chispitas Media como Profesionalmente o Business&Brunch, pero le quedaba por experimentar Cenas con Chispitas, y este fue el día.
Laura Martínez y Aitor Samperio nos acompañaron por primera vez. Llevan desde hace solo seis meses en Málaga y han abierto el restaurante Bagazo. Un espacio en el que gastronomía, buen ambiente y decoración se dan la mano en el Paseo Marítimo Antonio Machado de Málaga. También se han hecho cargo del mítico ‘El Cabra’ de Pedregalejo. Laura además tiene su propio proyecto ‘Yourkey’ de Comunicación y Coaching ejecutivo transpersonal.
Marta Cuadra, gerente de Floral Image, una empresa de flores biorrealistas, reside actualmente en Madrid, aunque coincidiendo con que estaba en Málaga haciendo algunos trabajos esa semana, quiso acompañarnos.
Marta Cuadra
Pues ellos fueron los que se sentaron en torno a la mesa y con un impresionante respeto escucharon a Miriam Joy Iglesias y participaron en la tertulia posterior en la que también tuvimos ocasión de oír y preguntar a Gloria Medina, la madre de Miriam.
Gloria era también protagonista esa noche. Mi primer contacto para cerrar esta cena fue con ella. Como madres, como mujeres, creo que al contarme lo que habían vivido no escuchaban mis oídos ni procesaba la información mi cerebro. Su mensaje se me metió directamente en el alma, en el corazón. No me llegó un mensaje de víctima, de “pobre yo, pobre mi hija”, ni de venganza, me llegó lo mismo que cuando hablé con Miriam, un ejemplo de fortaleza, de superación, de amor con mayúsculas, de resiliencia.
La Ponente
No todo el mundo es capaz de gestionar algo tan traumático. Por eso esta cena en la que teníamos a Miriam se llamaba ‘Resiliencia’. Ella ha sido capaz de enfrentarse a lo que vivió, abrir sus heridas y dejarlas sangrar, hundirse, buscar ayuda, recomponerse y reconstruirse y además usar ese drama para ayudar a los demás.
La mayoría de los casos de abusos sexuales se producen por parte de personas cercanas al menor, según algunos estudios, en más del 90%. Personas en las que, como niños, confiamos. Personas que se supone que nos quieren y que nos dicen que eso es amor. De ahí, el daño tan profundo que sufren en su alma, en su corazón… Un daño acunado por el miedo, la culpabilidad y el chantaje y ante el que es cómplice una sociedad que guarda silencio, que no actúa.
Quiero destacar la importante e imprescindible labor de Redime. Desde su pequeño ámbito de actuación y con muy pocos medios económicos, están haciendo todo lo que pueden. Los grandes movimientos empiezan con un primer y pequeño paso. Creo mucho en la capacidad del ser humano para influir y ayudar a los demás desde su entorno más cercano. Desde Redime no pueden acabar con este problema en el mundo, pero sí pueden cambiar el mundo de las personas a las que llega su mensaje.
Terapeutas que tendrán más herramientas para ayudar a sus pacientes. Personas que han pasado por esa situación y que en la mano que les tienden encuentran una luz para salir de un pozo oscuro y frío. Y por supuesto, todos esos niños que en los colegios reciben sus charlas y que, gracias a ello, si les llega el momento, tendrán resortes para entender que eso no está bien y que deben pedir ayuda, que ellos no son culpables de nada. Solo con que uno de ellos se salve de la herida y el dolor, ya habrá merecido la pena.
Ni si quiera en mi introducción en la cena quise avanzar la historia de Miriam, ni los detalles, quería que fuese ella la que nos guiase por su camino desde los abusos sexuales a ser capaz de revertir su dolor por un bien que la transciende y con el que ayuda a toda la sociedad.
La Cena
Tuvimos el honor de que esa noche nos acompañase en la cocina el chef Luca Rodi, que se hizo muy popular tras su participación en 2015 en el programa de televisión Top Chef. Sus platos se basan en su trayectoria entre fogones durante más de 15 años en diferentes lugares del mundo. De todos ha cogido lo mejor para completar las recetas más nuestras, más Mediterránea con algunos guiños a la cocina peruana.
Esa noche nos deleitó con un surtido de aperitivos representativos entre los que encontramos el pimiento baby relleno de queso y avellana, tartar de atún en pepitoria y esfera, y huevos rotos con jamón ibérico entre otros.
De entrante se sirvió Churro picado con gambas al ajillo.
Como plato principal Ravioli de morrillo en su jugo.
El postre consistió en Tarta árabe con queso mascarpone, almendras y frambuesa.
Eso y la forma de hablar y de comunicar de Miriam, dejaron un sabor dulce a la noche a pesar de la crudeza del tema.
La ponencia
Parece que lleva toda la vida hablando en público, pero hubo un tiempo en el que Miriam Joy Iglesias no podía articular palabra. Fue víctima de abusos sexuales durante tres años siendo una niña y su herramienta de salida fue el silencio. Esa cicatriz le acompañará el resto de su vida, pero ya no duele, no pica, no escuece. Ahora Miriam habla alto y claro, y se ha convertido en un altavoz que pretende quitar la venda a esa sociedad dormida que cuando escucha este tema, mira para otro lado. Ella ha sido capaz de enfrentarse a lo que vivió y usarlo para ayudar a los demás.
Dice la Real Academia Española que la resiliencia es la capacidad de adaptación de un ser humano frente a una adversidad. Y nadie mejor que Miriam sabe lo que es eso. “Yo tenía 5 años cuando empezaron mis abusos. No sabía muy bien lo que estaba pasando, pero sí era consciente de que no era algo bueno. La culpa viene instalada desde el primer momento. Yo era una niña absolutamente extrovertida y generé una fobia social tremenda, me daba pánico establecer contacto. Fui incapaz de hablar de ello hasta los 18 años”.
No sabe bien qué provocó que decidiera contarlo, pero lo cierto es que fue valiente y lo hizo: “En la adolescencia empiezas a ser consciente de la gravedad de lo que implica, porque cuando eres niña no tienes toda la información. Pero a esa edad te das cuenta que lo que has vivido no es lo normal. A la mayoría es a esa edad a la que nos brota esa necesidad de querer contarlo”.
“Le pedí a mi madre que viniera a mi cuarto por la noche y le dije que apagase la luz, que lo que le iba a contar no podía contárselo con la luz encendida. Entonces le pregunté que si se acordaba de ese médico amigo de la familia que venía a la comunidad cristiana con nosotros y le confesé que había abusado de mí. Agradezco su reacción porque nunca me puso en duda, cosa que habitualmente no pasa en estos casos. Lo único que pudo decirme en ese momento es que lo sentía mucho por no haberse dado cuenta y que íbamos a salir adelante”, contaba Miriam con la mirada puesta en su madre, que desde la mesa la miraba orgullosa.
Enseguida, en ese momento, despertaron a su padre al que también le contaron lo que había pasado.
Contarlo fue el primer paso para enfrentarse al drama que vivió, pero a partir de ahí empezó el proceso más duro. No quería ayuda, no quería ser una víctima más, no soportaba la idea de hacerle daño a la gente que más quería y eso la llevó incluso a arrepentirse de haberlo contado.
Rompió con todo y se encerró en sí misma y en su dolor: «Volcamos la ira con las personas que sabemos que van a estar incondicionalmente ahí. Y esos eran mis padres. Toda mi frustración la pagué con ellos y mis hermanos. Siempre hemos sido muy piña y de pronto eso se rompió. Lo vivieron con mucho dolor”.
Quiso gestionarlo ella sola, sin ayuda, durante toda la carrera, manteniéndose en ese estado de aislamiento, sintiendo pavor de relacionarse con los demás: “Creo que estudié periodismo porque entendía el periodismo como una búsqueda de la verdad. Yo necesitaba sacar mi verdad”.
Y cuando su cuerpo empezó a hablar por ella y se puso enferma, tocó fondo. “Nunca he intentado suicidarme, pero que se acabara mi vida era algo placentero para mí en ese momento. No sabía qué hacer, todo me suponía un gran esfuerzo. Me dije que o buscaba ayuda o me rendía”. Y entonces hizo las maletas y se marchó a Barcelona con la esperanza de acabar con ese sufrimiento. “Cuando peor estaba, unos amigos de mis padres me abrieron las puertas de su casa en Barcelona para que fuera a una psicóloga que era de las pocas que estaba tratando el tema en ese momento. Dije que no podía ser casualidad y decidí intentarlo”, confesaba Miriam.
El proceso se extendió durante dos años en el que combinó la terapia con libros y con la búsqueda de información: “Lo más duro fue reconocer que yo era víctima. Que era igual que otra mucha gente, y que esas consecuencias que venían recogidas en los libros de una señora de EEUU que no tenía nada que ver conmigo respondía a las mismas cosas que yo estaba viviendo. Y me di cuenta que todo en lo que me había convertido no era yo y que todo tenía su origen en los abusos que había sufrido. Fue difícil asumirlo pero también me mostró el origen. Sabiendo cuál era el origen podía trabajarlo, afrontarlo y empezar un nuevo camino. Sufrimiento tenemos todos, pero qué hacer con ese sufrimiento es determinante. Ahí es cuando me planteé qué hacer con ese sufrimiento para que no fuese algo inútil. Pensé que si todo eso servía para que otros no tengan que pasar lo que yo he pasado, iba a merecer la pena. Me reconcilié con mis padres y esto nos unió para crear Redime”. Una asociación sin ánimo de lucro que ofrece rehabilitación, terapia y apoyo a víctimas de abusos sexuales o malos tratos.
“No me cuesta contarlo, como no le costaría contarlo a alguien que le ha atropellado un camión. Esa persona lo contaría sin vergüenza. En el momento en el que comprendí que no había hecho nada malo, que forma parte de mi vida y ya no me siento responsable, lo convierto en algo natural. Lo he trabajado, lo he integrado, y sé que no soy culpable de lo que me ha pasado. Jamás se me va a olvidar. La cicatriz va a estar siempre. No se puede borrar, pero ya no duele”, nos dijo sobre su facilidad para comunicar lo que vivió.
Cuando Miriam quiso contactar con otros niños de su entorno de esa época para saber si a ellos les había pasado lo mismo, el hermetismo fue total. Nunca llegaron a encontrar al abusador, aunque hicieron varias investigaciones y saben que tuvo problemas con la Justicia.
Las cifras están ahí: una de cada cuatro niñas y uno de cada siete niños ha sufrido abusos sexuales alguna vez. Y por más que miremos para otro lado o creamos que nunca nos va a tocar, estas cifras se cumplen. La Asociación Redime comenzó ofreciendo talleres en la casa de la madre de Miriam y su demanda fue tal que se vieron desbordados y tuvieron que buscar un nuevo local. “Cuando cuentas tu historia y la gente ve que has sido capaz de superarlo y transmitirlo así, los que han pasado por lo mismo se abren y te lo cuentan. Ya han pasado más de 600 personas por Redime. No podemos seguir negando lo evidente y tenemos que trabajar en la prevención, por eso para nosotros son tan importantes los talleres en los centros educativos”.
Miriam asegura que no tiene nada que ver ni con la cultura, ni el nivel económico social del entorno de los niños. Los abusos sexuales se dan en todas partes. De hecho, pusieron como ejemplo a una de sus voluntarias, víctima de su abuelo, un Catedrático de Universidad.
Establecer relaciones de pareja tras pasar por esa experiencia resulta muy complicado para la mayoría. Las reacciones suelen polarizarse desde caer en la mayor promiscuidad y huir del compromiso a no querer entablar ningún tipo de relación con nadie. Irse lejos y empezar de cero en una nueva ciudad le ayudó a descubrir quién era realmente y lo que quería. Y fue así como empezó a estabilizar su relación con su actual marido, que por aquel entonces no dejaba de apoyarla en todo momento. “Cuando él me confesó que yo le gustaba, lo primero que hice fue escupirle todo esto. Yo me sentía indigna de que me quisieran en ese momento y no quería ser una carga para él, pero me apoyó desde el principio y estuvo mucho más por mí. Estuvimos diez años de novios. Me daba mucho miedo hacerlo infeliz porque yo no era feliz. Siempre digo que me consiguió por cabezón y por insistir después de todo”, aseguraba entre risas.
Miriam asegura que las consecuencias de haber sufrido abusos sexuales se manifiestan en todas las áreas y relaciones que establecen esas personas en su vida. De ahí también la importancia de sanar esa herida: “Cuando tus hijos llegan a la edad que tú tenías cuando sufriste los abusos se produce un gran detonante. Es la primera vez que sientes compasión de ti mismo y te das cuenta de que es imposible que fueras responsable. Hay que trabajar con los niños. Hay que hablar con los niños”.
Tanto Miriam como su madre siguieron contándonos muchas cosas más durante el encuentro. Trataron el tema de las redes sociales y como se está produciendo un nuevo tipo de abuso hacia los menores a través de las nuevas tecnologías, la información sexual tan errónea que tienen niños y adolescentes por su fácil acceso a la pornografía, y como eso está reflejándose también en las aulas entre compañeros: “Los mayores consumidores de pornografía son chicos y chicas de entre 11 y 17 años. Y ese dato está ahí”. El antídoto frente a esto es que seamos los padres los que hablemos con ellos, los que afrontemos el tema dándole una información más sana y real.
Pero ante esto también nos facilitaron un dato muy duro de asimilar y es que ya no solo la mayoría de los abusos sexuales se producen por alguien cercano al menor, sino que cada vez el abusador suele ser más el padre. Lo que complica mucho las cosas y ahí, en el apoyo de esos menores tiene que estar la sociedad unida y al completo. Redime se convierte en esos casos en esa familia que no les ha apoyado y que ha tapado al abusador.
La incomodidad que provoca este tema en la sociedad los hace sentirse invisibles. De ahí la importancia de este encuentro de Cenas con Chispitas. La historia de Miriam Joy Iglesias no es un caso aislado, pero sí uno que ha marcado un antes y un después en la vida de mucha gente a la que ha ayudado.
Su trabajo diario no es fácil por muchos motivos. Por un lado, no cuentan con los apoyos económicos necesarios para crear una estructura suficiente para responder a la demanda que tienen en la actualidad. Por otro, hay quién todavía prefiere mirar para otro lado e ignorar esta realidad tan dolorosa y que nos hace plantearnos realmente qué tipo de sociedad tenemos si permitimos que se abuse de los más inocentes. Que la información llegue a ellos, a los niños, que sepan que si se enfrentan a esa situación no deben sentirse culpables, que tienen que hablar y contarlo, es una de las vías para acabar con esta lacra. Y aún así hay centros educativos que no les han querido abrir las puertas, y padres que al conocer que se iban a impartir estas charlas han manifestado que sus hijos ese día no asistirán a las aulas.
Hay casos realmente escalofriantes en los que los abusos llevan a las personas que los han sufrido a las drogas, el alcohol, a comportamientos violentos e incluso al suicidio. Los abusos sexuales durante la infancia forman parte de la biografía de muchos sociópatas y asesinos. Y esto es una cadena que nos puede salpicar directa o indirectamente a cada uno de nosotros. A ti que estás leyendo estas líneas. Por tanto es problema de todos y la solución también está en manos de todos.
Si un 65% espera a la vida adulta para contarlo, los niños que deciden hablarlo mientras sufren esos abusos en muchos casos, en la mayoría, encuentran a su alrededor que no les creen y se les pone en duda: “ Ni el sistema está preparado para escucharlos ni como sociedad estamos preparados. No les creemos, creemos que fabulan. El sistema judicial no es amigo de los niños”.
La Justicia, las leyes, el sistema establecido no favorece a la víctima. Cuando se denuncian estos casos el proceso por el que tiene que pasar el niño es sumamente doloroso. Cuando los que denuncian son ya adultos, personas que como si se tratase de una bomba de relojería, han estallado, no pueden más con el silencio, con ese secreto que les oprime la vida… Para entonces, en la mayoría de los casos el delito ha prescrito o ya no hay forma de demostrarlo. Poco se puede hacer. Lo que no prescribe es el dolor y la herida y la sensación de que mientras ellos han callado todos esos años, su verdugo, posiblemente, haya dejado otras víctimas a su paso.
El silencio y el respeto en la mesa, el respetarse los turnos de palabra, fueron también protagonista de este encuentro.
Si no hubiese sido por el paso del tiempo en el reloj, la sobremesa se hubiese extendido mucho más, porque escuchar a Miriam, aunque en muchos casos te eriza la piel, es ser testigo de un caso de superación.
Su serenidad, su forma de asumirlo e integrarlo, la naturalidad con la que habla de un tema tan duro, hacen de ella una herramienta para transmitir la realidad de este problema a muchas personas.
Creo que la mayoría de los asistentes no esperábamos tanto de la noche que ponía fin a esta edición de Cenas con Chispitas.
Todos, uno a uno, tras la cena, ya en el jardín, se acercaron a Miriam para agradecerle su valentía y manifestar su intención de ayudar a Redime.
Espero y confío de todo corazón que a través de este reportaje su mensaje llegue a muchas personas más que puedan contribuir a que Redime pueda seguir tendiendo una mano a todas esas víctimas, convirtiéndose en esa familia que a lo mejor no han tenido, en ese salvavidas para salir de tanto dolor.
Gracias a todos por una noche que, de verdad, fue muy especial.
Redacción: Ana Porras y Elena Cabeza
Fotografía: Manuel Martos
Anfitrión: Palacio del Limonar
Cena: Quilicuá Catering &Deco
Decoración floral: Las Flores de Reding
Menaje: EventOh!
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